Actualidad

ELLA Y EL HUAICO

Published

on

Escribe Sergio Sullca

Muchas no tienen nombre o si lo tienen no interesa. Nacieron en alguna comunidad campesina o en el mejor de los casos, en la ciudad, como el fruto de una pareja de migrantes anónimos, aunque lo más probable es que sean el resultado de un choque y fuga, y sufran la orfandad paterna. Sus nombres, si se mencionan, están en una delegación policial dando testimonio de una violación, una tortura o lo peor, constatando su muerte para luego quedar en un epitafio, borroso y triste, en algún cementerio atiborrado de cruces que le disputan un lugar a la mala yerba. Estas son historias que se cuentan por miles en el segmento de mujeres pobres del Perú.

Los huaicos tampoco tienen nombre pero no interesa que los tengan, basta sentirlos y saberse chiquitos frente a  ellos, que arrasan todo en su camino. Los hay de dos tipos: aquellos que ocurren en la sierra peruana que son inclementes, se llevan casas, camiones, puentes, cultivos, vacas,  por supuesto gente pero no se ven ni se sienten, son huaicos también anónimos. Y aquellos que ocurren en Lima u otra ciudad importante, igualmente devastadores que se llevan casas… camiones… vacas… y por supuesto gente, y que SI se ven porque son captados por los medios televisivos y las redes sociales, estos son los verdaderos huaicos habladores.

Verlas (a ellas), saber de sus tragedias en un lujoso hotel de Lima o de su muerte en un Pueblo Joven de Cusco, genera compasión y la mención fugaz de su nombre; se convierten en una estadística para la institucionalidad pero raramente movilizan la solidaridad de la sociedad. Ver los huaycos  de Lima, no como una película gringa sino como una experiencia propia, genera desconcierto y una sincera reflexión sobre los cambios del clima; se convierten en un indicador de la ineptitud institucional y por supuesto movilizan la solidaridad de la sociedad.

Precisamente, el correr incontenible de uno de esos huaicos habladores y una de ellas protagonizaron una historia impensable. Las cámaras de varios aficionados captaron imágenes donde se ven unas manos, pies, una cabeza con cabellos largos  moviéndose en medio de los palos también arrasados por el agua y tierra.

Mudo y atónito se levantó el cuerpo de una mujer color huaico, que emergió de la muerte dando pasos sobre el barro y los mismos palos – ni a la derecha ni a la izquierda – de frente a la orilla de la vida, estirando su mano a la mano del primer hombre que pudiera socorrerla; detrás de ella, como para completar el cuadro andino-limeño, una vaca, sí, una vaca cerca, también color huaico luchando por su vida.

Así se convirtió ella en símbolo de vida para esta sociedad, material exquisito para el lucro de los medios de comunicación y el remedio ideal de los burócratas (cuyos puentes se caen) para amainar la condena pública y decir que ésta es una lucha del Perú contra la naturaleza y no contra su incompetencia.

Cual fuere el uso que hagan de su imagen, ella, que forma parte del segmento de mujeres pobres, salió de su anonimato en la octava del día de la mujer (15 de marzo de 2017) e hizo (sin querer) que su nombre se repitiera en el Perú, que supieran de su existencia, aunque para lograrlo tuvo que estar debajo de un huaico, ahogarse y morir unos minutos porque sólo así la sociedad peruana podría fijarse en ella y acordarse de su nombre: Evangelina Chamorro Díaz.

Comentarios
Click to comment

Trending

Exit mobile version