Entre los artistas nacidos en Perú no hay ninguno que esté por encima de Jorge Eduardo Eielson. Y aunque puede haber poetas, músicos o artistas plásticos superiores a él en uno o dos puntos, hay ninguno, si se presenta la totalidad de su obra.
En este sentido, Antonio Cisneros, inveterado provocador de controversias (no siempre frágiles), solía decir que nuestro autor era el mayor poeta peruano de todos los tiempos y tenía un muy bien abastecido repertorio de argumentos y argucias en favor de su tesis.
Por mi lado, sí considero admisible que Eielson entre a disputar este cetro del mayor poeta peruano de todos los tiempos aunque no digo que lo sea ni que pueda serlo con exclusividad (es claro, para mí, que toda interrogante sobre quién es el mayor poeta peruano solo puede recibir una respuesta plural), pero, si debo precisar que su obra vasta y contradictoria no tiene porqué inclinarse ante ninguna otra aunque no ensalce la solidaridad o el amor universal (como prefieren los moralistas) sino la individualidad, el deseo y, sobre todo, un culto rendido ante la belleza.
En este sentido, Ni «Doble Diamante» ni «Noche Oscura del Cuerpo» (ni «Reinos» ni «Canción y Muerte de Rolando») pueden ser opacados por ninguna obra, ni nuestro autor puede ser soslayado por nadie y antes se destruría el mundo entero antes de consentir tamaña abyección.
Realmente, Eielson es el autor de muchos de los poemas más bellos jamás escritos por un poeta nacido en Perú («La sonrisa de Leonardo es una rosa cansada», por ejemplo), pero, por sobre todas las cosas, fue un artista irrepetible cuyo espíritu renacentista, omnicomprensivo y audaz lo llevó a abarcar casi todos los modos de expresión estética conocidos en su tiempo, las artes plásticas, las artes visuales, la poesía, la narrativa, la música …
Este hombre irrepetible en su desborde artístico, en la consideración de quien escribe estas líneas, solo halla un par suyo entre los artistas peruanos, en el sentido de su exploración multidisciplinaria y en su aproximación a las vanguardias, en el genial César Moro, compañia, sin duda, inmejorable para uno de aquellos “pocos” que de muy cerca han visto a la belleza en este país.
Sin embargo, lo que muchos no saben es que el desarrollo de la obra plástica de Eielson es tan o más relevante que su poesía «escrita». De hecho, la famosa aversión eielsoniana contra la retórica tuvo una repercusión insólita en su propuesta. (pese a los logros expresivos de «Reinos» o de tanto otros poemarios) o su progresiva desconfianza en la palabra que se demuestra en la evolución de un verbo inicialmente espléndido hasta esa especie de minimalismo concreto que fue despojando a su verso del lujo y la exuberancia de «Reinos», pasando por «Áyax en el Infierno», «Habitación en Roma» y «Noche Oscura del Cuerpo» hasta llegar a los poemas que escribió en los últimos años de su vida, «Sin Título», «De Materia Verbalis», etc.
Es decir que, en tanto su desconfianza de la palabra aumentaba, su interés expresivo incontrolable se volcaba con intensidad en soportes tales como las artes plásticas y visuales.
De esta última fórmula de exploración se trató la muestra panorámica «Eielson» que el MALI puso en exposición desde el 18 de noviembre de 2017 hasta el 4 de marzo del siguiente año.
Cabe preguntarnos, entonces, antes de esbozar una impresión de aquella muestra en sí, si para Eielson la poesía y las artes visuales y plásticas seguían caminos distintos y yo creo que no hubo tal dicotomía en su obra.
En este sentido, no es casualidad que la recopilación de sus poemas -en reiteradas ocasiones, estando vivo el poeta y con su pleno consentimiento- se haya titulado «Poesía Escrita», circunstancia que nos muestra la claridad mental absoluta de Eielson para indicar en un solo gesto magnífico que todas las otras manifestaciones de su obra, también, son poesía, claro está que, poesía más allá de la palabra.
Por esto, es notable que su influjo poético inmenso haya afectado en él tanto a su obra en verso como a su obra plástica y así, este gran creador logró víncular esta enigmática y antigua profesión con uno de sus significados originales, es decir, la pura creación, la poiesis. Hasta en estos detalles, Eielson es esencial.
