Desde la antigüedad, en tiempos griegos, los poetas fueron expulsados de la Academia. Fue Platón —que antes de ser pupilo socrático fue poeta órfico— el primero en expulsar a los bardos. Del árbol de la filosofía, surgió la ciencia; pero la ciencia, es muda: la ciencia necesita un lenguaje, una mística. Pese a los afanes platónicos, la fuerza poética, no ha sido desterrado del ser y estar humanos.
Si le hubiéramos hecho caso a Platón, ¿existiría Vallejo, Neruda, Bécquer, Kavafis, Varela? No. Y es ahora, frente a los nuevos avances tecnológicos, que urge la necesidad de motivar un espacio que permita la creación de la Facultad Creativa, dentro de la Escuela Nacional de Poesía.
¿Se puede enseñar la poesía como las matemáticas? ¿Los egresados de la Facultad serán los siguientes poetas universales que llenarán de orgullo a la patria? La idea no es motivar la creación de moldes de autores con capacidad lírica: sino, en todo caso, motivar un acercamiento al fenómeno de la escritura como un modo de comprender la realidad.
Plantearnos la poesía como un objetivo educativo, es buscar una ciencia detrás de su quehacer: ciencia que muy bien podría ayudar a que nuestra sociedad, en medio del caos y la violencia, encuentre un diálogo con su propio mundo interno y con los otros.
De fondo, el tema de la poesía es el tema de la creatividad; es decir, el que lee (y estudia) poesía puede, en muchas medidas, expresarse con mayor concisión y claridad, mejorar su dicción y expresividad; y comprender entonces su singularidad y la de los otros.
El hombre es un animal simbólico y su esencia es la palabra. Pese a que habitamos el mundo de las «comunicaciones», el afán de buscar un puente idóneo no ha sido resuelto. Es urgente que los humanos aprendamos a hablar con altura; la poesía entonces sirve para eso: aprender a comunicarnos.
(Columna publicada en Diario Uno)