Opinión

En torno a Repulsión, de Roman Polanski (1965)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Me gusta pensar entre otras cosas para mi propio placer y siendo fiel a mi propia conexión con la obra pero sabiendo que no es quizá del todo exacto, que Repulsión es una película sobre la vida interior (ya sé: cierta calidad de vida interior con una fisonomía crecientemente patológica no necesariamente muy plácida). El lugar común muy sensato por otra parte contra el que no tengo ninguna objeción en especial afirma bien simplemente que es una-película-sobre-la-locura. Tan simple, por complicada que sea la locura, que siento que hay una trampa ahí. En fin. Y podrías decir: Querida locura, dame mi dosis exacta, pero no más. No como en esta película, no hasta este punto, el de la gestación o el eslabón último, cuando se desata la explosión y la implosión si se quiere horrorosa, triste, inevitable, definitiva. Oquendo de Amat diría, tuve miedo y me regresé de la locura…

La locura en ciertas locas películas o en películas ciertamente sobre la locura, es tan previsible -sobran signos-, quiero decir, en las dimensiones narrativas involucradas para ‘entenderla’, y, por lo tanto, y a mi entender, resulta con desesperación insuficiente. La locura es desde ya un razonable y super estabilizado lugar común estilo mira lo que te va a pasar si no te tomas la sopa. Además, y de seguro, tema desarrollable, el cómo mirar la locura haciendo de o con ella un objeto o un estado apetecible, al menos en teoría, en fase contemplativa, en encontrarla sumamente divertida, a modo de terapia, tipo bicicleta estacionaria, contra el aburrimiento. Turismo psíquico para que uno no se mueva de donde está, como si sí. Sazonador de locura en la vida más sometida para que la caricatura humana general se siga representando en todos los teatros. La regla -rota por un ratito- garantiza que es irrompible.

Locura erótica: se puede postular o formular una erótica de la locura sin grandes contratiempos. La belleza gélida de Catherine Deneuve, espesura melenuda sin reacondicionador, ojona respingona y delgadita, ayuda.

En mi caso y como espectador me inclino por los momentos preciosos de soledad del personaje, de rica inmersión, aunque entrañen anonadamiento. O precisamente por eso. No enloquecemos solos, por nosotros mismos, es la sociedad la agente enloquecedora, la perpetradora de la violación ontológica, incluyendo la sexual. O esa es la metáfora que sigue resonando en mí.     

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