La última conferencia de prensa dejó muchos clavos sueltos: no les liga una. A la prensa le cerraron el caño con una sola pregunta y el sentido del discurso estuvo por los aires; primó la venta de humo y no el argumento consistente. La perorata del presidente fue puro tronco, una rocaza: nunca cristalizó. Y es que en términos de estrategia comunicacional, en palacio están verdes. ¿Ningún crack puede escribirle bien los argumentos? ¿Dónde está la intelligentsia?
En el gobierno no fluyen los conceptos: lo que debía ser una comunicación efectiva y ágil se convirtió en un monólogo burdo, atrapado en sí mismo. Como discurso, un misterio. Las ideas no rotaban, el pase del presidente a los ministros tampoco aclaró las dudas. El contexto era la pandemia del coronavirus y se requería un mensaje claro y directo: ir al blanco. Pero no fue así: la performance palaciega recordó esas exposiciones universitarias donde el profesor estaba más perdido que los alumnos.
Se suponía que el paquete de medidas, para contener la pandemia del coronavirus, iba a ser comprendido por todos; sin embargo, la información llegó a cuentagotas, dejando en constante angustia al televidente, que no sabía a qué atenerse. Sagasti quiso ser ligero, pero cayó pesado: muchas rocas en corto tiempo. Los giros y los arcos argumentales también contribuyeron a este desgaste comunicacional, que terminó mareando a la misma prensa. Si se querían presentar medidas para contener la pandemia ¿Por qué no se anunciaron de modo claro y ordenado?
Sin embargo, desde otro punto de vista, podríamos especular que la estrategia de Sagasti fue informar deliberadamente de manera superficial, amarrando frases y ajustando ideas como un mecanismo de blindaje. Si los modelos no enfocan adecuadamente la realidad, el pueblo no tiene dónde criticar: porque al fin y al cabo nadie entendió nada. Para deleite del espectador la cereza del pastel en esta parafernalia fueron los cuadros explicativos: ni Farid Matuk lo hubiera podido hacer más complicado.
Después de esta conferencia —que sin roche podría encajar en “Esperando a Godot” — se empieza a comprender la devoción que Sagasti profesa por César Vallejo, una característica que lo hermana con su colega de lenguaje: César Acuña. Y es que ambos deben de ser lectores aplicados de Trilce: de otro modo no se explica tanta “experimentación” con la sintaxis. Es eso o Sagasti ha comenzado a inventar un lenguaje propio. Quizás tanta perorata “de vanguardia” del Partido Morado lo está volviendo surrealista.