El triunfo de Central (1) en “The World’s 50 Best Restaurants”, ha obviado que en la afamada lista hay otros tres restaurantes peruanos: Maido (6), Kjollé (28) y Mayta (47). Siendo que esta cuádruple victoria no es insignificante, sin duda alguna, merece que se reflexione sobre su importancia en sí y sobre el modo en que ha reaccionado la gente, sobre todo la que no ha perdido oportunidad para lanzar los más disparatados comentarios en contra de todos los involucrados en cuanto espacio hayan tenido a disposición.
Veamos:
1.
La gastronomía peruana ha sido (y es), se quiera o no, un elemento vertebrador de identidad en las últimas décadas para bien o para mal pues me pregunto ¿Qué grandeza puede tener un país que se enaltece por lo delicioso de su comida y al que le basta gozar del placer alimenticio (y ojalá fuera la gula -¡el exceso es una virtud!-) y el toque suave y quimboso del balón (sin obtener jamás ningún triunfo trascendental, ni a nivel de clubes, ni, mucho menos, a nivel de selección) en lugar de procurar para sí (y para los suyos) una posición de mayor hegemonía (por lo menos en el orden de Sudamérica)?
Hace poco nomás un jugador japonés de cuyo nombre no sirve acordarse (sino para fundirlo en epítetos denostativos, pese a su honestidad y claridad) dejó por los suelos a la selección al decir la verdad crudísima en torno a la debilidad que esta padece en relación a otras selecciones sudamericanas, pero la afición, pese a todo, sigue fiel a su selección y a tantas otras supercherías inconducentes (como el himno que es realmente incantable -¡maldita sea!- y que no exhibe, ni siquiera, de manera figurada, una aproximación al poder).
Sin embargo, Central ha ganado el primer puesto en el ranking de los 50 mejores restaurantes del mundo y ante ello si se ha mostrado un arrebato colectivo mayúsculo, pero ahíto de resentimiento y ceguera que, en general, en otras ocasiones suele confundirse con el silencio (casi siempre ante toda prueba de alto valor), hasta que alguien más reconoce los méritos de lo que nunca van a poder alcanzar y empieza el desbande de desacreditaciones e invectivas.
Este fenómeno es muy interesante y paradójico porque sería válido y glorioso que la gente reclamara si el premio fuera una farsa (como tantos certámenes culturales y, sobre todo, literarios que pueblan la escena) y si en Central se vendiese una comida de pésima calidad sería honroso para toda la gente que se indicara la real dimensión de la estafa que se estaría produciendo y no como hacen los supuestos intelectuales y la gente de cultura ante cientos de publicaciones que son más cercanas a la basura que a la literatura, por ejemplo, pero que son ampliamente celebradas por dos o tres amigos de los autores malamente galardonados y, luego, son olvidados, todos juntos y por todos, en el curso de los siguientes días.
Más eso no va a suceder con Central (ni con Martínez) que desde hace tiempo forma parte de este ranking selecto conformado por los restaurantes más connotados del mundo y ahora ha visto culminado un proceso mundial (iniciado hace mucho) al dominar desde la cumbre o el podio absoluto a todos los demás restaurantes que están por debajo suyo, según la jerarquía propuesta por el premio en cuestión que es elaborado año tras año por William Reed Business Media Ltd.
En este momento, cabe señalar que todo este proceso habría sido imposible, de alguna manera, sin la orquestación que hubo desde la gestión personal (es inevitable, decirlo) de Gastón Acurio y de la gente que aún antes de lo que fue conocido como el boom de la comida peruana (Mistura de por medio, etc.) ya teorizaban e impulsaban la idea que define a la cocina peruana como una de las más sabrosas e imponentes del mundo entero (como el poeta Rodolfo Hinostroza, que, además, de ser un fino estilista fue un gastrónomo de nota y hasta un hombre del esoterismo y la astrología, dicho sea de paso, en memoria del ronco inmortal).
En este sentido, considero que todo este proceso cuya cumbre ha quedado bien establecida en el triunfo de Central y en la presencia de otros tres restaurantes peruanos en el ranking de los 50 mejores y más elitistas restaurantes del mundo es digno de estudios específicos e investigaciones que precisen cómo esta circunstancia ha de repercutir en la culinaria nacional, realmente, muy alejada de los refinamientos y exquisiteces que propone Virgilio Martínez, pero, que, pese a todo ello, si podría hallar uno que otro elemento de valor en esta ola de éxito puesto que solo España ha superado al Perú en términos del total de restaurantes que han sido considerados en la lista en cuestión, al haber obtenido 6 plazas dentro de las 50 que ya sabemos y siendo que los ibéricos tienen varias décadas de ventaja en torno al empoderamiento de su propia gastronomía, el mérito peruano se abrillanta varias veces más.
2.
