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El valor de la verdad

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Mahatma Gandhi fue uno de los líderes con mayor repercusión en el mundo actual. Su prédica ha servido para emprender grandes gestas pacíficas. Gandhi bebió de diversas fuentes: John Ruskin, León Tolstói, Henry David Thoreau, los Evangelios y los textos religiosos de la India. Sin embargo, “El sermón de la montaña” sería su base y su inspiración. “Cuando su país y el mío sigan las enseñanzas del sermón de la montaña, se habrán resuelto todos nuestros problemas y los del mundo”, le diría a Lord Irwin, virrey británico en la India.

El amor por la verdad lo adquirió, por su parte, de la lectura de un libro cuando viajaba en un tren, “Unto this last”, de John Ruskin. Sus páginas cambiaron su vida, supo desde entonces qué quería ser. Aquel joven abogado sin mayor mira, descubrió deslumbrado el valor de la verdad (no de la verdad a medias, sino de la verdad pura, total, corajuda). Aquella descubierta vocación le proveyó de una misión esencial. Allí empieza la historia del Mahatma y el sendero hacia el destino que la historia le tenía señalado.
Pacifismo  
El imperativo de amar al enemigo, de auxiliar (aun al que nos expolió y dañó), de no juzgar ni encolerizarse con el prójimo y de poner la otra mejilla no son enseñanzas que Occidente asimile sin contravenir su perturbadora historia de violencia y egoísmo. El perdón no suele ser para el ciudadano occidental el cierre fácil de un círculo, se percibe como una condescendencia sumisa e indigna con el agresor. El occidental no perdona, cierra la puerta o cobra venganza. Pero Gandhi era el Mahatma, al decir de Tagore, el “alma grande”, e hizo del pacifismo radical un credo para su lucha. A contrapelo de la mayoría, Gandhi seguirá la línea socrática al preferir padecer el mal que perpetrarlo contra otro. Su legado histórico es su prédica del valor de la no violencia en un mundo donde la fuerza calicleana (Ética a Nicomaco) parece lograr mejores resultados prácticos que la benevolencia cristiana.

El  valor de la verdad

El Mahatma no se refería en todos sus términos a la “desobediencia civil” o a la “resistencia pacífica” sino que los englobaba en el “Satyagraha” o la “fuerza de la verdad”, la verdad ante todo y sin matices, sin importar las consecuencias. La verdad es la esencia de Dios, lo que nos acerca a lo absoluto, no se impone sino por la fuerza propia de su esencia. Algunas enseñanzas del Mahatma se expresaron en frases claves que día a día deberíamos repetir a costa de nuestros propios réditos o del bienestar ya ganado: “La verdad jamás daña a una causa justa”, “Las creaciones realmente bellas aparecen cuando surge la comprensión verdadera”, “Tengo la impresión que más me aproximo a la verdad a medida que disminuye la distancia que me separa de Dios”, “Todas nuestras actividades deberían estar centradas en la verdad. La verdad debería ser nuestro aliento de vida”, “Tal vez sea digno de desprecio, pero dado que la verdad se sirve de mí para expresarse, soy un ser invencible”…
Muchas veces por la opción de la verdad se pierden grandes patrimonios emocionales, sentimentales o materiales. Gandhi nos da el aliento para comprender y asimilar esos detrimentos en favor de una victoria moral, una victoria que no nada deleznable en contraposición al éxito o poder que se sostiene en el engaño, la astucia o la simulación. Por tal razón, en la política, los discípulos de Maquiavelo tienen ventaja sobre los que siguen las enseñanzas del “alma grande”. José Clemente Orozco, muralista mexicano (1883-1949) no era un seguidor del líder indio, sus raíces culturales latinoamericanas distan de aquellas que le dieron consistencia al mensaje del Mahatma, pero se aproximó a aquel cuando dijo con energía: “No importan las equivocaciones ni las exageraciones. Lo que vale es el valor de pensar en voz alta, decir las cosas tal como se sienten en el momento en que se dicen. Ser lo suficientemente temerario para proclamar lo que uno cree es la verdad, sin importar las consecuencias. Si fuera uno a esperar tener la verdad absoluta en la mano, o sería un necio o se quedaría mudo para siempre”.

El mundo debe al gran líder de la resistencia pacífica india el legado de su memoria, pero, fundamentalmente, la trascendencia y significado de su gran credo inspirador: el amor a lo verdadero.

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