Opinión

El trébol de Flores

Lee la columna de Julio Barco

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En ciertos poetas, los ánimos poéticos se traducen como símbolos de la Naturaleza. Así, cuando Javier Heraud afirma que se siente un río, se propone darle “voz” al elemento agua. En tiempos modernos, los románticos, con Goethe a la cabeza, estimularon esa relación vital entre el humano y la natura: fusionar el yo con el universo.

     En Trébol (2024, Voces Múltiples) de Liliana Flores Hilario, nos estremece por su sensibilidad libérrima y la sed de dialogar con el Otro Lado: la unidad perdida de nuestra condición. El proyecto se estructura en dos secciones generales (Anverso y Reverso) con divisiones interiores (Vita, Tristitia, Fidem, Fortuna). Ambos configuran un inventario de recuerdos, estados de ánimo, fragmentos de la experiencia lírica: todo ese vagar bajo la luz o sombra del poema, como un ritmo, o un trance o una conjura contra la nada: “Soy Flores/y no espero la primavera/Flor de lirio/y no hay temporal de melancolía/que marchite/mis pétalos de seda/ Vivo en campos de sequía a nieve/ renaciendo en poesía.” La victoria poética es habitar donde renace la palabra.

     Entonces, la autora sea torna jardinera de su propia mente: corta, siembra, poda, busca el trébol de cuatro hojas. En otro verso, expresa que: “Mi tristeza tiene el color de los cerros de Lima” La tristeza como un color, un árbol, una ventana abierta. La joven escritora observa mucho, analiza y nos permite configurar los ánimos que se agregan al instante: así sus visiones no solo son de armonía, sino tristeza, o como decía Valdelomar (otro grande conectado con la Naturaleza): Tristitia. Con la ineludible “saudade” encima (maldita añoranza que da el no sentirse bien en ningún lado), y frente a ese caos, ¿qué hacer? Leer y leer.

    En esa fiebre interpretativa, brota la savia elaborada, la fotosíntesis, el acto de repartición de la simiente del poema. Gracias esa luz, es posible resistir en medio del caos: la poesía se puede oír incluso en medio de los oleajes existenciales. En ese sentido, este poemario germina dentro de la lucha ecológica: la poeta sabe que se debe optar por un camino: arrojar la semilla o la palabra.

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