Si lo anterior fue celebratorio, de alguna manera, lo que viene es lo más preocupante y me lleva a lanzar algunas conjeturas que se me presentan en este momento ante la ola de resentimiento que no pocos usuarios de las redes sociales han practicado en los últimos días.
¿No será que en el fondo de la rabia contra Central reside un atavismo de índole nacional? ¿Acaso ganar es tan difícil para el peruano promedio (amante convicto de -quizás por esta misma razón- de una eterna selección de fútbol perdedora entre las perdedoras) que el triunfo merecido de un compatriota (no el falso y repudiable -que abunda en tantos sitios- que merece nuestro mayor desprecio) no importa absolutamente nada ante sus perversos ojos?
Aquí entra a tallar el tema de la identidad fragmentada y deshecha del peruano promedio que no puede identificarse con otros peruanos por una diversidad de razones de las que expondré solamente dos para ejemplificar y reservo las otras miles para otro orden de reflexiones no sin antes agregar que en Argentina, por solo mencionar a un país, hay gente que se enaltece hasta por la condición aristocrática de Máxima Zorreguieta que, como se debe saber, es la actual reina de Holanda, aún cuando nació en el meridiano argénteo (no argento, aunque también) o por ganar, hipotéticamente, un incidental premio por tener el mejor pan con chorizo del mundo.
Es decir, ¿qué cosa pasa con los peruanos que ante todos los triunfos de sus connacionales, siempre que no se vinculen con el futbol y otras minucias de amplia popularidad insensata, prefieren hacerse los que no ven o a los que simplemente no les interesa ni les enaltece lo que en otros países seguramente si hallaría mayores muestra de entusiasmos y jactancias?
Como especulé hace algunos renglones, creo que si en Argentina ganan un certamen mundial aunque sea por jugar canicas lo celebrarían como si fuera una gran presea de todos porque existe una identidad. En Brasil ni se diga ya que, según los no brasileños, a cualquier pequeñez de su parte la denominan «o mais grande du mundo» (siendo algo realmente curioso que esta expresión no se condiga con una fórmula portuguesa acertada en torno al uso común y académico del idioma). Pero, el Perú, para mayor mal de sus habitantes, sigue otra estampa muy difícil y enfermiza en la que no hay ninguna clase de reconocimiento para la gente que tiene mérito y a los que les dan un mérito (realmente justificado y no impostado ni trucado) de inmediato intentan reducirlos a la nada o a la mediocridad que habita en el interior de la gran mayoría.
En este orden de cosas, tenemos decenas de premios internacionales y mundiales en deportes tales como el atletismo o el ajedrez o en otros más exclusivistas como el surf o el windsurf y toda una diversidad de actividades náuticas, pero nunca son ensalzados por todo el país pues no existe una identificación, grosso modo, ni con los humildes y muy originarios atletas (como la capa aunque largamente ignorada Gladys Tejeda) ni con los económicamente más favorecidos deportistas acuáticos y todo ello porque no existe forma alguna por la que se pueda asimilar en una visión integral que todos ellos son tan peruanos como nosotros y merecedores de galardones que acaso todos nosotros podríamos tener si hacemos conciliar el talento y el esfuerzo junto a condiciones objetivas de desarrollo (tampoco vamos a hacernos los ciegos antes las desigualdades) y la suerte que nunca ha de faltar en toda circunstancia próspera.
Por eso, creo yo, que no se celebra a Central ni a Martínez, no entendiendo, que este galardón pone a la cocina peruana, al fin, de modo indudable, en lo más alto de las cocinas del mundo.
Que haya problemas que deben resolverse en torno a los proveedores y productores de alimentos de todas las regiones del país (y al respeto a los derechos laborales del restaurante en cuestión, véase en la web la diversidad de reportajes que se dieron sobre esta presunta infracción en el año 2014, etc.) es otro tema como es otro tema el orden alimenticio de la niñez peruana que, en términos generales, siempre está aquejada de anemia pese a programas nacionales asistenciales como Qali Warma y otros.
En todo caso, todos aquellos que nunca reconocen el mérito ajeno deberían dejar de ser tan poca cosa y, en consecuencia, deberían tratar de ser mejores de verdad y si ya fueron a Central y definitivamente desprecian la propuesta de esta suerte de cocina de autor, díganlo, pero, siempre expresando fundamentos y no meros prejuicios, caprichos o dogmas estúpidamente asimilados.
Este último detalle es tan fundamental como el robustecimiento de la escuálida identidad nacional en boga, puesto que decir la verdad es un mandamiento que casi no se profesa ni se cumple en ninguna parte y, por esta escasez, es doblemente valiente y valioso el que lo hace manifiesto porque ese gesto enaltece a cada ciudadano honorable y, en ese sentido, a nadie se daña si se practica más a menudo.