Cuando pienso en alguien que está loco por la vida, es decir, loco por sentir la vida hasta sus últimas consecuencias, no pienso en ninguno de los grandes poetas que todos conocemos ni en los más inspirados ángeles de la distorsión y el caos que el rock and roll nos ha brindado, no. Cuando pienso en alguien que siente locura por la vida, solo pienso en mi padre.
Desde joven parecía haber vivido todo y, a la vez, todo le parecía nuevo. Era viejo desde siempre y niño, siempre, también, pese a ser un adulto. Niño en tanto polimorfo y perverso pero, también, en su faceta luminosa llena de amaneceres y arpegios y buenas maneras para propios y extraños. Turbulento y vital, atormentado y sencillo, en el medio en el que se ha desenvuelto nunca ha sido comprendido en su real dimensión de mago y artista, humorista, hombre de ingenio supremo y bailarín glorioso (he visto a todo un barrio dejar de bailar para mirarlo junto a su pareja circunstancial tanto en las calles de Zárate como en el Songoro Cosongo, en su momento).
Hombre verboso e inventivo, contradictorio y complejo, me dio dos consejos sintéticos a contracorriente de su incansable manía conversacional: sé pendejo (“para lo bueno”, en la medida de lo posible) y no hagas daño. Y algo más, acaso lo primero que me dijo casi como si la vida fuera una película de Scorcese: «nunca seas un soplón» . Un genio el tipo.
Hemos discutido mucho más de lo que nos hemos puesto de acuerdo, pero ahora que proso estas líneas, este sábado, que es su cumpleaños 65° debo decir que nadie pensó que viviría hasta este momento (así de loco fue en su juventud) y él mismo decía en sus veinte, como un mantra, que moriría a la edad de Cristo. Por eso, sólo se me ocurre agradecerle por estar vivo y por luchar todos los días por seguir así, contra viento y marea, contra la imbecilidad de mucha gente que nunca lo va a poder comprender y contra sus propios infiernos interiores.
Muchas veces, él ha dicho, jactándose, que lo que soy se lo debo o que si soy tal cosa es porque él también lo es, lo ha sido o lo puede ser. Me gusta refutar ese comentario pero, en realidad, tiene una buena parte de razón, su locura, probablemente, haya posibilitado muchas cosas para mí.
Su perenne afición y deslumbramiento ante la buena música ha sido su constante más briosa desde los éxitos radiales de 1982, la épica sonoridad de Led Zeppelin, la salsa dura de Héctor Lavoe, la sabiduría erudita y callejera de Rubén Blades y la sensibilidad nostálgica de las canciones de Nicola di Bari y cuanta locura genial haya podido captar su oído maravilloso.
En todo caso, su locura me ha permitido demostrar que se podía, es decir, que podíamos llegar a donde quisiéramos pese a los miles de obstáculos que la mala onda, la envidia o el egoísmo han dispuesto sin éxito en contra suya y de sus hijos. Las cosas se están dando. Hace veinte años, probablemente, era más contundente que ahora mismo, pero las cosas se están dando y eso hay que agradecerlo.
En fin, solo quiero decir que quiero mucho a mi padre y que quiero que viva para siempre
Siempre fue un genio de la vida y los caminos, pese a sus excesos y caídas o, tal vez, precisamente, por esa suma de contradicciones que han hecho de él uno de los personajes más fascinantes y literarios que haya conocido.
Lo voy a extrañar demasiado cuando se vaya y, por eso, solo, quisiera agregar algo directamente para ti, padre, hoy., en este tu día, NO TE MUERAS NUNCA.
P. S.
Este texto de Robert E. Howard podría haberse inspirado en Baltazar o podría haber sido firmado como un testimonio de vida por el hombre.
28 de Octubre de 2023, cumpleaños 65° de Baltazar Vilchez Campos, mi padre.