Mas no nos desviemos del tema de fondo, en este punto, es decir, los lienzos de Eielson – pinturas puras, no atravesadas por telas ni nudos- que fueron la impresión más impactante de la muestra en cuestión que confirmó la gran distancia que existe entre ver una obra en fotos y verla frente a tus propios ojos (como bien saben todos los aficionados al arte).
Tan impactantes fueron dichos lienzos que para abordar en un texto todo lo que esos cuadros suscitaron en mi sensibilidad debería haber escrito un poemario de 500 páginas y no solo un ensayo de dos mil palabras.
Por otro ado, sus famosos nudos (quipus) y los lienzos en los que se cruzan telas anudadas en los extremos son siempre objetos de gran interés dado que rebasan el límite espacial que supone el marco o el mismo lienzo en una clara tentativa de transgresión. Tal es así que, estas telas superpuestas y los nudos (quipus), representan, paradójicamente, además de su conocida pretensión de asimilar la cultura prehispánica -siempre Eielson va a lo ancestral, pero, de la mano, de la más alta vanguardia- una decidida vocación por la ruptura, algo que tiene que ver, también, con los referentes que asimiló del Grupo Madí (acaso la más original vanguardia latinoamericana del Siglo XX).
La instalación final, según recuerdo, un piso de arena y una línea de neón azul transversal, merece todos los elogios posibles porque lleva al espectador a cavilar sobre un horizonte que se confunde con el mar en una circunstancia casi de ciencia ficción debido a la intensidad del neón azul y seguro cada uno podrá exponer una serie de imágenes al respecto luego de haber presenciado este bello espectáculo visual, pero a mí se me antojó ver la siguiente línea: el desierto, el océano, el horizonte, el infinito y la infinita capacidad de ilusión que cabe en el ojo humano.
De sus lienzos, se debe indicar, que lo fundamental es el uso de colores nítidos aparentemente sin ningún interés en representar nada, además, de una mera impresión. Sin embargo, esa condición apacible se quiebra, en tanto, estos lienzos se ven desbordados por el uso de telas superpuestas y algunos nudos (como se ha expuesto en las líneas anteriores), lo que provoca una suerte de hendiduras en el espacio que se hace cada vez más vasto y todo eso conduce, en este punto, a la integración de todas las dimensiones propuestas por el artista conformando así una obra que se excede a sí misma y nos hace pensar, imaginar, divagar y cavilar, expresiones todas de la gran calidad artística de este arte conceptual. Compárese, entonces, estas aproximaciones con lo que sucede al estar frente a mustios objetos supuestamente conceptuales y se verá la contundencia de la propuesta de un artista imponente y poderoso (pese a su extrema delicadeza).
El arte de Eielson, en este sentido, como todo arte genuinamente grande e importante se basta a sí mismo para “expresarse” y para enfrentarse o para cautivar al espectador.
Una curiosidad de la exposición en cuestión fue el breve espacio concedido a Michele Mulas. De hecho, haber expuesto algunas pequeñas obras del artista sardo que estuvo con Eielson durante décadas fue un fino gesto que dio una redondez extra al imaginario eielsoniano, pero los curadores incidieron en la ridiculez de usar el eufemismo de “compañero de vida” respecto del sardo quien fue, obviamente, el caro marido del poeta de la referencia y, por lo menos, merecía ser llamado cónyuge, así no hayan estado vinculados por la forma prescrita en un contrato o acuerdo matrimonial.
En fin, el MALI se lució en el 2017 al aceptar la exhibición de una propuesta tan amplia e impresionante aunque no se haya contado con todo el material fílmico ni musical que produjo J.E.E. De haber conseguido estos materiales, sin duda, la muestra habría sido la más completa que se haya realizado con la obra eielsoniana en razón de su variedad y dispersión.
Considero, finalmente, que en el espacio plástico en conjunto con el verbal se establecen las coordenadas de mayor provecho del legado de Eielson para el arte en nuestro país y en el mundo a tal punto que inclusive para gente aficionada a espectar exposiciones ir a una muestra de Eielson resultará una experiencia mpactantemente sugestiva, así que imaginemos la repercusión de esta sensibilidad enorme del artista en la sensibilidad y la imaginación de gente que apenas esté interesada en el arte.
