Opinión

Érase una vez un país, el Chile de Piñera

Lee la columna de Hans Herrera Núñez

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Sebastián Piñera era sobre todo un hombre de gestión de emergencias y un demócrata cabal dispuesto siempre al diálogo. Su temprana muerte marca el final de una etapa de prosperidad y crecimiento de un país latinoamericano que estuvo cerca de tocar el cielo y llegar al primer mundo. Hoy queda claro que Chile no volverá a mediano plazo a estar donde se ubicó. Este no es un réquiem solo por Piñera, sino también un réquiem a ese Chile que se fue.

Érase una vez país flaco y alto pegado a la montaña y con los pies en el mar. Un país Recóndito en el sur de Sudamérica que era distinto a los demás. Durante muchos años   los países de la región volvían la mirada con mucha frecuencia a este país. Si hubo un país modelo en la región ese fue Chile, el país que crecía a un ritmo sostenido, un país moderno y democrático. No obstante, con poco territorio y una geografía accidentada supieron los chilenos crecer, en especial en los últimos cuarenta años. Sus índices de pobreza eran bajos, sus ciudades seguras, su economía sana, sus instituciones funcionaban, la corrupción era mínima comparada al de sus vecinos. La impresión que generaba Chile era enorme, incluso era vista con envidia por algunos, pero siempre vista con respeto. Sus empresas privadas crecían en la región de forma exitosa.

Por ejemplo, un mercado interesante era el Perú, país al que se proyectó la expansión comercial chilena. En un momento en la década de 1990 al 2000, las inversiones chilenas se hicieron de la compañía de electricidad (Luz del Sur), de tiendas por departamentos (Saga Falabella), supermercados (Santa Isabel, aún recuerdo el osito panda), aerolíneas (Lan que junto con participación accionaria también en Latam dominan el mercado aéreo peruano), y un largo etcétera. Chile era imparable. Incluso su literatura se volvió una influencia (su mejor autor sigue siendo el contestatario Roberto Bolaño y no el comunista Neruda). Pero algo pasó.

Cuando Sebastián Piñera llegó a la presidencia después de veinte años de gobiernos de la concertación, germinó un ambiente estimulado desde las universidades (en especial las facultades de letras altamente politizadas, cuyo discurso era fortalecido por los circuitos culturales institucionales direccionadas en un pensamiento de revancha que a su vez evolucionó a un pensamiento unidimensional). Este ambiente propició una cultura de la protesta a través de la agitación, la propaganda y el daño a la propiedad pública y privada. Las protestas escalaron en su violencia y frecuencia. Ya no eran solo universitarios sino también alumnos de liceo o colegio secundario que empezaron a ser instrumentalizados como fuerzas de choque.

Piñera llegó a la presidencia como el primer gobernante de derecha elegido democráticamente desde Alessandri, esto sin contar el gobierno de derecha de Pinochet que era un gobierno dictatorial responsable de crímenes contra los DD.HH.

Durante veinte años, una serie de gobiernos de concertación monopolizaron el poder en Chile. La concertación agrupaba a partidos de centro y de izquierda. Siguiendo las líneas económicas liberales establecidas por el ladrillo de 1976, y en el marco de la Constitución de 1980, redactada por Jaime Guzmán, la economía chilena creció y se expandió.

La aparición de Piñera en el poder resultó de un natural agotamiento de los gobiernos de concertación. Por otra parte Piñera naturalmente favorecía la inversión aunque jamás pudo gobernar con mucha libertad ya que le tocó tener una oposición que era mayoría en el congreso. No obstante, logró hacer crecer al país entre un 4 y 5% anual de manera continua.

No obstante, fue precisamente durante sus dos gobiernos que estallaron protestas muy importantes. La primera del 2011 de estudiantes que sirvieron de simulacro para algo mayor y después la de 2019 que terminó en un proyecto de nueva Constitución que concluyó en un desastre nacional y en la perdida de rumbo de la nación.

Frente a las protestas que acosaron permanentemente sus dos gobiernos, Piñera por llevar la fiesta en paz, no hizo mucho al respecto, lo cual favoreció que ese clima conflictivo creciera.

Una importante serie de protestas estudiantiles en el año 2011 propició la aparición de cuadros extremistas que diez años después (como si de un plan quinquenal se tratara) terminaron conquistando el poder. Bajo un discurso de enfrentamiento entre ricos y pobres, de altos índices de desigualdad (en lugar de referirse a los remanentes de pobreza), el peso del endeudamiento de la clase media, el alto costo de vida, llevo a muchos chilenos a un “despertar”, al tomar como cierta una narrativa política que en el fondo estaba centrada en emociones como la envidia, el resentimiento y la revancha (así como la derecha liberal más radical está alimentada por sentimientos de avaricia y codicia). Este odio entre chilenos tuvo como corolario el que Chile empezará un proceso de desandar lo avanzado. Hay que recordar lo que significaba Chile internacionalmente, el peso que llegó a tener. Y que fue en el gobierno de Piñera en que Chile llegó a tocar su techo de desarrollo, pero…

