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Entrevista: Jorge Pimentel “Desde que uno decide ser poeta todo le está negado”

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JORGE PIMENTEL

“Desde que uno decide ser poeta todo le está negado”

Entrevista John Martínez
Fotografía Sandra Enciso

Una de las voces más importantes de la poesía  hispanoamericana, Jorge Pimentel (Lima, 1944), habló con Lima Gris. Esquivo para la entrevistas, buscamos conversar sobre cosas pocos conocidas, con el alguna vez llamado  l’enfant terrible de la poesía peruana.

Desde la casa de Jorge Pimentel se ve parte de la ciudad, dividida entre el follaje del parque el reducto de Miraflores y los edificios que crecen cada vez más. Mientras nos invita chicha morada, nos cuenta que vive aquí desde hace más dos décadas junto a Pilar, su compañera durante 40 años. Inquieto, entra y sale de la sala; nos trae panes, vuelve a salir, se coloca una bufanda. Trae café, se sienta, cambia de sitio. Entonces intervengo:

 

¿Si te pones a pensar en tu infancia, qué es lo primero que recuerdas?

 

— Yo vivía en un edificio en Mariscal Miller, cuadra 11, en Jesús María. Nací en ese edificio, en 1944. Allí vivían una serie de personajes medios locos, extranjeros, yugoslavos, americanos, italianos que habían venido a vivir al Perú. En el segundo piso, arriba nuestro, vivía una familia italiana, eso era como una película. Eran muy alegres, yo me hice amigos de ellos.

 

El primer recuerdo que tengo fue en ese edificio, se cayó un chiquillo por la ventana y murió. Luego recuerdo que una de las cosas que más me gustaban era agarrar mi bicicleta Hércules (la cual frenaba poniendo un pie en la llanta trasera, porque ni frenos tenía) y me iba por todo Lima. Era mi liberación, montar mi bicicleta, pasearme solo. Salir de toda esa bulla del edificio, eso fue en la época en la que estaban construyendo el hospital del empleado.

 

¿Cómo era Jesús María en aquellos tiempos?

 

— Era un barrio: jugábamos fulbito en la calle; peloteábamos. Yo era defensa (buen defensa), inclusive formé mi equipito que se llamaba “Huracán”. Hicimos una colecta, nuestros viejos nos dieron para comprar camisetas, y así jugamos los campeonatos inter barrios.

 

¿Nos puedes hablar de tus padres? Enrique y Victoria.

—Mi padre… (titubea), no creas, nosotros hemos vivido apretados. Mi viejo era gerente de ventas de la compañía Inca Kola,  mi madre en ese momento no trabajaba. Mi padre era muy buena persona pero era medio loco, le gustaba la vida -no quiero hablar mal, yo adoro a mi padre- pero hubo una separación. Mi madre comenzó a trabajar en el Correo Central. Mi padre se fue a Ica.

 

¿Lo dejaste de ver?

— Si porque vivía en Ica con otra señora.

 

¿Qué pasó con tu madre?

— A mi madre la adoro. En esa época por primera vez la veía tomar una combi (no había combi en ese momento, estaba el “moradito”), hacia el correo central, su primer trabajo. Ella no había trabajado nunca. Mis padres se casaron muy chibolos. Entonces yo vivía con mi madre y mi hermana Cynthia. A veces había poca plata, no alcanzaba siempre.

 

¿Dejaste de estudiar para trabajar?

— Terminé el colegio gracias a mi madre. No es que mi padre se portara mal, sino que a veces enviaba menos dinero. No porque no nos quisiera, sino… bueno. Total que yo veía a mi madre tomar el ómnibus y me daba mucha pena. Yo estaba aún en el colegio. Lo que hicimos fue mudarnos de casa, fuera de mi viejo barrio. Contratamos un camión y nos fuimos de ese barrio maldito (risas). Fue como un símbolo de liberación. Nos fuimos a vivir a Francisco de Zela, cuadra 8. En la esquina estaba el desaparecido bar Pilsen, en la avenida Salaverry. Empezamos una nueva vida.

