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“El viaje de Javier Heraud”, entre tropiezos narrativos y emociones de baúl

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Escribe Edwin Cavello Limas

Algunos minutos del filme de Javier Corcuera, no parece filmado por él. Hay una distancia muy grande en comparación con sus otras películas. La cinta termina siendo un viaje trunco que es salvado por cartas, fotografías y un par de personajes emotivos y carismáticos.

Se sabe que el filme fue una producción en conjunto con La Mula y Quechua Films; qué condiciones y cuotas de participación habrán intervenido en esta cinta que termina siendo el trabajo más flojo de uno de los mejores documentalistas que tiene el Perú. ¿En qué términos y con qué tanta libertad habrá filmado Corcuera “El viaje de Javier Heraud”?

Son preguntas que me hice luego de ver el filme la noche de inauguración del 23 Festival de Cine de Lima. ¿Acaso mi error fue entrar con altas expectativas a la proyección? Ya que la narración de la película se cae y se levante, un sube y baja, que en el camino te alimenta con cartas e imagines de un nutrido archivo de baúl, que incluso contiene fotos inéditas de Heraud.

Ariarca Otero, sobrinanieta de Javier Heraud, es uno de los personajes que no funciona bien en el filme, su participación superficial y forzada, adormece al espectador. La estructura de los testimonios realizados de forma clásica por momentos se confunde con un reportaje dominical, pero luego aparece la poesía, la música y algunos comentarios que te sacuden. Personajes como el poeta Leoncio Bueno o la dueña de la tienda de fotografía —que es una especie de guardiana de uno de los archivos más importantes del poeta Heraud, acribillado a los 21 años en Puerto Maldonado— te arrancan sonrisas, te despierta la ternura e incluso la rabia; remolinos de emociones que funcionan y salvan parte del filme.

Javier Heraud dejó una gran obra poética, y eso es reconocido sin titubear, pero el filme intenta por momentos erróneamente convertirlo en un mártir o héroe de un momento histórico de golpes de Estado, militarización y revolución en América Latina. A Javier Heraud hay que recordarlo como poeta, y hay que leerlo y estudiarlo como el Rimbaud peruano que quiso ser. El verdadero viaje de Heraud, se encuentra en su poesía.

Yo no me río de la muerte

Javier Heraud
(Perú, 1942-1963)

Yo nunca me río
de la muerte.
Simplemente
sucede que
no tengo
miedo
de
morir
entre
pájaros y arboles

Yo no me río de la muerte.
Pero a veces tengo sed
y pido un poco de vida,
a veces tengo sed y pregunto
diariamente, y como siempre
sucede que no hallo respuestas
sino una carcajada profunda
y negra. Ya lo dije, nunca
suelo reir de la muerte,
pero sí conozco su blanco
rostro, su tétrica vestimenta.

Yo no me río de la muerte.
Sin embargo, conozco su 
blanca casa, conozco su
blanca vestimenta, conozco
su humedad y su silencio.

Claro está, la muerte no
me ha visitado todavía,
y Uds. preguntarán: ¿qué
conoces? No conozco nada.
Es cierto también eso.
Empero, sé que al llegar
ella yo estaré esperando,
yo estaré esperando de pie
o tal vez desayunando.
La miraré blandamente
(no se vaya a asustar)
y como jamás he reído
de su túnica, la acompañaré,
solitario y solitario.

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