El fútbol peruano no fue nunca esencialmente victorioso excepto cuando el gran cañonero dominaba la delantera nacional en las décadas de 1930 y 1940. Claro está que hubo jugadores acaso más brillantes y habilidosos en aquellas épocas casi legendarias (el caso de las Olimpiadas de 1936 ejemplifica este punto de manera perfecta) pero nunca una leyenda a la altura del inmortal cañetano.
Por otro lado, la clásica contraposición entre los eternos compadres del fútbol peruano me sugiere la siguiente impresión: si Alianza Lima es ritmo, baile y criollismo, la U es (o debería ser) voluntad y pundonor, honor marcial y épica, garra.
En este orden de elementos, puede decirse que los grandes referentes aliancistas siempre fueron quimbosos (y hasta elegantes en su juego), pero nunca dieron muestra alguna de carácter. Eran como era típicamente nuestro país. Es decir, frágiles y plenamente sometidos a la carnalidad más llana. Lolo, en cambio, tenía actos y gestos más propios de un patriarca bíblico o de un guerrero cruzado que de un mero jugador de fútbol. Es decir que Lolo era como debería ser el peruano y si fuera más imitado seguro el Perú ya sería una potencia, un país importante y respetado a nivel mundial.
En fin… El gran cañonero descollaba entre sus rivales como un coloso cuyo único imperio era reventar las redes, los travesaños y los cráneos de sus oponentes como si dominara el martillo de Thor no con las manos sino con el empeine derecho. Lolo era, en este sentido, una efigie más propia de Valhalla o de la épica homérica que de este mundo d criollos y rufianes.
Hasta se dice que fue un padre de familia ejemplar y un caballero sin mancha alguna, individuo inclusive incapaz de recoger del suelo una moneda o un billete ajeno para
favorecerse a sí mismo. El máximo representante de la garra, el coraje y la fuerza en el imaginario del fútbol peruano fue un varón cabal y ese es el mayor elogio que puede tener un hombre bien nacido.
En este sentido, debería ser el gran referente de civilidad y peruanidad para todos nuestros compatriotas, sin excepción, no solo para los hinchas de la U. Por eso, la decapitación de su estatua en el Estadio Monumental hace no mucho tiempo por una tira de tipejos de la peor calaña (de tan baja estofa que no es meritorio ni siquiera mencionar al equipo que supuestamente “representan” pues son unos descerebrados sin ningún valor que ensucian inclusive la camiseta que usurpan) constituyó un atentado contra el país entero y no solo contra la U.
En fin, hoy, 20 de Mayo, es el 109 aniversario de su nacimiento (20.05.1913-17.09.1996).
Basta añadir que por gente como él [y Roberto Chale, el jugador más valiente que tuvimos en todos los tiempos; Héctor Chumpitaz, el gran capitán cuyo dictum de granito era “o pasa la pelota o el jugador… pero jamás los dos juntos por mi lado” (sus equívocos de vejez no vienen al caso) y Percy “Trucha” Rojas por quien mi padre me otorgó este alto nombre, no por Percy Bysshe Shelley] fui un enfebrecido crema hasta la edad de 12 años cuando me desencanté del fútbol tras la terrible y artera exclusión de Diego Armando Maradona en el Mundial de
1994.
Pese a lo expuesto y dado que podré desestimar al fútbol en general, pero nunca a la U, por respeto a mí mismo y a mi yo del pasado, debo
agregar:
¡Larga vida a Lolo Fernández!
¡Y dale U!
¡Viva el Perú!
(Originalmente en ‘200 Imágenes Críticas del Perú ante el Bicentenario – La Verdad Oculta’ de Percy Vilchez Salvatierra)