 

¿Es cierto eso que cuentas en un poema de Ave Soul, que ibas a buscar a tu madre a su trabajo y te sonrojabas porque la gente pensaba que eras su novio?

— Sí. Porque mi madre era muy bella y se casó muy joven. Es cierta esa anécdota.

Volvamos. ¿Qué recuerdos de esa nueva casa?

— Los mejores, haber salido del edificio, de esas voces que se iban presentado una tras otra, fue bueno. Alejarse de los gritos fue una liberación. Además esta era otra cosa, una casita, no un departamento. La mudanza nos salvó.

 

 

¿Quizá esa es una influencia inconsciente que aparecería en tus libros, donde las voces aparecen, y por momentos -como lo señala tu editor al hablar de Tromba de agosto– son legión?

— Yo creo que sí, porque mira: era un edificio que tenía un hueco y por allí se escuchaba a italianos, ingleses, yugoslavos, chinos, peruanos, gente excéntrica.  Cada uno con su lenguaje. Todo eso lo escuchaba y me tuvo que influenciar.

 

¿Y en esa época la relación con tu padre, cómo fue?

— Venía los fines de semana a la ciudad, desde Ica, y dejaba dinero para la semana. Yo no creía que le gustaba la poesía, pero cuando murió, muy joven,  en un accidente en su auto, descubrí que entre sus cosas estaban todos los recortes relacionados con mi poesía. Él era más bien, enamoradizo, medio playboy, le gustaba la carrera de carros, pero no era millonario. Cuando murió no dejó nada. Todo lo que tuvo lo despilfarró. Yo comencé a realizar trabajitos para Inca Kola, donde mi viejo trabajaba. En las vacaciones  de 4° y 5° de media, en el verano, trabajaba en un camión repartidor. Allí comienza mi poesía.

Yo era supervisor, viajaba en el camión con el chofer y los repartidores, salíamos a la ruta desde  las 7 a.m. Así conocí todo Lima. También conocí a un filósofo de la calle, un argentino llamado Machín. Con él charlábamos y también con los repartidores. Así conocí el lenguaje de la ciudad, en la calle.

 

¿Ya escribías en ese momento?

— Escribía mal, escribía tonterías. No eran mías, sino cosas influenciadas. Tenía poemas esporádicos pero no me bastaban, sentía que faltaba algo.

 

¿Sentías en ese momento que faltaba algo o lo supiste después?

— Con la experiencia de los camiones me sirvió mucho, cambié radicalmente. Me di cuenta que la vida era otra cosa, que la realidad era otra. Ese fue mi primer bautizo. Me involucré totalmente. Yo escuchaba la jerga todo el día, el lenguaje, el cochineo, las risas, el cariño de la gente. Hablaba con todos, de todo. Eso me dio una nueva mirada de la vida, del Perú.

 

Situación que se reforzaría en la universidad Villarreal, donde conoces a gente de Chiclayo, Piura, Pucallpa…

— Ese fue mi segundo bautizo, cuando conozco a la gente de la Villarreal. Yo cambié mi turno de la mañana a la tarde y así conocí a Juan Ramírez, Jorge Nájar, Mario Luna, a José Carlos Rodríguez, Manuel Morales, Julio Polar,  gente extraordinaria de provincia, ellos me hicieron crecer aún más. Todos ellos no se chupaban con nadie. Conocí el “aputamadramiento” que traía Mario Luna. No era caminar por caminar, era darle estilo a la caminada. Era gente que se reía de la vida (Pimentel se para e imita un caminar achorado mientras hace una broma nombrando a Melcochita). Era el estilo. Mario venía de Chimbote. Yo aprendí mucho de él, de ese “aputamadramiento”.

 

¿Esa es una de las características de Hora Zero (HZ), no?