Contra todo sentido común, con un gobierno exitoso como el de Piñera permanentemente atacado y acosado, la opinión pública empezó a moverse al otro lado del espectro político, esto por el sentimiento de sentirse defraudados ante la expectativa de acceder a un primer mundo al que nunca llegaban. Cómo el odio no se aplica a abstracciones, la izquierda direccionó este odio a la figura de Piñera. Porque después de Pinochet, Piñera era el objeto del odio político más encarnizado que se pueda imaginar. Y el odio sabemos es algo irracional.  La consecuencia final fue que en su segundo gobierno se dio el estallido social más importante en Chile desde hacía cuarenta años, un ambiente claramente revolucionario que la narrativa oficial ha reducido a algo espontáneo y popular cuando la evidencia demuestra que fue todo un movimiento organizado, estructurado del cuál se puede inferir que fue planificado.  Este estallido general en todo el país durante el segundo gobierno de Piñera (jamás hubiese ocurrido durante la Bachelet por obvias razones ideológicas), tuvo en un primer momento una reacción clara del presidente de tomar el toro por las astas al hablar de un enemigo detrás de toda esa movilización. Sin embargo, los medios, la misma derecha que lo abandonó y sobre todo un pueblo callado, llevo a que el presidente se encontrara solo.

Sin un claro respaldo popular y con una violencia que no se detenía, Piñera supo sacrificar su proyecto de país con tal de devolver la paz a su país. Convocó a un plebiscito de entrada para empezar un proceso constitucional, que era la única salida democrática que se encontró para bajar los ánimos. Aunque no renunció, que era lo que más deseaban sus enemigos, dio un paso al costado y dejó que el mismo pueblo eligiera su destino. Pero como dijo Séneca, la masa cuando se asusta es un animal, y con animales no se razona. Y el resultado ya lo conocemos todos.

Chile pasó de ser país modelo, el país seguro, estable y serio, a convertirse en el país de la tía Pikachu. No hay mayor vergüenza que he podido sentir cuando vi en la Convención, en la cual se debate el rumbo de los próximos cuarenta años de un país como es la redacción de una nueva Constitución, el ver juramentar a una señora vestida como un muñeco de fiesta de cumpleaños. El ridículo que Chile hizo.

Además, convencionales que fingieron enfermedades mortales, otros que se bañaban durante las sesiones, y otras vergüenzas (¿alguien ha hecho pruebas de drogas a esa gente?), quedó claro una grave crisis cultural de Chile. El resultado es que Chile ha perdido cuatro años en un proceso constitucional que no llegó a ningún lado, que dividió a todos, y cuyo actual gobierno es incapaz de si quiera hallar a los responsables pirómanos de los recientes incendios.

Yo Vi crecer a Chile. En efecto todos lo vimos crecer. Hoy el crimen campea en el norte chileno, que se parece más a México que al Chile que conocíamos. Hoy Chile no tiene escritores como Bolaño, tiene poetas a sueldo de las ideologías y a narco influencers de Tik Tok que mueren asesinadas en pleno Santiago a la luz del día. Tiene Chile a grupos separatistas de supuestos mapuches que incendian y atacan.  Y para colmo Chile entró en recesión. Cada mes que pasa Chile pierde peso internacionalmente. En Perú los chinos van abrir un mega puerto y el comercio exterior se va a desviar al país de los incas, ¿y los araucanos qué?

La situación de Chile no se resuelve con un gobierno de derecha, la cual se radicaliza al mismo paso que la izquierda. Chile como el resto del mundo requiere un centro que favorezca el diálogo y punto de encuentro (que los hay y muchos), entre las alas moderadas de derechas e izquierdas. Cómo dijo un político peruano y ex alcalde de Lima, “no existe una manera socialista o cristiano demócrata o liberal de arreglar un hueco en la pista, solo se arregla y punto”. El problema de la derecha es que se ha contagiado de la enfermedad de la izquierda, se ha ideologizado. Recuperar el centro es lo único que sacará a Chile del hueco en que los políticos la han puesto. Se necesita una centro izquierda y una centro derecha, porque la gran mayoría quiere una vida tranquila. Pero hay que trabajar para establecer ese centro, uno viril y no de cobardes que le dicen si a todo. Quiero rescatar la figura de Sebastián Piñera, el tan llamado presidente de derecha que en realidad era un hombre de centro derecha, que sabía escuchar, dialogar, porque dialogar no es pactar. Su auténtico valor como mandatario que fue lo sentiremos con más fuerza en los próximos años, porque cómo están las cosas ahora, pensar en un Chile mejor es pensar en el Chile de Piñera.

Entretanto, permanecer como una mayoría silenciosa es convertir a Chile en un país de callados (tal y como fue en octubre de 2019 en que se dejó que las cosas pasarán cuando otros tomaron las calles), y siguiendo este camino, desde el punto de conflicto en el que estamos y yendo en línea recta desde la inoperancia del actual gobierno, así solamente les digo una cosa: si no hacemos nada Chile se nos muere.

Y yo deseo que no sea así.

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