Escribimos y pensamos en la lengua de Cervantes y, por eso, si no nos sentirnos orgullosos del legado de España (que fue la potencia hegemónica de Occidente cuando el encuentro de los dos «mundos») estaremos atentando contra nuestras propias raíces aunque eso no le guste a los incanistas.
Tan grave es todo esto que quizás de allí, es decir del resentido odio a España derive el estado mediocre del peruano promedio.
Esto me lleva a preguntarme qué haría un español arquetípico ante una afrenta sino, tradicional o míticamente, matar al insolente por su propio placer y satisfacción y para no hacer quedar mal a su madre y a su patria (esto último sobre todo, madrepatria).
Se dice, en este sentido, que no hay ningún otro pueblo más valiente que el español y que no hay ni un solo palmo de la tierra donde no repose el cadáver de un soldado hispano y ¡ay de aquel que ofenda a un español!
Entonces, los hijos de Latinoamérica deberíamos ser el doble de valientes respecto de lo que la tradición ha establecido sobre el ser español y, por ello, renunciar a España es renunciar a la simiente fundamental de Latinoamérica y es similar a preferir ser un cuerpo mutilado antes que un ser potente debidamente constituido.
Debemos apuntar, una vez dado este orden de cosas, a un reconocimiento crítico de nuestro pasado y a aceptar nuestros orígenes como nación aunque guardando las distancias que corresponden.
Tal es así que podemos y debemos despreciar, si nos da la gana, a la monarquía hispánica (sobre todo, la borbónica que siempre atentó contra la misma España) y la propia España del momento, pero, también, recordar que hubo una vez cuando España fue dueña del mundo y así como los tahuantinsuyanos consideran que se debe honrar a los Incas por sobre todos los pueblos a los que vencieron, debe enaltecerse a aquella España audaz que rigió el mundo hasta, por lo menos, la gesta de Lepanto, pues vencieron a los Incas (y Aztecas) en buena ley y gracias (todo debe ser expuesto) a los múltiples ardides de una población local que detestaba a los antiguos cuzqueños (y mexicas).
En realidad, deberíamos extraer de España y de los Incas y de cuantas culturas han servido para formar al Perú solo lo que nos pueda hacer sentir más plenos y libres de traumas y complejos y con todo lo demás, simplemente, ser críticos y guardar distancia.
Ahora, todo esto solo debe tener valor en el imaginario de la gente, puesto que España sin duda trajo una inmensa gama de retraso como le tocó a sí misma en el curso de la modernidad (de la que se excluyó con mano propia) una vez que dejó de ejercer la hegemonía mundial y, para empeorar aún más, dejó en el Perú a una casta burocrática, débil y enajenada respecto del país como lo han sido siempre los criollos y sus endebles descendientes (los conquistadores a los que acertadamente ensalzó el Cantor de América tuvieron finales trágicos y épicos como correspondía en parte a sus legendarios perfiles y no heredaron el país sus descendientes sino una lacra frágil y adocenada que hasta la fecha no sabe qué hacer con este riquísimo territorio excepto depredarlo o cedérselo a los extranjeros).
Pese a lo expuesto, España nos legó, sobre todo, la lengua en la que expreso estas líneas y eso nos hace formar parte de una dimensión maravillosa que va desde Cervantes hasta Vargas Llosa pasando por Góngora, Quevedo, Darío y Chocano y admitiendo incluso a Vallejo y Borges (Lorca muy por encima de ambos,etc.) y a todos los que vendrán después a quedar bien establecidos como referentes de la literatura en lengua española.
Finalmente, admitir la herencia de España sin complejos no implica sumisión ni resignación ni nada por el estilo sino una madura y sensata aceptación de lo que ha sucedido y una promesa de superación para no lastrar más al inconsciente peruano promedio sin identidad en la conformación de una identidad nacional propia autónoma, orgullosa y poderosa.
Post Scriptum.
Como en casi todo, el Perú siempre decide mal y en lugar de aprehender lo mejor de cada uno de los dos mundos que le dieron forma, parece escoger solo lo peor y en lugar de reconocer y hacer constitutivo de cada peruano el valor y la audacia se prefiere el victimismo, la tristeza y la práctica desenfrenada de la corrupción.
Si tan solo se siguiera más a Chocano y no tanto a Vallejo y Arguedas, seguramente, seríamos un pueblo maravilloso acostumbrado a ser amado por la gloria en lugar del desastre actualmente existente.