— Claro, HZ, era eso. Decíamos: -¡Vamos hacerlo! -¡Vamos! -¡Vamos a sacarle la putamadre a ese huevón! -¡Vamos! Todo era ¡vamos, vamos, vamos! Esa era la actitud siempre, no tenerle miedo a nada, ni a nadie.

Otras de las cosas que me influenció fueron las risas, en especial la de la gente de la selva. Con Manuel Morales, Nájar y Rodríguez. Con ellos nos imbuimos a la psicología de la risa. La gente de la selva es muy risueña, no se hace problema de nada. Eso también aprendí. Si hay un problema, -¡A la mierda!- (suelta una risa estentórea con un gesto despreocupado). Pero eran responsables y a la vez relajados. Hermosa contradicción.

Otro aporte es que cada uno traía sus jergas, historias, mitos, leyendas; mejor dicho, su barrio. Y se ve en su poesía. Nosotros descubrimos que todas nuestras historias -las de Chimbote, Chiclayo, Huancayo, Pucallpa, Cerro de Pasco- eran poesía. Y también había poesía en La Victoria, Lince, El Callao, Pamplona.

La idea era poetizar desde tu propia provincia, hacerla universal desde allí, desde donde estabas. En esa atmósfera decidimos fundar HZ, estábamos hartos de toda esa frivolidad.  La gente en verdad creía esas frases de R. Hinostroza “más vale un desnudo griego que un cholo calato”, y “más vale contemplar el río Támesis que el río Rímac”. HZ prefirió al cholo calato que al desnudo griego, y al río Rímac que al Támesis. Volteamos la torta. En esa época (y hasta ahora) se sigue poetizando a la manera inglesa. En esos tiempos era un sacrilegio escribir cosas como (mira a la fotógrafa y le pregunta su nombre, luego recita): “Estoy caminando con Sandra, por jirón Quilca…” eso era una tontería. Si lo escribías así te tiraban piedras, te apartaban.

Nosotros sentimos que lo que uno vivía no estaba en la poesía peruana de esa época. Aquí se vivía algo inédito, Lima fue inundada de gente, se creó un nuevo escenario. Y la prueba son los poetas de HZ, que venían también desde esa inmigración. La poesía que había en esa época reflejaba otro país. Los poetas estaban escribiendo como en el siglo de oro español o como las generaciones anteriores. Yo no me identificaba con esa poesía y aún no lo hago. Yo veía a mi viejita subirse al ómnibus para ir a trabajar al Correo Central y me preguntaba dónde estaba eso en la poesía peruana.

¿Entonces el movimiento denuncia eso y lo consolida con las publicaciones individuales? Porque comenzaron inéditos.

— Inéditos, nadie tenía libros. Salimos con una revista, pusimos nuestro manifiesto y cambió todo.

 

Luego de la primera etapa de HZ, que tiene una gran repercusión,  te vas a Europa. ¿Cómo fue eso?

— Me voy en un barco italiano. Vendí algunas cosas y me fui solo. No conocía a nadie, me fui sin ninguna referencia o dirección. El barco se fue desde el Callao hasta Panamá y luego de allí hicimos 10 días de puro mar, hasta llegar a Barcelona. Estuve 2 años en España, desde allá llamé a Pilar para que vaya. En España se nos terminó rápido la plata y la mejor opción era Münster (Alemania), a donde fuimos. Logramos trabajar juntos lavando platos. Me fijé la meta de trabajar todos los turnos durante 3 meses y no cobrar sino hasta el final de ese tiempo, me compré unos audífonos y trabajaba así. Los alemanes me hablaban cosas ininteligibles, me daban las sartenes y me enseñaban a lavar pero yo no sabía ni alemán ni inglés y entonces me hablaban (Pimentel imita el alemán divertidamente) lo único que entendía era Dhis o This, la única palabra que repetían para que yo entendiera. Estaba enloquecido con ese lenguaje monosilábico, que no era ni inglés, ni alemán.