Aquellos que supongan que por su inexperiencia no contarán con los elementos de juicio suficientes para apreciar las obras realmente sofisticadas y agudas de nuestro poeta, pese a la aparente lógica de la suposición, estarán errados puesto que si algo debe resaltarse de las propuestas conceptuales de Jorge Eduardo Eielson, es que no necesitan de ningún apoyo textual para orientar o sugerir una vía de interpretación como sucede con la mayoría del arte conceptual, que en mi opinión, desprestigia ese tipo de propuestas, dado que un objeto artístico debe ser autosuficiente.
No debo acabar este homenaje sin insertar un elemento de discrepancia con nuestro autor, pues lo hago responsable (no por su obra de creación, sino por su posición crítica facilista aunque rupturista de los años cuarenta), de la debacle de la poesía peruana que atenta a las mutilaciones propias de una identidad contrahecha hizo su peor movimiento al desvincularse de poetas como Prada o Chocano (siempre el lastre de la ruptura en un país tradicionalista en apariencia aunque sin las sólidas tradiciones que justifiquen tanto ánimo revulsivo) por un arrebato exclusivista, realmente, un capricho de niños esnobs.
Me refiero a la célebre antología “La poesía contemporánea del Perú” (1946) realizada en conjunto con Javier Sologuren (frágil poeta exquisito, divulgador cultural) y Sebastián Salazar Bondy (crítico polemista, poeta terciario) que solo esbozó un lado de la cuestión en su clasificación: José María Eguren, César Vallejo, Martín Adán, Emilio Adolfo Westphalen, Xavier Abril, Enrique Peña Barrenechea, Ricardo Peña Barrenechea y Carlos Oquendo de Amat.
Y aunque entendemos los móviles coyunturales que llevaron a esta reacción, prácticamente, una bofetada contra los poetas sociales o “comprometidos”, debemos mencionar la torpeza de los jóvenes estilistas que excluyeron motivos trascendentales de la escritura en favor de una defensa a ultranza de la poesía por sí misma como una forma de la pureza que es realmente insuficiente desde una perspectiva que ofrezca grandeza y plenitud al lector que busque no solo un fraseo estético, sino ideas e impresiones que ahonden o robustezcan su propia vida.
Y digo esto pese a que, exceptuando a los Peña Barrenechea, los autores seleccionados fueron y son terriblemente importantes …
Además, para mal de sí mismos, los tres antologadores no fueron capaces de ver la cercenación que sus endebles criterios propiciarían en la balsa de la poesía peruana (que pese a ciertos méritos sigue a la deriva debido a las falsas impresiones de los preciosistas en boga, malamente afectos a las minucias).
En este orden de cosas, Prada y Chocano son tan fundadores como Eguren y Vallejo y todos ellos se admiraron y quisieron en su momento, aunque todo esto no podían verlo los jóvenes Eielson, Sologuren y Salazar Bondy que prefirieron un estilismo frágil en lugar de decantarse por una expresión poética totalizadora que ofreciera albergue tanto al preciosismo que les encantaba en conjunto con una suma de saberes superpuestos que confiere a los artilugios verbales una dimensión densa, profunda e, incluso, útil para la vida y hasta para enfrentar con valentía a la muerte, es decir, algo que, casualmente, presentan tanto los que fueron favorecidos con su inclusión como los perjudicados con la exclusión e incluso las obras completas de nuestro autor.
Ahora, si volvemos al concierto de la obra eielsoniana, debemos concluir que tanto en el mundo plástico como en el verbal, Eielson es un rey que, como los antiguos faraones, lleva una corona de doble copa, no por el Bajo y Alto Egipto (¡claro!) sino por su dominio formidable y su exploración desenfrenada de dos disciplinas como la escritura y la expresión visual que, sin embargo, al mismo tiempo, conforman, en este autor sin igual, una sola entidad a la que nunca renunció y a la que nunca fue infiel (como solicitos le fueron siempre los favores que la Belleza concede solo a sus elegidos), es decir, la Poesía.