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Escribe Juan Cristóbal

1

Siento que mi país, se parece a esas viejas estaciones de trenes abandonados en provincia. Que sus sueños jubilados ya no nos pertenecen. Que su destino es la carta de un náufrago donde no hay ningún mensaje o escritura. Que mi vida es un alma abandonada entre los bosques. Por eso les envío este ramo de flores, un poco marchitas, para que las pongan en algún cementerio, tal vez en el mío.

2

Vivimos en una ciudad desconocida, donde sólo vemos manicomios, asilos, cárceles, maníacos-depresivos, alcohólicos sin remedio, hablándonos desde una línea del tiempo que no existe y de la cual no escuchamos nada, ni pequeños murmullos de alondras abandonadas en el charco. Por eso sólo vemos, en la noche,a ese joven psicópata arrojándose al abismo, descifrando mensajes en el aire que no entiende, porque las sombras se han llevado su alma, a un sitio, donde sólo hay alambres con púas.

3

Ya nada me queda, sólo recordar a los bondadosos amigos que han muerto tristes y solos, en un viejo hospital, al final de la lluvia. A los que sufren de cirrosis en las cárceles negras de las calles vacías. A los niños mongólicos que sólo les dan clonazepam para dormirlos por siempre. ¿Y qué hacen los curas, esos que se dedican a custodiar castillos de arena, con sus sonrisitas de yeso en las iglesias abandonadas de muros? Nada. Todos miran, en silencio, la soledad de los ebrios y las pesadillas del loco.

4

¿Será cierto que los asesinos serán dados de baja? ¿Que los poderosos se quedarán en su casa, contando calendarios del año pasado, junto a su esposa que mira el mar rojo-amarillo de su extraviada desdicha? No, amigo de todas las almas. Es hora de dormir, y todos los sueños se han descarriado como hijos abandonados en la cárcel. Como calaveras inevitables hundiéndose en los charcos. Como los electroshoks que, tranquilamente, nos están esperando para adivinarnos, como esa ruina secreta, la suerte del alma.

5

He soñado con grandes abismos y profundidades de mar poblando mi tiempo. Con montes altísimos y nubes misteriosas enlutando los vientos. Con escabrosas cuevas submarinas crepitando impenetrablemente en mis sueños. Con ríos oscuros que me arrastraban sin piedad por lejanas praderas donde los ciegos golpeaban con sus invisibles hogueras los puentes. Por desamparadas casas desiertas, que me hacían volar como desahuciadas mariposas entre esas oscuras pisadas que destrozaban mi alma y mis ojos. Con arañas ínfimas y pequeñas cuyas sombras me hacían asustar y esconderme en lugares poco desconocidos y muy tenebrosos, donde antiguas personas habían sido raptadas de un lugar donde las voces se parecían a las de una calavera lejana y soñolienta. Sin embargo jamás me levanté ni triste ni angustiado, sino lleno de vida, como si una poderosa euforia se apoderara de mi cuerpo y de mi mente y me hiciera nacer de nuevo, ver el mundo con otros anhelos, como aguardando la llegada de ese tren desconocido que siempre pasaba por la esquina de mi casa y las míseras mujeres que vendían sus frutas, mientras la infancia se llenaba de gladiolos y olores a vieja trementina. Estimado y recordado amigo de todas las almas benditas, dime con toda la verdad de los cantos, con todo el pesar de las celdas, ¿tiene algún significado todo esto, o es simplemente el recuerdo de un tiempo perdido?

6

Jamás olvidaré a esa madre que se encontró con el cuerpo despedazado de su hijo en la página de un diario. Su desgarramiento y dolor mostraba la crueldad a la que puede llegar el hombre cuando desea exterminar a otro ser a quien considera enemigo. Cuando miré a esa joven, en el inmundo subsuelo de sus días, sosteniendo con un gesto de dolor la vida que le habían quitado, sentí, en ese instante, que esa era la metáfora del mundo que estaba viviendo. Que estábamos y estamos viviendo.

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