Por Tino Santander Joo
En un artículo anterior expliqué que el acierto histórico de Marx fue señalar que: “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases”; y que estas se habían transformado con la evolución del capitalismo, las revoluciones científicas y tecnológicas que modifican permanentemente las relaciones sociales y las fuerzas productivas en el mundo.
Adán Smith afirmaba: “Los salarios corrientes del trabajo dependen del contrato establecido entre dos partes cuyos intereses no son, en modo alguno, idénticos. Los trabajadores desean obtener lo máximo posible, los patronos dar lo mínimo. Los primeros se unen para elevarlos, los segundos para rebajarlos.”. Estas son las ideas que Marx tomó para fundamentar su tesis sobre la lucha de clases. Los “marxistas revolucionarios” dogmatizaron y mitificaron el concepto de la lucha de clases hasta convertirlo en irrelevante políticamente.
El sociólogo alemán Max Weber, analiza las características de las clases sociales; aceptaba la lucha de clases, pero, señalaba que la división marxista entre oprimidos y opresores basados en criterios económicos era muy simplista, porque, no incorporaba el factor religioso, cultural, ético, y la búsqueda de prestigio y poder de los individuos.
El sociólogo Francés Pierre Bourdieu, señala que la lucha de clases tiene un doble sentido en las relaciones de poder: primero es una lucha económica por recursos y segundo una lucha por el poder simbólico, es decir, las clases sociales buscan la hegemonía de sus formas de pensar, sentir, y actuar. En el capitalismo contemporáneo la lucha de clases es cotidiana y competitiva. Esta competencia se convierte en lucha revolucionaria, porque los sectores populares tratan de apropiarse de los valores y símbolos de la clase dominante y tienen como estrategia la educación: “La entrada en la carrera y en la competencia por la titulación académica de fracciones que hasta entonces han utilizado poco la escuela… llegando a ser así la titulación académica y el sistema escolar que la otorga una de las apuestas privilegiadas de una competencia entre las clases que genera un aumento general y continuo de la demanda de educación, y una inflación de las titulaciones académicas”.
El socialdemócrata Tomas Pikkety, señala que el motor de la historia no es la lucha de clases, sino, la lucha ideológica y política, porque cada época tiene una ideología dominante. Pikkety propone que: “…la redistribución moderna, no consiste en transferir las riquezas de los ricos a los pobres… reside, en cambio, en financiar servicios públicos e ingresos de reposición más o menos iguales para todos, pero sobre todo en el ámbito de la educación, la salud, y las jubilaciones”.
La lucha de clases no es una ficción de sociólogos o ideólogos extraviados, es una realidad cotidiana que moviliza la ansiedad por el estatus y la creación de riqueza. La revolución social, no es una utopía de politicastros; surge como una necesidad de libertad contra la opresión del Estado que representa intereses monopólicos y mafiosos en el Perú. Solo la revolución social podrá instaurar el verdadero Estado de derecho que afirme la libertad y la búsqueda de la felicidad como objetivo individual.