Opinión

Escribir a contracorriente

Lee la columna de Rodolfo Ybarra

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¿Cómo escriben los escritores? Es una pregunta que muchos se hacen por curiosidad, morbo o aprendizaje. Lo cierto es que no todos los escribientes lo hacen como MVLl en un asiento ergonómico, con unas flores en la mesa, las cuentas en azul y una manzana a un costado. Muchos autores pasaron las de Caín y Abel o trazaron sus escritos casi con su propia sangre.

Vallejo escribía en una buhardilla en Paris y no tenía ni para un pan. Las cartas a sus amigos develan su estado de abandono y cuasi-indigencia.  Bukowski manuscribía borracho en cuartos de hotel donde ponía música clásica y regresaba a descansar de las golpizas que recibía en peleas callejeras. Y cuando cayó mal por úlceras al estómago lo hizo en el hospital vomitando sangre. Igual Martín Adán redactaba en su cuarto donde dicen que tenía una araña la cual miraba subir y bajar y eso le inspiraba.

Jean Genet escribía sobre papel higiénico las innumerables veces que estuvo preso por ladrón y otros cargos más. Y Sartre, Cocteau y Picasso lo salvaron de la cadena perpetua. Hemingway mecanografiaba de pie. Muchos lo imitaron pensando que así se inspiraban mejor. Nada más que el autor de Por quién doblan las campanas lo hacía porque tenía una bala alojada en la espalda y le causaba profundo dolor. Jorge Pimentel escribió Primera Muchacha en el bar Cordano de Lima donde todos los días iba en horario de oficina y se sentaba a pergeñar su obra. Igual hizo Eloy Jáuregui y otros autores más.

Mario Puzzo vivía en una habitación de Nueva York con su mujer y sus cinco hijos que se lanzaban almohadas sobre su cabeza mientras redactaba concentrado lo que sería La Mamma o El Padrino. El Marqués de Sade llegó a escribir hasta con sus heces cuando estuvo recluido en un frenopático. García Márquez llegó a pedir limosna y su esposa tuvo que vender todas sus cosas para costear su carrera de escritor.

A este escriba, en los ochenta/noventa, le tocó escribir en las combis llenas de pasajeros, con una libretita en mano y con lápiz ya que la gravedad a veces impedía los trazos del lapicero. Así, entre empujones, amigos de lo ajeno y baches, fui construyendo varios poemarios y novelas entre el tiempo que me dejaban los trabajos y un negocio que me había agenciado para poder pagar deudas bancarias. ¡Avanti!

(Columna publicada en Diario UNO)

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