Opinión

Encuentros inesperados con Ladislao Plasencki

Lee la columna de Julio Barco

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Daba mi vuelta matutina por las calles del centro. A pasos parsimoniosos por Jirón Rufino Torrico, doblando a la derecha por Huancavelica, me topé con Ladislao. El pintor-poeta viene cargando un tubo enrollado y empapelado, con su boina marrón cuadriculada estilo Pablo Neruda, y un pantalón de seda color crema y una camisa blanca. Nos saludamos. Me dice que va a dejar un pedido a un cliente. Al otro lado de la vereda, una caravana de niños, con polo blanco y buzo verde, pasean jubilosos, el profesor atrás los va guiando. Los vendedores de lentes de Torrico, en sus trajes blancos, saludan jubilosos a los nenes. Plasencki sigue un compás marcial: camina directo, pisando con cuidado, firme en cada movimiento.

Habría que inventar una regla del buen autor mediocre. Uno, cree que con un solo libro basta para ser respetado en la literatura. Dos, no lee nada. Tres, rechaza la sociedad. Cuatro, nunca escribe –sentencia el maestro-. Y más. Podrías escribirlo en algún momento.

Pasamos por los restaurantes, repletos de menú de doce soles, con sopa o entrada de ensalada rusa o causa de palta con mayonesa. Cruzamos el pasaje Santa Rosa y llegamos a la Plazuela de Santo Domingo, donde, después de un rato de admirar los retoques de la cúpula de la iglesia y observar si se encontraba su amiga, el pintor decide llamarla. Ella, con impecable paciencia y amabilidad, lentes y cabello corto pintado de marrón, llega. Luego nos dice que antes va a comprar unas piedras y quedamos esperando afuera, un rato, hasta que finalmente regresa y la acompañamos a tomar un taxi.

El punto cinco de un escritor fracasado- afirma- es el de dormirse en sus laureles. ¿Cuántos de nuestros escritores al conseguir un éxito ya se abandonan y no hacen nada más?

Esperamos que cambie el semáforo. Una señora cruza empujando su carreta. Un niño viene a venderlos toffys de chocolate. Es una tarde nublada. Triste. Insípida. El cielo parece mortaja, tumba, palabra sucia. El vasto cielo, congregándose reptando en una sola manta fría y desvaída. Cruzamos la pista.

(Columna publicada en Diario UNO)

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