Literatura

Elogio y esbozo de explicación del valor de la Poesía de Juan Ojeda, por Percy Vilchez Salvatierra

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1.

Cuando los antiguos señores del desierto intentaban descifrar la voluntad de los dioses hubo una raza o una hermandad de hombres que consideraron tener ese privilegio y expusieron altísimos y severos vocablos en tablas de arcilla o marfil y, también, en la eternidad. Esos hombres fueron los profetas. Juan Ojeda pertenece a esa cofradía, de pleno derecho, pero en un mundo en el que los dioses ya habían perdido todo registro y alcance de sus propias voces. Ergo, es el poeta de la clarividencia infernal, de la desolación y la lucidez. No es en vano, entonces, que haya dedicado varias líneas a Scardanelli, el alter ego del deífico Holderlin, poeta absoluto que conoció la tragedia de haber andado con los dioses y luego, solo, sin esas presencias tutelares, supo lo que es la pérdida de la razón y fue objeto del escarnio de cualquier villano.

Quizás por esta profundidad raigal, la línea o la escuela de Juan Ojeda tiene muy pocos cultores en la poesía peruana, afecta, en general, a preciosismos y eufemismos, a muestras espléndidas de belleza fría y estática casi vacía, a una tendencia casi ilimitada a la ruptura y la vanguardia pero, al mismo tiempo, a un conservadurismo y una falta de ambición tremenda. Esta no es una línea trazada únicamente por el artífice de “Elogio de los Navegantes” pues tiene una raigambre muy antigua en diversas tradiciones poéticas pero, al menos, en nuestra tradición, el aeda porteño (chimbotano), llevó hasta el último extremo conocido, hasta el momento, esa capacidad de relatar sueños y pesadillas en el tono adecuado a dichas experiencias divinas o demoniacas según corresponda, ese desplazamiento permanente por las zonas más solitarias y oscuras de la existencia, la dinámica de una inmensa ambición insatisfecha. En fin, la navegación plena en el océano de la vida misma en el desamparo y la muerte que es el trasfondo final de su propuesta poética.

2.

Juan Ojeda nació un 27 de Marzo de 1944. Murió a los treinta años, según se cuenta, al arrojarse ante un bus que pasaba a toda velocidad en la ruta que va del centro de Lima hasta los acantilados y el mar (11/11/1974, 3.30 am, según el mito).

Vivió todas las vidas que tuvo a su disposición pero siempre estuvo marcado por la muerte.
Fue querido y admirado por grandes artistas pero anduvo peleado con casi todo el mundo.
Los que lo recuerdan dicen que su paso por este mundo fue como si hubieran presenciado un milagro aunque se supiera, de antemano, de su ruina inmediata: “Cuando lo escuchaba hablar de las voces desesperadas del camino/ o del alma bendita de la pena/ o de abrir todas las puertas/ para que todos pasen como el viento/ sabía que se iba a perder por los lugares más inhóspitos del mundo” (Fragmento de un poema de Juan Cristóbal sobre Juan Ojeda).

Se le desestimó en su momento (apenas si obtuvo una mención honrosa en el Premio Poeta Joven del Perú de 1965 cuando, por lo menos, debería haber ganado una edición diamantina de dicho certamen o el cetro vencedor en cualquier competición órfica), y aun se le soslaya entre la nomenclatura de los principales referentes de la vasta tradición poética que tiene el Perú.

Existe, en este sentido, una omisión absolutamente arbitraria en torno a la obra de Ojeda y las razones de este soslayamiento no importan (luchas de poder, segregación, discriminación, incapacidad lectora, etc.). Lo que sí importa es señalar que esta conducta irrespetuosa, este ninguneo inconmensurable, esta injustificada omisión, demuestra el enajenamiento y la mezquindad de todos los que pudiendo exponer estudios y selecciones de la profunda poesía ojediana se hacen de la vista gorda para seguir persiguiendo falsedades, para insistir en el autobombo o en la apología de la mediocridad.

