Eric Rohmer murió el lunes 11 a los 89 años, se habla tanto sobre su muerte, se ha dicho cosas como que era uno de los menos pástrulos de Cahiers du Cinéma, se dijo también que su cine es poesía en movimiento, que detrás de Eric Rohmer se escondia el otro Jean-Marie Maurice Schérer. Salen intimidades de su vida, dicen que le encantaba caminar descalzo, que era admirador de Alfred Hitchcock, que escribió muchos libros con distintos seudónimos y también era enemigo de las entrevistas, sólo puedo decir que su muerte llevó el ritmo de sus películas, murió mientras dormía.
“Se dice tanto de mí, como tanto de mí es mentira resignada” recordando parte del poema de Raúl Villavicencio, me doy cuenta que en personajes como Eric Rohmer sé tejera siempre mentiras y verdades. Integrante de aquel grupo de críticos que patearon el tablero cambiando la pluma por la cámara, creando la ‘Nueva Ola’ francesa.
Rohmer era un hombre que tenia una visión especial, de piel delgada que le permitía sentir el mundo de otra manera. Amante de historias mínimas, pequeñas situaciones que sabia trasmitir bajo el lente. “Soy un animal salvaje, y solitario” decía Rohmer, tal vez podamos identificarlo como un leopardo, de mirada profunda, de sangre caliente, cazador de historias, dotado de una excelente vista, y finísimo oído.
Eric Rohmer era un cineasta independiente, pero ¿Qué es ser independiente? Tal vez “ser independiente es no necesitar de nadie”, “Es ser feliz por uno mismo, y lograr todo solo”. “Poder mantenerse económicamente sin depender de nadie”, “Tener la autonomía suficiente“, “Ser independiente es ser feliz, ser libre”. Simplemente Rohmer fue sincero con el mismo, respetando sus ideas trabajando de forma artesanal, evitando siempre la gran maquinaria Holliwoodense.
Entre sus trabajos más destacados se encuentran los famosos Cuentos morales, entre ellos, Mi noche con Maud, 1969; La rodilla de Clara, 1970 y El amor por la tarde, 1972; las comedias y proverbios (la superlativa El rayo verde, 1986, por la que ganó el León de Oro del Festival de Venecia); y los cuentos de las cuatro estaciones. Sus últimos trabajos incluyen La dama y el duque (2001), Triple agente (2004) y El romance de Astrea y Celadón (2007).
En una entrevista le preguntaron:
¿Qué lugar tienen para usted los actores en su cine?
“Creo que son algo capital. Mi relación con ellos comienza cuando veo a un actor por primera vez, ya sea en mi oficina o en una película. Miro sus gestos y hay algunos de ellos que me inspiran y otros que no. Elijo a los actores por sus gestos. Y por lo mismo, no les doy jamás una indicación en relación a ellos, más bien los abandono totalmente a la improvisación. Los actores tienen gestos significativos, más cercanos al teatro, que en cine no funcionan. Las actrices son más finas en ese sentido”.
Sin duda todo su trabajo es fantástico, convirtiéndose en unos de los grandes referentes del cine y de la eternidad.