El trabajo quedaba lejos de donde vivía y hacia largos viajes en bus. Una vez subí y pagué mi pasaje -ya sabía cuál moneda usar-. El chofer, que parecía uno de esos alemanes malos de las películas, la recibió y me quedó mirando mientras yo me sentaba atrás. Entonces me di cuenta de que el carro no arrancaba, el chofer aceleraba y en eso, desde un altoparlante, oí su voz que gritaba (Pimentel vuelve a imitar un alemán increíblemente real y nos invade la risa). Me asusté mucho, no sabía qué hacer. En eso, un español que estaba allí me dice que el chofer me llamaba. Con miedo me acerqué al chofer, él dijo algo que nunca comprendí y me dio mi vuelto.

 

Luego en España, publicas Ave Soul, no puedes publicar algunos poemas que estaban en Lima. ¿Qué pasó?

Si, luego de Alemania vuelvo a España y publico Ave Soul. Había dejado cosas mías en Lima, dentro de una caja de leche Gloria, y en ella, 3 poemas que no estuvieron en la primera edición. Eran otros tiempos, yo no sabía cómo explicarle a mi vieja la forma de encontrarlos. No había fax, ni celular, solo el telegrama. Fue una cosa muy rápida, saqué el libro y al toque me vine. Sabes lo que pasa, es que yo soñaba con una voz que me decía: “tienes que ir al Cordano, a tomarte un vino de la casa y un tallarín rojo”. Soñaba eso. Me dije: tengo que volver a Lima. Sentía que ya no tenía nada que hacer por allá. Yo quise sacar HZ en España pero…

 

Tú les escribes a los horazerianos residentes en Lima, solicitando que aprueben esa filial….

— Claro, siempre hemos sido democráticos, no podía actuar al caballazo. Y aquí dijeron no.  O sea mi viaje fue para formar HZ allá; tenía todo preparado, a los poetas, a los poemas. Pero no se dio.

 

Entonces te vuelves a Lima y en el barco conoces a un mexicano a quien le regalas decenas de tus libros….

— Fue en el puerto de Cataluña. Antes de subir al barco, me encuentro con un mexicano. Yo me iba en media hora, así que le di algunos Kenacort y Valium 10 (primer libro de Pimentel), y unos 200 ejemplares de Ave Soul, solo me quedé con 50 para traer a Lima. Así, supongo, este mexicano le alcanza el libro a Roberto Bolaño, a Mario Santiago, a los Infrarrealistas.

En Lima, los familiares nos recogieron a Pilar y a mí, pero yo agarré un taxi y me fui al Cordano a tomarme esa copa de vino.

 

ESCRIBIR

Los últimos 5 años has tenido actividad editorial, cosa que no es habitual en ti, pese a que escribes mucho.

— Si, es que acá nunca nadie me va a becar. Un poeta no tiene que esperar nada. Aquí hay mucha gente que ha esperado becas para escribir. O escribes o no escribes, así es.

 

La experiencia es escribir, no publicar…

— Si, entonces yo mismo me beco, encuentro la inspiración. La inspiración es el oro y el oro es el lenguaje. Encuentras una palabra, dos líneas de un poema y ya está, encuentras el lenguaje. Y lo tienes que hacer al toque. Entonces vendes unas cosas, trabajas más, te becas. Yo me becaba un mes. No hay plata para más. Entonces durante 30 días tienes que escribir y terminar el libro. Tú con ese dinero te puedes ir donde quieras, a la punta del cerro, al cine, hacer lo que necesites para escribir. Te puedes tomar una cerveza pero solo una, cuando escribes no puedes hacerlo borracho. No hay mayor placer que escribir dos poemas en un día, sentarse solo en un bar y leer lo que has escrito, con una cerveza tomada a sorbos, nada más. Al día siguiente, lo mismo, a la calle y escribir.

