Empiezo este texto con una sincera aclaración. Si avoco siempre mi campo de reflexión, escritos y crítica hacia el ámbito de la cultura y las instituciones culturales y educativas, es porque estoy convencido de que la única solución para el mal estado del Perú se encuentra también en ese ámbito del problema. A mi entender, es una revolución de la identidad peruana lo que cambiará la relación asimétrica entre los ciudadanos y los distintos gobiernos de turno.
Las malas prácticas de nuestra herencia colonial, deben erradicarse para optar por una organización social que promueva individuos capaces en los diferentes cuerpos sociales del país. Escuelas, universidades, instituciones privadas y públicas más aún en la administración del Estado, deben contar con personal según su mérito (aptitud, trabajo, esfuerzo, habilidades, inteligencia, virtud) y no según su origen social o económico y mucho menos debe primar las relaciones individuales (o sistema de «amiguismo») del clientelismo político.
La Dirección Desconcentrada del Ministerio de Cultura del Cusco, como seguramente es en otras regiones, se ha convertido en el botín del gobierno de turno. Siendo la piratería lo más cercano a las prácticas de la actual democracia, por demás está hablar de la insolvencia moral y la incapacidad de la actual gestión estatal. Sin embargo, en la región debió alarmarnos que el primer candidato al congreso del Sr. PPK, al no alcanzar la votación necesaria sea premiado con la Dirección Desconcentrada de Cultura Cusco. No se dijo nada, ya que en tierra de ciegos el tuerto es rey.
No es difamar decir que su profesión (como reza su hoja de vida) es la Zootecnia y cuenta con post-grados en Etnometodología e Informática (que sería bueno apreciar en su gestión) así como en Etnología y Sociología Comparada. Estos últimos estudios, los debió recordar (el también exregidor de “izquierda”) cuando aceptó sin mayores reparos restringir en la ciudad inca de Machupicchu el ingreso libre de los cusqueños solo para los domingos al medio día. Aceptó a pie juntillas otro punto de venta para boletos a Machupicchu y la consecuente sobreexplotación de nuestro patrimonio material dilapidado en las malas prácticas administrativas.
Si así está el dueño del circo, imagínense cómo están los payasos. En una institución donde la cultura es el filamento más sensible, hacen “carrera”, funcionarios y empleados que ingresan a trabajar por el ser el cuñado, la comadre, el sobrino, “la amiga”, la tía, el calladito o el mequetrefe de la casa. Y seamos claros en esto, hombres y mujeres tenemos derecho a trabajar y compartir espacios laborales con nuestros cercanos o correligionarios políticos, pero aclaremos rotundamente, que los recursos del Estado no pueden beneficiar indistintamente a los caídos del palto que aterrizan en diferentes oficinas del Ministerio de Cultura como es el caso de la Sub-Dirección de Industrias Culturales y Artes.
Pero no todo es malo en la DDCC, por ejemplo, la cual me parece una gran gestión, es el manejo de la Orquesta Sinfónica del Cusco. Según tengo entendido, es el único elenco subvencionado de la región donde se les paga a los artistas que además cumplen con un exigente cronograma de ensayos y presentaciones. En esos profesionales de la música, considero que se invierte muy bien el dinero recaudado por nuestro patrimonio.
La meritocracia (proveniente del latín merĭtum: debida recompensa), es una forma de gobierno basada en el mérito y en términos generales, se refiere a la posición o responsabilidad tomada en base al mérito. El mérito debe ser entendido como los valores, la capacidad e incluso el espíritu apto que debe corroborarse en la experiencia o el concurso público (lo más oportuno y transparente me parece para que nadie se crea “especial”). Ahora, sabemos que la “dedocracia” tiene sus artilugios y se crean convocatorias fantasma, pese a ello, considero que si todos estamos hastiados del país que padecemos por lo mínimo en el espacio donde trabajamos exijamos un poco de limpieza.
