Arte

Escribir como una puta condena

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(Texto redactado para la presentación del libro Caza propia en la FIL Guadalajara 2017.)

“El periodismo, como la prostitución, se aprende en la calle”,
Según Saúl Faúndez, director del Clamor. Tinta Roja.

1.

El periodismo es el corteza de la ciudadanía; su alma y su carne es la crónica. La vieja noticia es la morgue del lector; el relato narrativo, la resurrección del creyente leyente impío. Escribir de lo real es más fantasioso que la realidad de la fantasía. Describir entonces la locura de un personaje de la ficción resulta afrentoso respecto a un demente que descubro en un bar y que escribe los más bellos poemas de mi generación.

En el Perú del desastre ciudadano, textualizar con cojones en medios, es diseccionar en el corpus de un Estado pútrido, el sistema de confabulación y participación que existe a pesar y en contra de los llamados y celebrados autores de la prensa selfie, la autoficción láctea, los del reportaje de datos y peor, los de la ahora lúbrica posverdad.

Por eso mis textos joden por ser nexos, nudos y cabos, entre el periodismo y la literatura que se suelen llamar crónicas. Es mi caza personal de personajes, peripecias y perfiles que conozco y no me contaron. En todo caso son expedientes pendientes de otras escrituras y sucesivas lecturas. Se publicaron muchos en revistas y periódicos y seguirán publicándose porque insisto, son una provocación con vocación de devoción. Tienen una mirada desde mi ciudad, Lima, pero se editaron en La Habana, mi otra ciudad perdida, entre las tempestades del Caribe y los amores estorbados. Son escritos de un amante de los escritos y sus infinitas lecturas. Ninguna es una pieza acabada. Usted, lector, las terminará de escribir.

Mi libro Caza propia tiene el sustento de los lectores, esa es su única razón de vivir. Y es la escritura y reflexión a lo largo de tres viajes difusos que acometí en estos últimos dos años. Recorrer Italia y conocer de viejo aquel país que solo había visitado a través del cine, la poesía, algunos ensayos y la música, fue más que un conocimiento un deslumbramiento. Seguir las huellas del gran escritor y plástico Jorge Eduardo Eielson, los rastros de sus últimos días, conocer y entrevistar a sus amigos en Roma, Milán, Florencia y el pueblo de Barisardo en la isla de Cerdeña, fue encontrar a un ser humano excepcional y a uno de los peruanos más reconocido universalmente.

Después viajar por Cuba, vivir en La Habana, esa vieja ciudad del socialismo tropical y las libertades fascinadas, ubre de la urbe cual museo urdido en el tiempo. Y luego el Papa Francisco, Los Rolling Stones, Barack Obama y la muerte de Fidel Castro. Entonces el hallazgo de las bondades en los pliegues de la revolución científico técnica, la salud pública, la educación gratuita y hasta el turismo senxual. Y en esa isla del son y el bolero, el olvido de las sensualidades domésticas, la cocina de la amnesia y el inmovilismo de los sueños revolucionarios del “pueblo grogui y hermoso que sigue siendo”.

2.

Por ser viandante, tratante y callejero, las historias me escogen a mí. Soy muy curioso porque todo me llama la atención. Observo el mundo con la boca abierta. Creo que practico una mirada horizontal, un cuarto ojo, veo desde abajo. Oigo por una oreja y escucho por un oído. Soy así un estereotipo en estéreo. Multicultural e interdisciplinario estoy detrás de la novedad y antes de la escritura. Duermo poco, soy un escritor de noches y no nocturno, un conde Drácula sin dientes afilados pero con lengua viperina y labios ponzoñosos… En todo caso me llaman la atención las historias de los desvalidos y las patrañas sin fábulas que desordenen el epigrama de lo normal. No me caso con nadie porque me acuesto con todas.

Soy, supongo, un escritor simultáneamente clásico y al que se le reconoce haber siempre buscado ampliar la base del canon de las letras. Un conservador por rupturista y romántico. En todo caso, un académico por vulgar, un letrado de letrinas. Un barroco de lo barroso. Intento así que aquel que me lee se altere por simpatía o repulsión.

