Cine

Exótica, de Atom Egoyan (1994)

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La potencia de una película como Exótica, aquello que la hace memorable, está, entre otras razones (que cada quien encuentre las suyas), en que restituye la fórmula, y lo hace de manera bastante exacta, de un estado psíquico o de una atmósfera emocional particulares, pero no de cualquier forma (no directa y fácilmente lineal); se trata de lograr que una película alcance el status de una experiencia, sí, de una experiencia vivida, que no rehúye lo complejo, y diría aún más; que se trate de una película que sea, significativamente, ‘un lugar donde estar’.  

No saber bien dónde se está, con quiénes se está, lo que está pasando fuera y dentro; en sentido existencial, espacial, temporal y narrativo (y disfrutar del juego) constituye una de las claves. La delicadeza, a menudo exquisita, con la que cada una de las piezas o fragmentos de situaciones, de tiempos, dispersos, nos son presentados; resulta absolutamente fundamental. Ya que Exotica funciona con la sutileza de una memoria haciendo conexiones sorprendentes entre diversos personajes, actuando por medio de rodeos, idealizaciones, represiones y sustituciones.

La implicación del espectador con los personajes, el respeto a su misterio, esa mezcla de cercanía y de distancia en la contemplación de sus matices y su fragilidad, lejos de un reduccionismo manipulador, que mantiene a las preguntas activas y a la vez flotando, puede ser profunda, y es posible gracias a esa especie de pecera humana que es el Club Exotica, el escenario principal (¿de los hechos?), curioso escenario terapeútico, poblado de mujeres desnudas a quienes no puedes tocar. La inmediatez de la carne femenina es onírica, fantasmal. Cuenta, más bien, tanto o más que la excitación, la sintonía en la frecuencia del ensueño.

El vínculo (que será más agudamente aclarado a su debido tiempo) de los dos personajes principales, que comparten experiencias trágicas y traumatizantes, y que intentan, de una manera inolvidable y extraña, en verdad ‘exótica’, lidiar con ellas, en esos roces de mutua compañía, de intensa emocionalidad (no primariamente sexual o genital) entre palabras, silencios, fantasías, resulta fascinante y de una fabulosa originalidad. En efecto, alrededor de la bailarina con cara de niña y que se fetichiza con ropas de colegiala orbita un imaginario de piedad, deseo y frustración. Pero tanto ella como el hombre que acude al club, son definidos en la película por su humanidad herida y deseosa de una salida y no como objetos consumibles en la lógica del cine comercial.

Aquí puede ver la película completa.

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