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«Escuelas (in)flexibles», por Fernando Bogado

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La toma de casi treinta colegios de educación media en la Ciudad de Buenos Aires ha tuvo una recepción conservadora y represiva por parte de varios medios de comunicación. Sin poner por delante el reclamo de los estudiantes con respecto a los cambios dentro de la educación secundaria formulados por el Ministerio de Educación de Ciudad de Buenos Aires, la mayor parte de las notas señala la terrible pérdida en lo que corresponde a la cantidad de días de clases, o directamente repite afirmaciones de padres y madres encolerizados que remarcan la “politización” de la medida.

No hay argumento más falaz que esta supuesta idea de pretender que no hay naturaleza política en un reclamo. Algunos periódicos dicen que miembros de sindicatos docentes, como Ademys, pasan sin mayor problema las puertas de las escuelas tomadas, dejando la sensación de que manejarían desde las sombras lo que sucede. Brutal despersonalización de un reclamo legítimo, claro está: ¿acaso los adolescentes de estos colegios no tienen, precisamente, la voluntad y la inteligencia necesarias como para hacer algo por su cuenta?

El reclamo puntual de una toma que ya tiene más de treinta días tiene que ver con la modificación sobre el plan de la Nueva Escuela Secundaria planteado por la administración de Horacio Rodríguez Larreta, actual Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y su Ministra de Educación, Soledad Acuña. Con el título de “Secundaria del futuro”, se abre la posibilidad de que, en el último año de cursada, los alumnos lleven adelante prácticas educativas al estilo de pasantías laborales.

“Se acompañará a los jóvenes en su preparación tanto para la continuidad de los estudios superiores como para la inserción en el mundo laboral”, dice el documento que resume los principales puntos de la modificación presente en la página del Gobierno de la Ciudad. “Además también es importante que apliquen lo que están aprendiendo en otros ámbitos fuera de la escuela”, agregan en párrafo aparte. La idea de aplicación de saberes, de utilidad del conocimiento, sumado a nuevos modos de valoración de las instancias de aprendizaje (que abandonan la unidad numérica para pasar a nuevas rúbricas e indicadores) dejan ver el perfil de la modificación: transformar a los alumnos de secundaria en material de los departamentos de recursos humanos de las empresas privadas. Contra eso se manifiestan los estudiantes que, el día en que esta columna se termina (20 de septiembre), tendrán por fin el primer encuentro con la Ministra Acuña.

Preocupa ver cómo los padres ejercen una tímida fuerza represiva que condena sin pensar el trasfondo de la lucha de sus hijos. Lucha que no es otra cosa que la abierta oposición a un mundo escolar mercantilizado, y a la idea de una escuela que brinde conocimientos “útiles”, como si fuesen una mercancía más, en lugar de respetar el último de los espacios que quedan disponibles en nuestro mundo para un saber despreocupado de estas “valoraciones” que se muestran con el tono de la flexibilización neo-liberal.

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