Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Elogio de Roberto Bolaño en el Meridiano de los Valientes

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I.

La literatura latinoamericana es un desierto no exento de color y de zonas luminosas minúsculas (aunque con su luz propia y austera), pero no hay ningún oasis grandioso ni ningún otro espacio que pueda vencer al desierto.

El último hito que contrariaba esta circunstancia, perenne durante décadas, fue Bolaño, es decir, su obra de ficción y su pensamiento literario o estético.

Este 2023 habría cumplido 70 años y antes de terminar este fin de semana le dedico las siguientes reflexiones intempestivas:

Bolaño fue un gran desengañado y escéptico, un tipo barroco, realmente intrincado en ese sentido. Criticaba a la profesión que amaba y a los farsantes y mediocres que la pueblan; supeditaba todo a la poesía, hasta el fin, y fue siempre, aun cuando escribía novelas, un poeta. Mérito mayúsculo.

Quizás todos los grandes novelistas hayan amado a la poesía aun cuando no lo demuestran o no les alcanza la dimensión de sus propias escrituras. Faulkner decía que había llegado a la novela, solo después de haber fracasado como poeta y como cuentista. Hesse hablaba de la poesía maravillosa y terrible de Dostoievski (al que parece que cada vez se le lee menos para mayor desgracia de la literatura y el mundo).

¿Quién sabe si hasta el mismo Cervantes habría querido que se valorase más a su poesía y no al resto de su obra (pese a todo lo grandiosa que es su novela absoluta, cuya lectura, dicho sea de paso, parece haberse vuelto prescindible, no para los lectores comunes o puros, claro, sino para los mismos escritores insolentes que creen poder expresarse sin bases fuertes ni raíces profundas?

Cortázar, en este orden de cosas, se lamentó más de una vez porque no le consultaban sobre asuntos poéticos con la frecuencia que a él le hubiera gustado, puesto que él no podía pasar sin poesía más de dos días distantes el uno del otro. Tal es así que entre sus obras resaltan un excelente libro sobre Keats (Imagen de John Keats) y no pocos poemas muy interesantes desde la forma y el discurso como Noticias del Mes de Mayo (“…la literatura no es terreno privilegiado en el sentido escapista que tanto conviene y adorna… la poesía sigue siendo la mejor posibilidad humana de operar un encuentro que nadie describió mejor que Lautréamont y que puede hacer del hombre laboratorio central de donde alguna vez saldrá lo definitivamente humano, a menos que antes no nos hayamos ido todos al quinto carajo”), etc.

En todo caso, pongamos que Bolaño fue un hombre que puso a la poesía por sobre todas las cosas, excepto cuando se hizo de una familia. A partir de entonces, se transformó en novelista de tiempo completo como un modo de subsistencia y casi podría uno creer que, también, para poder compartir su pasión y su amor a la literatura sin perjudicar a los suyos.

Esto último es más una suposición que una constatación. Probablemente siempre quiso escribir novela pues se debe haber percatado, muy temprano, de las grandes limitaciones que tiene el verso, luego de tantos siglos de uso y exceso, y se decantó, así, por la prosa y por la novela en particular ya que en estas formas literarias tuvo más espacio y disposición para plantearse temas y cuestionamientos más amplios y arriesgados que la manera quebrada del verso tradicional o aún el verso libre o la prosa poética, no podían satisfacer.

Hasta entonces, nuestro autor había sido un artista que no podía dejar de escribir y, precisamente, por solo tener trabajos mínimos sin proyección ni futuro sabía que eso no le iba a entregar ningún beneficio a sus hijos. Entonces, Bolaño, el mito pop o punk, el escritor desangelado y ríspido, afecto a poéticas vanguardistas más o menos orientadas a la calle y hasta la miseria, se transforma en un padre sensato que trata de mantener a sus hijos y dejarles alguna fortuna, al mismo tiempo que trata de abrirse un camino propio en la literatura mundial.

Así, su apariencia ha sido sublimada en las últimas décadas por no pocos autores y lectores marginales que han obviado, quizás, lo que he descrito en el párrafo anterior.

Quizás las entrevistas que daba y su aspecto físico daban otra impresión, pero el tipo era un hombre bien encaminado al que, en realidad, le faltó tiempo o al que le fue conferido un tiempo extra para producir una obra maestra, contradicción que, muchas veces, coexiste en cuanto caso se presenta, como en una fábula borgesiana sobre el tiempo y el milagro de concretar un plan preestablecido, merced al favor de “dios”.

