El tiempo. Para Cortázar, “ese bicho que anda y anda”. Para Proust, la gran materia prima, la excusa perfecta para levantar la pluma y no bajarla hasta terminados siete tomos. Para el resto, quizás solamente aquello que marcan los relojes, como si del termómetro dependiera la fiebre. Sin el tiempo, las muertes lentas no lo serían tanto, y bien hubiéramos podido dejar para ayer lo que podamos hacer mañana.
Cada lapso es una avalancha, una relación furiosa que no conoce puertas de escape. Sin embargo, es a través del cine, la literatura y la historieta que el hombre fabrica su propio juguete –llamado coincidentemente “tiempo”- que marca no el transcurso real, sino el ficticio, uno que ocurre y a la vez no. Es decir, son las artes narrativas las únicas en las que el hombre tiene el control de los hechos y la velocidad a la que estos ocurren. Flaca victoria.
Así, recursos aparte, el cine puede reproducir un intervalo con fidelidad: dos segundos en el reloj del protagonista tienden a ser dos segundos en el reloj del espectador. Por otro lado, el tiempo literario es una maquinaria retórica, cuya eficacia está determinada por la pericia del escritor en el manejo de la palabra. Con la historieta ocurre un fenómeno distinto: siendo esta una secuencia de instantes congelados, el tiempo debe entenderse en función a la sucesión de viñetas, a la historieta como sistema narrativo.
Dice Scott McLoud que la historieta es aquello que ocurre entre viñetas. Pues, bien, cabría agregar que es también el tiempo en que “aquello” ocurre. Tomemos como ejemplo una escena de Aïeïa de Aldaal[1]:
Aquí, las protagonistas se permiten un poco de humor en medio un entorno devastado y desolador. Se trata de una broma, un gag oscurísimo, pero no por ello menos breve. Las calles -aquellos espacios en blanco que alternan con las viñetas- equivalen a escasos segundos, y lo entendemos así por una simple aplicación del principio de cierre (closure, según la terminología utilizada originalmente por McCloud[2]). Aquel es el tiempo ficticio, el segundero avanzando en el reloj de la historieta.
Una premisa distinta es la que nos ofrecen estas viñetas de Sobre la estrella[3]:
Moebius – Sobre la estrella
En esta escena, los personajes parecen haber quedado petrificados ante la inmensidad del paisaje. El espacio se congela, y el tiempo se altera. Gracias a un inteligente uso del color, Moebius transforma un mismo encuadre en dos momentos ampliamente separados en el tiempo. De esta manera, el espacio vacío entre viñetas modifica su rango, su valor, y se transforma en un tiempo “no figurativo”. Este es el territorio del tiempo imaginario, aquel que nos es vetado excepto a través de las artes narrativas, siendo la historieta una de ellas.
Contar es, entonces, generar y alterar: generar personajes, diálogos y situaciones. Alterar el tiempo y, si cabe, el espacio. Todo esto, sabiéndonos finitos desde nuestro rol creador.
Es curiosa, la batalla del hombre contra la tiranía de los relojes. Tan curiosa como inútil, pues el tiempo avanza igual para quienes miran la hora, y para quienes no. Sin embargo, hay cierta belleza en imaginar un orden distinto, y qué es la historieta sino la excusa perfecta para existir en dos tiempos a la vez: aquel de las imágenes que no transcurren, y aquel de los momentos que no existen.
Llegados a este punto, hay que decir: algún día ha de empezar el futuro de la historieta. Todo es cuestión de tiempo.
1. BOURGEON,François y LACROIX, Claude. Aïeïa de Aldaal. Barcelona: Norma Editorial, 2005.
2. MCCLOUD, Scott. Understanding comics. Massachusetts: Tundra publishing, 1993
3. MOEBIUS. Sobre la estrella. Barcelona: Norma Editorial, 2006.