Opinión

En octubre no hay milagros

Lee la columna de Fernando Casanova Garcés

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Por Fernando Casanova Garcés

Dina no sabe leer. Su rostro es la insignia de la educación peruana. Casi apretamos los dientes para que respete puntos y comas cada vez que mira un papelito en sus de verdad penosas ceremonias. Otárola es su gran papeluchero y compadrito de los bajos fondos, uno de los más desdibujados pobrediablos que se haya visto en el cargo. Lima y su alcalde huelen a berrinche y el hedor viaja hasta un Congreso que haría salivar a Juanito Alimaña y Luca Brasi.

En el Perú se amanece con una prensa tan miserable que ya ni disimula ser un tentáculo del poder bancario y farmacéutico. Nadie en la calle duda que cualquier canal o periódico trabaja sobre telarañas de influencia y manipulación made in CONFIEP. Basta con abrir cualquier diario para asquearse con su desvergonzada protección de las élites corporativas. En radios y redes proyectan la agenda y designios del gran capital: sangre, pan y circo para la masa. Si por milagro del mes se cayera el telón, veríamos a Dionisio Romero con una mano haciendo mover la boca de Keiko y la otra tirando migajas para las palomas del Poder Judicial.  

Pero existe una sociedad virtuosa que teje su historia de espalda a esa pus. Mujeres y hombres que madrugan para educar a sus hijos en los barrios populares, tradiciones que perduran en los rincones más remotos y una lucha silenciosa de cientos de colectivos que no aceptan vivir en la infamia ni tolerar los designios de un gobierno que dispara a matar cuando lo cuestionan. Sus medios llenan todo de la hez farandulera y mediocridad futbolera, y ese no es el Perú de Arguedas, no es el pueblo de Vallejo y Mariátegui, ese que late con fuerza en el corazón de los Andes, en las costas del Pacífico, en el alma del Amazonas.

Es en este contexto que emerge con urgencia el llamado a una revolución social, una que trascienda las palabras y las promesas políticas para desembocar en un cambio profundo y significativo de la estructura misma de la sociedad peruana. La desigualdad es una herida abierta que empaña la brillantez de nuestra historia pues persisten los abismos económicos que separan a ricos de pobres, a urbanos de rurales, a los mestizos de los pueblos indígenas. Creo en la educación como única salida. Es la piedra angular y el motor que promete un renacer singular, el inkarri que nos retorne la dignidad y el camino hacia una comunidad más ancha, menos ajena.

Acaba octubre, el aire está lleno del frescor de la primavera y la naturaleza nos recuerda el misterio del cambio. Nuestra patria, aunque país de fe, no necesita milagros sino el compromiso colectivo con valores fundamentales que empiezan con la honestidad. El poder del cambio reside en cada uno, ser un vecino respetuoso puede cambiar el mundo. A puertas de acabar el año nos asedian la recesión económica y un nuevo Fenómeno de El Niño, y sumado a las imágenes lacerantes venidas de Palestina y Ucrania, nos es difícil ensayar esperanzas y desear mejores venturas, no obstante, obligado por nuestros hijos y los niños del Perú, frente a toda la miseria, pienso en la belleza que aún permanece.

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