Negar a Ojeda o no darle la importancia debida deviene, sin duda alguna, en una afrenta para la poesía misma, para los poetas y para los lectores. En todo caso, aun no hay una crítica a la altura del autor de “Arte de Navegar”, libro magnífico. Los estudiosos de la literatura, por lo tanto, deben hacerse responsables de encumbrar a quien es, de hecho, y debe ser, de modo público, una carta fundamental para exhibir la superioridad de la poesía hecha por peruanos en los niveles regional, continental y mundial dentro del ámbito de la lengua española.
Por lo expuesto, es claro que dejar de lado a Ojeda obra en un desmedro absoluto de la importancia de la poesía peruana del último medio siglo.

3.

Para realizar una aproximación al corpus de la poesía de Ojeda bastará señalar los títulos de algunas de sus creaciones:
“Arte de Navegar”, “Elogio de los Navegantes”, “Elogio de la Destrucción”, “Crónica de Boecio”, “Swedenborg”, “Paracelso”, “Oración para Scardanelli”, “Kerigma”, “Caput Mortuum”, “Eleusis”, “Van Gogh en Arles”, “Confesión de Mencio”, “Cántico para Leopardi”, “Hermes Trimegisto”, “Hommage a Stephane Mallarmé”, etc.

De la lectura de todos poemas se puede obtener una visión pesimista y oscura de la existencia humana y sería, pese a su grandeza, el canto de un derrotado, valiente, sin duda, para enfrentar este tipo de visiones pero hundido en los miasmas de la vileza que no ha podido superar. Por eso, es meritorio que este deambular en el Infierno no se haya limitado a esa pesadumbre que existe y no debe ser negada pero que si no es superada no demuestra una grandeza plena. Y es cierto que Ojeda no pudo habitar en el Paraíso, no consiguió como Dante una fórmula de expiación, pero su “Elogio de la Infancia” consignó una clave para su propia salvación que, también, puede ser la nuestra, la esperanza:
“Porque la tierra, niño, te cobijará/ En sus dones eternos, porque ya se avecina/ La edad de una historia fecunda: mira, mira estas ruinas. / Luego caminemos hacia los montes fértiles”.
Demás está decir que esta “esperanza” no es una confianza ciega sino la rebeldía serena contra la constatación del desastre universal que uno debe conocer para recién poder proponer un trabajo de restructuración de un mundo perdido o la fundación o persecución de un mundo diferente. Por eso canta Ojeda y dicta que se miren las ruinas de modo reiterado (“…mira, mira estas ruinas…”) para luego poder esforzarse en llegar a la utopía de los “montes fértiles” que son muy distintos, por supuesto, de las tierras baldías que celebró y denunció al mismo tiempo con toda la potencia de su voz.

Ahora, tan solo busquen en Internet los títulos sugeridos y se deslumbrarán como por primera vez ante la necesidad de belleza y la presencia del horror que coexisten en la vida de los desesperados, de los locos por la vida que se han destrozado muchas veces como Ícaros modernos por haber intentado acercarse al Sol o a la Luz, a la Sabiduría o a la Belleza, los reinos prohibidos y negados a los más necesitados del mundo.

4.
Este documento es tan solo una suma de impresiones acerca de Juan Ojeda cuyo aniversario natal es el 27 de Marzo. No podía terminar el día sin exponerlas en alguna parte como una prenda o un homenaje para él.

5.
El camino de Juan Ojeda fue y es aún el camino hacia otros caminos más altos y profundos, los predios de la poesía absoluta, pero es un buen y gran camino en sí mismo, al fin y al cabo, una ruta ambiciosa y desmesurada. Recibe muy pocos peregrinos pues está lleno de peligros como la vida y la sabiduría, como la poesía y la muerte. Quizás en ello radique su mérito menos importante.

(Este ensayo está incluido en 200 Imágenes Críticas del Perú ante el Bicentenario – La Verdad Oculta).

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