Cuando escribo un libro lo guardo un año, si veo que funciona y el lenguaje no ha envejecido. Si sigue funcionando, lo vuelvo a guardar. Luego, a los dos años, si ese libro funciona, ya te metes a corregir. El libro debe tener un reposo, para ver si funciona.

 

Entonces crees que hay mucha gente que publica por publicar…

— Claro, hay poetas que sacan sus memorias, sus obras completas. El primer libro lo publicas y luego aguántate. Ve qué proyecto tienes. Tu proyecto tiene que madurar. ¿Qué tema será? ¿Qué  lenguaje hay para el tema? ¿Qué requiere? Siempre tienes que estar pensado en tu proyecto, todo el tiempo, todo el día. Caminar pensando en tu proyecto, acostarte con el proyecto en la cabeza, despertarte con el proyecto en la cabeza; levantarte, ver televisión y tener un lápiz contigo, porque en algún momento va aparecer el lenguaje para ese proyecto. Puede ser una frase, una palabra, una línea. Y sobre eso ya construyes el poemario. Pensar todos los días, hasta que se aparece no la musa, sino el lenguaje. Allí captas y te encierras a escribir.

 

¿Cuál es el momento actual de HZ? Más de 40 años después

— Mira, lo importante es escribir libros. Sin libros el poeta no vale nada. Ahora nosotros nos dedicamos a escribir, a publicar, criticar y sobre todo a estar atentos a lo que está pasando en la poesía peruana. Por ejemplo lo último que ha habido con los conchudos de la antología consultada (refiriéndose a Susti, Güich, Chueca y López Degregori). Ellos mismos se hacen su canon, les preguntan a sus amigos. ¿Por qué no le preguntan a gente de las universidades de provincia? Los consultados son -la gran mayoría- caviares. La poesía es más amplia. La gente que está en la poesía es más amplia. El número de jóvenes es inmenso en las universidades del Perú. Ese es un grupito que, como si fuera un té de tías, elige cómodamente. Para consultar que les pregunten a otras personas, no solamente a nombres que paran en reuniones frívolas. La poesía no es frívola. La poesía no puede hacer encuestas. Los que hacen canon y encuestas, son los que no tienen poesía. Y como no van a figurar en la historia de la poesía peruana, ni latinoamericana, entonces hacen sus propias encuestas, sus propias antologías. Y son unos conchudos porque ellos mismos se incluyen. Esa actitud invalida todo. Yo no estoy allí, me autoexcluí, así como Tulio Mora.

La poesía no es marketing. HZ está atento a lo que pasa, pone y dice las cosas. No somos un club. Todos los días hablamos por teléfono, hacemos poesía, queremos hacer recitales. Estamos presentes, escribiendo, libres y hermosos.

 

Además de la obra, qué otra cosa ha sido importante para ti en HZ.

Lo importante ha sido cómo puede ser que tanta gente haya creído que había que cambiar la poesía peruana. ¿Por qué creyeron eso? Nos siguieron, hay gente que ya no está, muchos murieron: Manuel Morales, Juan Ramírez, Mario Luna, Isaac Rupay (quien era un canillita). Eso era lo deslumbrante y lo maravilloso. Porque esa gente nos creyó y nos siguió durante años. Y no había ningún premio de por medio, ni petróleo, ni diplomas, ni plata. Pero nos siguieron, y lo hicieron cuando lo único que había era un ceviche de jurel, un rin, pasajes de ida y vuelta, una chata de ron y verdadera poesía.

 

¿Cuál es el futuro de la poesía peruana? ¿Cuál es la influencia de HZ en la poesía actual?