En este sentido, tengo la impresión que se mató escribiendo o que escribiendo halló la formula milagrosa para sobrevivir diez años a un cáncer que debería haberlo reducido en mucho menos tiempo y solo para poder terminar y publicar las dos novelas fabulosas por las que siempre será recordado (las demás son objeto de culto solo para sus lectores más fieles o curiosos) es decir Los Detectives Salvajes y 2666 (que fue la más difícil, temeraria y compleja de sus propuestas).

Entonces, en el itinerario de sus exilios y su persistencia en el oficio de la escritura, Bolaño nos demuestra, fundamentalmente, que la gran literatura es siempre un riesgo mortal, pero si uno quiere ser un escritor de verdad ni la muerte ni el amor pueden evitar que se realice uno mismo y esa realización es, por supuesto, la culminación de una obra genuinamente trascendente.

Luego, hay tantos pasajes de sus textos que ilustran enormes segmentos de los problemas de la literatura que enumerarlos o citarlos sería demasiado moroso.

Nos bastará decir por hoy que hizo una apreciación suprema sobre Borges y ha sido quizás el que más lo ha comprendido entre los más famosos escritores del siglo pasado (“Ese no poder evitar un comentario, su permanente disposición para el diálogo, siempre lo perdió ante los imbéciles. Dijo que su primera lectura del Quijote la hizo en inglés y que ya nunca más le pareció tan bueno como entonces. Se rasgaron las vestiduras los críticos españoles de capa y espada. Y olvidaron que las páginas más certeras sobre el Quijote no las escribió Unamuno, ni la caterva de casposos que siguieron a Unamuno, como el lamentable Ramiro de Maeztu, sino él.” véase El Bibliotecario Valiente, Entre Paréntesis, 2004).

También, que la parte de Arcimboldi es la suma de páginas más gratas del último medio siglo en lengua española.

Y, sobre todo, que 2666 es el tipo de novelas que un escritor debe intentar al menos una vez en la vida y aun bajo el riesgo de perderlo todo en ese juego.

Fue un gran lector y un amante obseso de la literatura y la buena poesía, pese a su fijación y a su lealtad infrarrealista. Era un tipo si no duro por lo menos no un blandengue como son los escritores en general y no por su fortaleza física sino por su mente y su ética, incluso por su corazón.

Nunca se vendió ni alquiló al poder o a los poderosos como Neruda o mi querido Chocano, por ejemplo, y tantos otros.

Buscó la épica y la fantasía, pese a su inmenso sentido común y al prosaísmo de su poesía y de su sensibilidad en general.

Ambicionó la gloria a su manera, pese a su estampa desengañada, escéptica.

Su ética del riesgo literario, ya sea en su gusto como lector o como escritor ejecutante, es tal que definió de una vez y para siempre el mérito de las obras perfectamente estilísticas y el desborde de las obras imperfectas de los grandes maestros que exhiben la agonía y la lucha por la vida misma y por la misma literatura (véase el célebre pasaje de Amalfitano y el farmacéutico “ilustrado” en 2666)..

Bolaño tenía una especie de clarividencia crítica no exenta de errores debido a simpatías caprichosas o quién diablos sabrá que veleidades de último momento (Bayly, por ejemplo, le parecía un buen escritor). En todo caso, salvo por pocas excepciones, era acertado.

Particularmente, como escritor y como lector, uno disfruta de leer y escribir muestras breves y redondas, pero lo que a uno lo apasiona (con todos los componentes de la pasión, incluso los más atribulados) es el reto y el riesgo de aproximarse a una obra que, ya sea leyéndola o escribiéndola, fuerce los límites de lo que conocemos y soportamos.

Esta transgresión empuja al conocimiento y al temple a zonas desconocidas y amplían el registro existencial de cada uno en esta Tierra para bien o para mal. La literatura, así, pasa a ser un oficio y una práctica de primer orden para la vida y no solo un entretenimiento o pasatiempo.

Bolaño entendía perfectamente todos estos temas. Por eso no veo ninguna voluntad parricida en él (ni siquiera cuando estuvo con los infrarrealistas) y creo que el tipo no estaba de onda ni tenía tiempo para los complejos. Al contrario, era muy llano a manifestar su admiración por otros escritores sin necesidad de romper con nadie excepto con Isabel Allende, lo que constituye uno de sus actos más formalmente abusivos: “Me parece una mala escritora simple y llanamente, y llamarla escritora es darle cancha. Ni siquiera creo que Isabel Allende sea escritora, es una escribidora” (La Tercera, 19 de mayo de 2002, p. 49).

