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Eraserhead, de David Lynch (1977)

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Eraserhead es una película que, verdaderamente, une a los contrarios: primero, la puedes oír tanto como ver. Ruidos, sonidos o música son pedazos dinámicos que se conjugan de manera constante, sorprendente y compleja, con un decisivo poder de evocación y transportación. Sonidos-mundo, tanto como imágenes-mundo. A la vez que no cabe duda de que lo que estás viendo no puede ser, en más de un sentido, sino CINE MUDO. No sin toques cómicos y absurdos y no sin toques de oscuridad y hasta de horror.

Los silencios de los personajes (los blancos o negros de silencio, por decirlo así) se resuelven a menudo en gestos o en acciones más que en palabras. Incluso las palabras resuenan en su carácter material, casi tanto como sonidos puros que como ‘palabras’.

El silencio, opresivo o liberador, habla, aunque no siempre sea cómodo escucharlo.

La oposición, así como la unión e indiferenciación, el paso suave o abrupto entre (ya sé que a fin de cuentas es solo una manera de verlo, pero, aun así) espacio exterior y espacio interior es otro de sus más evidentes logros. Un planeta (o algo que lo parece, al decir del sonido) puede convertirse en una cabeza humana (un ‘espacio interior’) y una cabeza humana separada del resto (como un muñeco) puede ser una pelota algo desinflada e inerte que puede transformarse por medio de una no demasiado sutil máquina en útiles borradores convenientemente acoplados a los lápices correspondientes.

La demencia de la operación se siente sin embargo natural. Inevitable en la lógica onírica -e irónica- de esta pesadilla.

Pero la lectura clásica de esta película va por el tema del horror a la paternidad. La forma que reviste el miedo (o el horror o el asco y el rechazo) pero sorprendentemente también la ternura es lo bastante infantil -pese a la densidad de atmósferas y texturas- al menos en teoría.

Incluso hay una imagen por lo demás cómica y reveladora, del personaje principal, el padre involuntario, Henry Spencer (Jack Nance, en una actuación-presencia memorable) generada por la femme fatale que pasa una noche con él, imagen de Spencer con la cabeza del otro personaje principal…

Me refiero a la invención más memorable de la película, a su imagen central, hasta a su sonido central, enmarcado por vientos cósmicos (digamos que este ser es la condensación máxima del tejido simbólico de Eraserhead) que no es otra que la del bebé prematuro o el bebé monstruo o la criatura semihumana o subhumana que sus padres no pueden soportar.

Otra palabra tal vez más iluminadora sería feto, que sugiere no solo es el caso del joven ser, sino que son también los demás personajes los que están en un estado de no-formados o semi atrofiados, estado supongo fácilmente extensible e al resto de la humanidad; o descrito menos dramáticamente, el hermoso-espantoso ¿bio-juguete? (dudas y mitos sobre de qué estaba hecho realmente) que Lynch ‘compone’ para concentrar diversos horrores, tanto reales como imaginarios. El cine de Lynch: toda una juguetería ‘distorsionada’ para contemplar lo humano.

Horror como propiedad del universo o nuestra conciencia ante él, ‘frío, extraño, indiferente a nosotros’ o un estado también subrayado por la aparición salvífica de La dama del radiador, acompañada de una potente luz blanca, un personaje de relato infantil, de cine mudo o de animación, dotada también de algo físicamente anómalo, todo tan Lynch, como verán.

La madre, la hija madre de la criatura, la mujer fatal, la dama del radiador… presencias femeninas (¿y por qué asumir rotundamente como masculino al feto-bebé?) todas insinuantes y turbadoras no parecen sin embargo ser menos temidas que la figura del pequeño ser… El extraño y extrañamente familiar mundo de David Lynch ya está todo, o casi todo, ahí.

Aquí puedes ver la película completa.

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