El auge de la sobreespecialización ha llevado a las humanidades a equívocos como los de la parábola de los ciegos y el elefante en la que aquellos «veían» cualquier cosa excepto un paquidermo.
Así, casi todo lo que se produce en medio de papers y documentos grises está condenado a la transitoriedad de su peso y la perentoriedad de su paso y no se abordan sino de soslayo asuntos más importantes y esenciales.
En este sentido, William de Baskerville que por muy poco no dictó la cátedra de teología en París (más o nenos de acuerdo a la fábula de Eco y Annaud) andaría, ahora, enfrascado en indagaciones mínimas y sometido al estrés de no poder abordar una obra mayor por verse sometido a la ortodoxia académica (ni mencionemos los efectos del cambio de la inquisición y la censura por la infame práctica de la cancelación en boga).
Así, aunque hay quienes creen que las humanidades no sirven para nada que no tenga que ver con el mercado, el fomento e impulso de estas disciplinas es muy importante siempre y cuando no se incida en la uniformización del mundo letrado ahíto de estereotipos y consignas plenamente divorciadas de la realidad y las necesidades de un pueblo que nunca alcanzan a entender (socialismo, pseudomoral de izquierdas, Arguedas erigido como tayta de quién sabe que engendro que solo cabe en sus humeantes cabezas, etc.).
Por ello es fundamental que se rompa el estrecho marco de las humanidades que promueven la PUCP y la UNMSM ofertando la apertura de escuelas universitarias fuera de Lima puesto que existe una gran vocación y tradición literaria en distintas regiones del país que precisan brindar oportunidades a los jóvenes acaso émulos de grupos como Orkopata o Norte a los que les haría muy bien estudiar lo que les dictan sus fueros internos sin tener que contaminarse con las modas limeñas, además, tan retrasadas respecto de universidades acaso mucho más sujetas a la pose y el esnobismo, pero, también, a un genuino desarrollo de sus investigaciones por cuenta de algunos académicos serios como la UNAM o la UBA (a estas alturas es determinante medir el impacto de las «investigaciones» nacionales en humanidades frente a las mejores universidades del extranjero).
Lo problemático sería garantizar que la implantación de estas nuevas escuelas o facultades de letras en las distintas regiones del país cuenten con el móvil primordial de toda práctica universitaria, hallar unidad en medio de lo diverso y el goce de la más amplia libertad de pensamiento lejos de toda censura, cancelación o pseudocorrectismo político-ideológico o estupideces como presuntamente estar del lado «correcto» de la historia.
Todo esto es necesario porque hay mucha gente que se dedica a la literatura y no parece amarla ni sentirse apasionada por ella y, caso contrario, hay mucha gente que ama a la literatura y la vive apasionadamente, pero tienen que dedicarse a la pedagogía porque en sus regiones no cuentan con facultades o escuelas específicas sino que solo pueden acceder a la carrera de educación con mención en literatura o filosofía, viéndose, así, los unos y los otros, condenados a una frustración sin límites o a una abdicación semitrágica de sus más altos sueños.
Quizás por todo esto no hay suficientes intelectuales en la Universidad en general sino una proliferación de técnicos sin una visión orgánica de la realidad y las humanidades, además de una absoluta falta de criterio para abordar los problemas que acaecen a la sociedad y al ser humano.