La incapacidad y la ausencia de propuesta desde el sector público son otro tipo de corrupción y la que más daño le hace al Perú. Tengo la suerte de conocer a excelentes profesionales que laboran en el Ministerio de Cultura de la ciudad del Cusco y muchos son nombrados gracias a sus méritos. La intención de este artículo es hacer una crítica desde la reflexión y no desde la beligerancia. Hago la exigencia pública para quienes desde el rubro de la aventura llegaron a sus “puestos” y los exhorto a que la podredumbre del Estado para el cual trabajan no se siga inmiscuyendo con el propósito honesto de generar políticas públicas que verdaderamente beneficien a la colectividad representada por la sociedad civil organizada.
Si desean pruebas para que no aluda difamación. Cifras recientes nos dicen que la pobreza se ha incrementado en la región, y por lo mismo me pregunto si en el Cusco tendremos más lectores o más públicos asiduos a las “presentaciones culturales” que cuando las convoca la DDCC no sobrepasan ni su propio personal obligado a asistir. Con mucha pena, he visto a muchos “amigos” diluirse al servicio del Estado. A otros, combativos y consecuentes los veo batallar contra el horror sin necesidad de hipotecar sus consciencias ni ensuciar sus nombres y apellidos.
Ante esto, y para aquellos que se atrevan a sugerir que tengo algún interés en doblarme en alguna oficina pública lo confieso en especial para aquellos que creen tener algún derecho de “confianza”. Yo no podría tener un cargo de “confianza” en la paradoja de un país donde se la quitamos a un presidente corrupto y se la entregaron a otro defenestrado. Aquellos que ostentan la confianza del director o del ministro no tienen la confianza del pueblo, porque eso, se gana. La confianza no proviene del tráfico de influencias ni de lavarse las manos. Además, los que ya tienen las cuatro patas metidas en este gobierno y su “indi-gestión”, ya que no pueden lavarse las manos, deberían lavarse la cara. Mañana más adelante tendrán que mostrarla a sus hijos, y el Cusco es cada vez más pequeño para sus grandes problemas cuando algún día señalemos a los protagonistas de esta tragedia y la cleptocracia.
Soy antropólogo de profesión y es mi tema laboral la cultura. Vivo para la poesía y creo en un mundo donde todos nos quitemos lastres administrativos y se trabaje en común desde el conocimiento, la propuesta política y el aporte cultural. La mano que me guía no es la hipocresía. Y si en este texto no menciono ningún nombre de manera personal, pero están registrados como en un mural, es porque quiero demostrar en la práctica que no tengo problemas personales con nadie pero sí con el sistema en el cual se regodean.
Prefiero perder a varios amigos, antes que ver a una Nación sumergirse más abajo en complicidad y silencio de todos. Cambiemos nuestro entorno primero y depuremos entre nosotros qué intereses nos vinculan. Si es para continuar con el mismo sistema político no cuenten conmigo. Acostumbrémonos a luchar sanamente, por la vida y la dignidad. No tengamos miedo a concursar porque nuestro único premio será la mejor versión de nosotros mismos. Así uno mira a los ojos cuando habla a la gente y también dan ganas de amar el porvenir.
Creo firmemente en la gestión honesta, y que los espacios culturales deben ser espacios de debate y participación. Por lo mismo, existen leyes, proyectos de ley y planes nacionales que exigen materializarse para cumplir sus objetivos. Esto solo es posible, en concordancia de los diferentes sectores, pero, si nos sentamos sobre la mesa a trabajar, no admito que debajo se negocie. No es justo, que para realizar los proyectos y volcar las ideas (como en la Ley del Libro) se den convocatorias de años y múltiples sesiones con innumerables participantes, cuando para contratar al personal que debe ejecutar la normativa, se hace una efímera convocatoria y en una “reunión” seguro está cerrado el contrato, previo diezmo o quién sabe qué favor. Si me piden pruebas, yo pido que me demuestren lo contrario e institucionalicen la convocatoria abierta y extensiva así como el concurso público. Toda gestión es voluntad política y si toman mejores decisiones pueden aportar con un grano de arena frente a la corrupción en el Perú.