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El tren equivocado

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“Lunch Box” (India, 2013) es un largometraje excepcional que nos trae reminiscencias de  “Como Agua para Chocolate” (Laura Esquivel), pues la historia y los sentimientos se conjugan entre los ingredientes de una cocina.  Ila es una ama de casa de Mumbai preocupada por el amor de su esposo, al que intenta reconquistar con las viandas que le envía a su oficina a través de una agencia de distribución. La comida será la sustancia a través de la cual, ella se propone avivar el fuego de una pasión conyugal que parece difuminarse. Pese a la dedicación y destreza culinaria de la protagonista, Rajiv, el esposo, no es subyugado por el paladar, nunca llegar a expresar su deleite.

Un día la comida cae en la oficina equivocada, la de Saajan, un viejo contador en el linde la jubilación, que es hechizado por esa conjunción e intensidad de sabores y aromas. El melancólico funcionario no desaprovecha el error y paladea el alimento con fruición, tanto que devuelve los recipientes limpios y refulgentes a la extraña persona que lo cocinó. Ella se alegra al saber que su sazón ha sido reconocida por fin, pero pronto reparará en el error. En simultáneo, descubre que su esposo le es infiel. El joven matrimonio parece irse a pique. Ila volverá a enviar, esta vez con premeditación, el almuerzo al escritorio del extraño funcionario que sí la supo apreciar. Esta vez ya no es un error, ella quiere sentirse gratificada. Acompaña al alimento una carta de gratitud. Él la responde y ella continúa escribiendo tanto como él hasta que el ir y venir de las viandas se torne en una intensa consecución epistolar. Las cartas y lo que ellas entrañan les devuelven a ambos el alma y la vida.

Un día Ila asume que es el momento de encontrarse con el extraño comensal. Él lee la propuesta de cita. Se alegra y se espanta a la vez. Se sabe viejo, mayor que ella. La joven no lo ha visto, no conoce su rostro ni el timbre de su voz, pero la fecha ha sido pactada y es inexorable. Llega el día, ella lo aguarda sentada dentro del restaurante, él la observa escondido a lo lejos, sin manifestarse. Joven, con el relumbre de la edad en los ojos, armónica, única, bella. Él teme el rechazo, retrocede y se aleja.

En este cruce maravilloso del azar, ha nacido la chispa del amor. Una frase del protagonista redondea la historia y es sustantiva para interpretar la esencia del periplo accidentado, complejo e incierto de la vida que se nos da: “A veces es precisamente el tren equivocado el que nos lleva al lugar correcto”.

Quizás la moraleja de este extraordinario filme nos sugiere que los acontecimientos no se rigen por la casualidad, que, por el contrario, la vida es causal y que el orden o el cosmos nos determina al margen de nuestra conciencia, nuestra convicción y nuestro deseo. Lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad, decía Borges. De este modo, cada evento, su sucesión incomprensible, no es más que una definición subsecuente de aquello que, por destino, tiene que necesariamente ocurrir.

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