Retomando la línea del parricidio literario, un parricida tiene que seguir una ruta en la que supere a su antagonista “paternal” con una exhibición rotunda de lo que está haciendo y del rechazo que le produce el supuesto “padre”. No hubo nada de eso en Bolaño y ni siquiera si se asumiera el concepto de novela total como patrimonio único del Boom se diría que el chileno-mexicano- blandense tuviera algo que ver con parricidio alguno. Sin embargo, pese a que no hubo una exhibición de ruptura, sí hubo una superación de las generaciones que le antecedieron por no pocas razones concretas.

Superó a la generación del Boom pese a no tener la capacidad inventiva de Cortázar (ni su frivolidad, por suerte) o el nervio de las primeras novelas de Vargas Llosa (de lo que se libra por un intelecto y sensibilidad más amplios que los del estrecho, pero gran narrador peruano) ni la suerte de García Márquez (quien aparte de escribir una obra maestra como Cien Años de Soledad, era un tipo anodino e intelectualmente muy limitado, Vargas Llosa siempre se dio abasto para imponerse al buen Gabo y Bolaño era mucho más curioso que Llosa aunque no haya destacado como un pensador político y el otro sí).

El amor por la poesía y los poetas y las vidas de los poetas también le otorgan una cierta ventaja sobre sus antecesores y, sobre todo, han hecho que los poetas gusten mucho de Bolaño. Siendo muy cuestionables sus preferencias generacionales por los Infras y los Hora Zero, el tipo, sin embargo, sabía e intuía muy bien los misterios de la poesía y la literatura.

Y como ya dije y como se sabe bien, si se lee Los Detectives Salvajes con toda honestidad hallaremos que nunca la poesía dejó de ser su norte.

Leo a Bolaño ahora mismo al azar en Google y me divierto con sus enojos. Es tan tremendo en su cólera que de tan exagerado acaba provocándome risa.

Le dejamos la última palabra, algo que en vida le gustó mucho, dado el terrible polemista que, era “La literatura es una máquina acorazada. No se preocupa de los escritores. A veces ni siquiera se da cuenta de que éstos están vivos. Su enemigo es otro, mucho más grande, mucho más poderoso, y que a la postre la terminará venciendo. Pero ésa es otra historia.” (Véase Derivas de la Pesada, Entre Paréntesis, 2004).

En fin. Ha sido imposible dejarle la última palabra. Vaya, entonces, un último halago.

Fue el único autor latinoamericano en ponerse por encima de los autores del boom tanto por la ambición de su propuesta como por su conocimiento enciclopédico, su amor por la poesía (pieza mayúscula no siempre compartida por sus antecesores) y con una veta de onda y de polémica permanente que lo hizo muy simpático para los que comparten esa disposición hacia la disputa. Y, luego de él, nuevamente, el silencio y la hojarasca.

II.

En el meridiano de los valientes siempre hay que salir al frente sin que importe el miedo, la desolación o la ruina. Solo así se hacen los héroes y los grandes artistas, los más grandes seres humanos. Solo así se siente más intensamente a la vida, a la belleza y hasta al amor.

De alguna manera, esta es la materia prima de una existencia plena. También, nos servirá tratar de ser buenas personas y tratar de estar en paz y en el equilibrio, pero siempre sin escondernos y sin temer exponernos a todo lo que nos ofrece este mundo.

Como decía Bolaño, la gran literatura es saber que (como artista) debes enfrentar a un monstruo invencible y aun así, a sabiendas que vas a morir y perder, salir a pelear, una y otra vez hasta el desenlace fatal.

Este orden de ideas no tiene nada que ver con la fama o el reconocimiento sino con la gloria. No olvidemos, por tanto, cuantos grandes autores han sido apreciados recién luego de sus muertes y cuantos que fueron muy famosos han pasado justamente a poblar el inmenso desierto del olvido.

En todo caso, esa lucha imposible de ganar nos ha obsequiado maravillas como La Ilíada o la Odisea, la Comedia de Dante, los poemas de Shelley, Blake y Rimbaud, Moby Dick, y los mejores y más potentes libros del Antiguo Testamento junto con el Apocalipsis (todos ellos fueron objeto de terribles circunstancias pese a que los autores de los últimos libros mencionados luego de la obra maestra de Melville seguro creyeron que “dios” los podía salvar). [Con estos volúmenes no se necesita más para escribir en serio, excepto, ser genio y valiente]. En este sentido, si se escribe (se pinta, se compone música, se esculpe, etc.) uno debe ir a por ellos, por los mejores o contra los mejores, aun contra uno mismo y hasta contra la realidad entera como bien enseñó el maestro de Los Detectives Salvajes. El resto es un ornamento de filigrana o pura bisutería de la palabra (depende del talento esta dicotomía, claro), puras sedas o meros trapos que encubren miserias y vacíos, vanidades y mentiras.

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