Siempre quise ser músico pero solo escribo con ritmo. Y eso siempre es periodismo. Y solo se hace periodismo cuando se investiga. Un texto mediático es el producto de la inmersión y la entrevista. ¿Deportes? Sí. ¿Espectáculos? También. ¿Política? Más. Vale la intuición pero más, la técnica escudriñadora. Ricardo Uceda, maestro. Gustavo Gorriti, ducho. Ambos son ejemplo y continuidad. Es obligación leerlos, solo por nombrar al dueto. Pero hay más. Fui alumno de a oídas, de Alfonso Grados Bertorini como de Genaro Carnero Checa. He leído con fruición a Sebastián Salazar Bondy como al gran Alfonso Pocho Rospigliosi o Guido Monteverde. He aprendido de Owen Castillo como de Francisco Paco Landa. Admiro a Raúl Villarán como que he tenido de padrino a Guillermo Thorndike. Sé entonces, a qué sabe esta miel.

3.

Estoy convencido que el periodismo más que verdad es estilo. Claridad comprobada. Ética personalizada. Y el estilo es carácter, cualidad y latidos. Por ello practico el periodismo de autor. Por ello de mi gula por el encanto, el duende, la pasión. Me refiero a todos los formatos de la prensa. A esos texto que traspasan y transitan por la oralidad, la escribalidad y la electronalidad.

Decir (o escribir) una noticia es descubrir un misterio pero al mismo tiempo, repetir una verdad ignota. La que nadie sabe. Cierto. Dios es eterno. Kapuschinsky existe. Uno se muere como todos, pero la vida es larga sí solo amas la verdad y la justicia. Y hablo del buen periodismo, de éste y aquel que practicamos en nuestros medios. El resto es bodrio. Qué cojones, el de la televisión basura, tiene público y es dramático. Por ello veo televisión con la pantalla apagada. Así imaginado un Perú mejor y un mundo más humano.

Soy amante del jazz y esposo de la salsa, aquel ritmo que es mi filosofía de la pelvis. Pero soy también tierno verdugo de la discontinuidad epistemológica de mis lectores. Hay brechas en mis alumnos –los analógicos y los digitales—y mechas en mis contemporáneos. No obstante, he vivido de mis cantaletas más que de mis melodías de todos los días. Igual que Balzac o Dostoievski, escribo para vivir desde que tengo uso de razón, profesional. Y fui feliz con mi familia e infeliz con mis sueldos. Soldado a la tradición de Vallejo y Mariátegui, sudo la prenda superior aunque mal me paguen y como dice el vals: “ya nos soy reloj del día, porque pedazo me han hecho, las mujeres”.

4.

Así sé que un periodista no solo es productor de información certificada sino que es un fabricante de sensaciones. Y aquí me detengo porque me vengo. Leer es poseer al cuerpo amado ilegible hasta entonces y hacerlo suyo con diptongos, adverbios y yuxtaposiciones. La copulación entre escribir y ser leído es un orgasmo en claves de sabiduría. Leer es una operación sexual más que textual. Como hombre de prensa que piensa, convencido estoy que los propietarios de los medios, todos, son unos fariseos. Así les he cobrado con creces aunque no siempre con fortuna. Por ese he migrado por cuanto medio hay en el medio. Moroso más que amoroso, sé perder, y con los decanos de la prensa, soy de los vencidos. Un héroe sin heroína, un periodista digno más equilibrado que ciclista.

Así creo que las crónicas (mi crónica) es un documento que se adhiere con desesperación a lo real de la realidad. La crónica es un arte liminar. Un canon amorfo de paradigmas fronterizos. Se apropia de cuanto género periodístico y de los otros que existen para instaurar en un mismo texto, hipervínculos antes considerados antagónicos o excluyentes. Es el ornitorrinco mediático como dice Juan Villoro porque hace maridajes con historias reales y con la ficción, con el propio periodismo y con la literatura. Hace el amor entre la objetividad y la subjetividad. El acto oral y el escribal. Entonces es un camaleón y además padece de hibridez. Se mimetiza y se erecta. No es la ni el [crónica]. No tiene sexo más sí seso. Se codea con la literatura de las ideas, el ensayo. Juega con la crítica y arma un constructo de no ficción. Por eso tiene un carácter anticanónico y antivicario.

5.

En resumen, cada escrito mío tiene su propio destino, su particular signo y específico hado. Tengo de esta manera cómplices y alcahuetes como también enemigos y antagonistas. Creo así que mis crónicas, ensayos o poemas no pasan inadvertidos porque siempre provocan escozor o gustos arrepentidos. Cierto que intento cada vez ser un provocador probado. Un sedicioso vicioso. Y como consecuencia de practicar las paráfrasis, los retruécanos y las parodias me quieren y me odian. Es mi destino fino, final, sin tino y trino. Un exégeta exagerado, un leído ido. Un cantor de cantinas, un autor autorizado.

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