— Nunca hemos pretendido que la gente escriba como HZ, lo que hicimos fue liberar a la poetas de esa influencia de Inglaterra, estatuas griegas y campos de golf (con el respeto que le tengo a Cisneros e Hinostroza). Liberamos a la poesía peruana de eso, pero nunca obligamos a nadie a escribir como nosotros. Si te fijas, en HZ cada uno escribe diferente pero lo que nos une es la intención, es decir, mirar al otro sin frivolidad, hablar claro y tener siempre un cuestionamiento crítico. Todos nuestros poetas escriben diferentes. Aquí el único patrón es la poesía integral.

Hay una frase de Palabras urgentes que dice “Se nos ha entregado una catástrofe para poetizarla”. Ahora existe la misma catástrofe, ¿qué cosas más existen en nuestro país? Hay más chifas, más centros comerciales, pero luego todo es igual: existe el hambre, la desocupación, los coimeros, los murciélagos que quieren chuparte la sangre por todas partes, gente que quiere robar al estado. Estamos iguales, no hay gran transformación, ese fue otro cuentazo. El país todavía está por hacerse, yo me siento como si viviese en los años setenta. Para mí el Perú no ha cambiado nada, solo ha cambiado las apariencias.

 

¿Y los poetas han cambiado?

— Hay poetas que quieren buscar su bequita, que quieren subir al parnaso rápido. Veo mucha frivolidad, veo que hay mucho ayayerismo, mucha mafia literaria. Pero también veo la influencia de HZ. Veo esa libertad de no tenerle miedo a nadie. Por ejemplo, cuando yo hice reto a Cisneros (Antonio) quise demostrar algo. ¿Por qué un muchacho sin libros, de HZ, desconocido como yo, retó a Cisneros, que recién había llegado de Europa, con un Premio Casa de las Américas bajo el brazo? ¿Por qué? Lo hice para demostrar que no hay que tener miedo a nadie. Los poetas no tienen que tener miedo a nada. Solo a uno mismo y a su poesía. Por eso lo hice. Luego unos se fueron por un lado y los demás por el otro. Con esto no estoy criticando a Cisneros, ahora su poesía habla por él. Fue un buen tipo. Hubo diferencias poéticas pero nada más.

 

40 años sin hablarse. ¿Hubo un reencuentro?

— Solo nos veíamos por la calle. Pero hace como un año, en el café Haití, yo estaba con Fernando Obregón, y Toño apareció. Nos saludamos, dejó a sus acompañantes en otra mesa y se pasó un rato a la nuestra, a conversar. Fue todo muy cordial. No solo conmigo, un par de meses antes de su fallecimiento se encontró con Tulio Mora en la exposición de un artista plástico, Tulio se acercó, le dio un abrazo y un beso en la frente y Toño le agradeció.

 

Tromba de Agosto

No sé adónde voy, no sé qué hago aquí.
Alzo la vista y siempre el mismo personaje
pidiendo, suplicando de rodillas, de codos,
que ordena:
córtenle el agua, córtenle la luz.
Jódanlo sin matarlo, sin cansarlo, cánsenlo.
Reviéntenlo sin reventarlo, sin ahogarlo ahóguenlo.
Que sufra sin matarlo, sin destruirlo destrúyanlo.
Y me es imposible y me es imposible y me es tan imposible,
imposibilitadamente compañeros, que de un tiempo a esta parte
me parte que me rota,
me trota que me parte,
me troza que me rota.
Y no lo ven ni por asomo
cuyes, triciclos, perros, alcachofas, jabones, detergentes,
pernos, llantas, aceites, huevos, legumbres, papas, sal,
pantalones, zapatos, caiguas, tomates, lapiceros, frazadas,
que son su fuente de ingresos y que para mí son gastos
por lo que vengo pagando desde que sé lo que es el sol,
desde que me sé desocupado y sin empleo.
De codos, con ceño fruncido, con sueño, cansado,
con los pies que me duelen,
con el cerebro que me estalla en mil pedazos.
Como, porque si como patéenlo.
Acaricio, porque si no beso fusílenlo.
Te quiero, porque si no te amo mátenlo.

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