Opinión

«Fábula del pelotudo», por Umberto Jara

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Por: Umberto Jara

A lo largo de los últimos años, un mayoritario sector de periodistas se autonombró “la reserva moral” y cuestionaron a los escasísimos escribidores que sosteníamos, bajo riesgo de lapidación pública, que Gustavo Gorriti, Rafael Vela, José Domingo Pérez, Susana Villarán, Martín Vizcarra y tantos otros más, estaban incurriendo en presuntos delitos. Digo presuntos porque, al parecer, la única inocencia que tienen tales individuos es una presunción.

Una amplia cofradía de ¿periodistas? acompañó con imprudente furor, las felonías que se perpetraban. Se sentían tan empoderados que aquellos que pensaban distinto recibían injurias, eran impedidos de publicar, les cerraban las puertas de los medios de comunicación, les negaban entrevistas y hasta el saludo. Y vaya, cómo se alteraban cuando se les precisaba que no hacían periodismo sino activismo. Y era peor cuando se les decía que en lugar de periodismo estaban haciendo lobby: se ponían verdes de furia, fingiendo indignación. Todos y todes.

En estos días, empieza a asomar la realidad de los hechos que tanto disfrazaron. Cómo será la dimensión de los pecados que apenas ha asomado la punta del iceberg y ya muestran su enorme preocupación haciendo malabares para defender a los Gorriti, Vela, Pérez, Villarán, Vizcarra y siguen firmas. Significa que existe un alto nivel de compromisos y culpas compartidas.

En ese afán de defensa, los miembros de “la reserva moral” del periodismo tienen un problema para montar el circo. Acostumbrados como están a desinformar e insultar, carecen de talento para disfrazar una defensa absurda. Como corresponde a la progresía solo han oído de un tal Karl y no conocen a Groucho, el Marx más importante. Si lo conocieran habrían aprendido esta frase muy útil para escapar de los que hoy tienen que defender: “Jamás olvido una cara, pero en su caso, estaré encantado de hacer una excepción”. Atados a su pasado reciente, han tenido que optar por hacer malabares de defensa pero están mostrando la impericia del mendigo que por primera vez trabaja y en un semáforo: se les están cayendo las pelotitas al piso.

Uno se sonroja de pura vergüenza ajena al escuchar argumentos tipo: “Gorriti solo recibía información y eso no es delito, él solo hacía periodismo”. O este otro: “Susana solo se estaba bañando en una piscina, no sean mezquinos, es un ampay malero”. Recuerdo que en una clase en la universidad Católica —cuando la Católica era una universidad— el gran maestro en Derecho Penal José Hurtado Pozo, planteó esta pregunta: ¿Quién suele defender al culpable? Y nos enseñó algo muy útil: el cómplice.

Eso es lo que está ocurriendo con los periodistas defensores de Gorriti, Vela, Pérez, Villarán, Vizcarra y siguen firmas. Se convirtieron en cómplices porque antes, junto a esos personajes, actuaron como jueces y operadores y no como periodistas. En estas dos últimas décadas, muy empoderados, arrasaron con todo lo que pudieron arrasar en nombre de un progresismo torpe y en busca de ventajas personales. Se autonombraron “periodistas éticos” y con esa careta destruyeron el periodismo nacional que hoy está sin lectores, sin audiencia, con despidos y, ay, sin credibilidad. Era un destino previsible: si hasta protegieron al corrupto del sombrero.

Por todo lo antes anotado, recordé este texto del gran humorista argentino Roberto Fontanarrosa:

“Se cuenta que en una ciudad del interior, un grupo de personas se divertían con el pelotudo del pueblo. Un pobre infeliz de poca inteligencia, que vivía haciendo pequeños mandados y recibiendo limosnas. Diariamente, algunos hombres llamaban al pelotudo al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas: una de tamaño grande de 50 centavos y otra de menor tamaño, pero de 1 peso. Él siempre agarraba la más grande y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos. Un día, alguien que observaba al grupo divertirse con el inocente hombre, lo llamó aparte y le preguntó si todavía no había percibido que la moneda de mayor tamaño valía menos y éste le respondió:

—Lo sé, no soy tan pelotudo…, vale la mitad, pero el día que escoja la otra, el jueguito se acaba y no voy a ganar más mi moneda. Esta historia podría concluir aquí, como un simple chiste, pero se pueden sacar varias conclusiones:

La primera: Quien parece pelotudo, no siempre lo es.

La segunda: ¿Cuáles eran los verdaderos pelotudos de la historia?

La tercera: Una ambición desmedida puede acabar cortando tu fuente de ingresos.

La cuarta: (pero la conclusión más interesante) Podemos estar bien, aun cuando los otros no tengan una buena opinión sobre nosotros. Por lo tanto, lo que importa no es lo que piensan los demás de nosotros, sino lo que uno piensa de sí mismo.

El verdadero hombre inteligente es el que aparenta ser pelotudo delante de un pelotudo que aparenta ser inteligente.

Roberto Fontanarrosa”

Resulta, entonces, que los pelotudos no éramos (tan) pelotudos. ¿Quiénes son ahora los verdaderos pelotudos?

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