Hace unos años la muerte lo devoró pero su teléfono en mi agenda es un número que no borraré nunca.
Hace 12 años llegué a un Buenos Aires que no era cierto, es decir a uno imaginado, vislumbrado en los cuentos de Julio Cortázar y de Roberto Arlt pero sobre todo en las novelas de Sábato. Un Buenos Aires literario, que se rompió cuando llegué por primera vez a esa ciudad. La ingenuidad de un chico que cree que una ciudad está habitada por sus personajes literarios, me llevó a ir del hotel al parque Lezama, el mítico parque donde Alejandra y Martín (personajes de Sobre Héroes y Tumbas) comienzan una de las historias de amor más tormentosas de la novela universal.
El parque está entre los barrios San Telmo y Barracas y yo estaba en plena calle Corrientes. Entonces no me quedaba más que tomar el subte y llegar a la Estación Constitución, la misma donde en 1977 habían perseguido a balazos a Rodolfo Walsh, periodista que enfrentó a la dictadura. Allí lo emboscaron y terminaron desapareciéndolo. Pensaba en eso mientras caminaba las cuadras que separan a la estación del parque, mientras las mujeres son apariciones y me pregunto si alguna de ellas ha leído a Sábato o quiere ser como Alejandra.
Llegué al parque y toda la ciudad estaba allí. Era domingo y los chicos jugaban fútbol, las familias alrededor de las parrillas, decenas de niños en bicicletas, patinetas y demás objetos de juego. Las parejas se besan o caminan bajo un sol que aparece cuando desemboco cerca de la estatua de Ceres. Pero tanta bulla era estresante, comencé a rodear el parque hacia el bajo, donde una tienda de comida rápida terminaría alejándome hacia el micro centro porteño. No era como lo imaginaba.
Días después me encuentro con el poeta Antonio Requeni quien me recibe en su casa del barrio de Caballito. Yo quería conocerlo por su poesía y -sobre todo- porque había sido amigo de Pizarnik (la otra Alejandra que me obsesionaba). Una tarde le comenté mi experiencia en el parque Lezama, mi interés por Sábato.
–Che’ yo trabajé con él, un maestro. ¿Por qué no vas a visitarlo? Le dije que no tenía idea de cómo ir, que solo sabía que vivía fuera de la ciudad. Entonces Requeni sacó su libreta y me la alcanzó. –Allí está, llamálo, hablá con Martín, un buen pibe que lo ayuda. Salí y en la primera cabina telefónica llamé. Me contestó Gladys, que volviera a llamar, que Martín era el que le podía dar más información, que el señor Ernesto ya no recibe visitas pero que en todo caso llamé más tarde.
(LEE EL ARTÍCULO COMPLETO PUBLICADO EN LA REVISTA LIMA GRIS 8)