Bello y difícil tema el de la esperanza. Pienso en dos grandes poetas como Rubén Darío y Vallejo y cómo enfrentaron este desafío. Para uno la esperanza fue un canto de optimismo donde las “ínclitas razas ubérrimas” eran invitadas a ser parte del parto de la nueva literatura; para otro, en aquellos versos donde el poeta se propone “hablar de la esperanza”, era un canto donde inevitablemente colindaba con el dolor. El dolor y la esperanza entonces se observan como temas que se reflejan y recíprocamente se alimentan. Como dijo M. Ildefonso en las páginas de su emblemático Dantes, “solo se piensa en la esperanza cuando ya no se la tiene”.
En el caso concreto de José Contreras el tema de la esperanza le sirve para engarzar un bello y compacto libro, pero también ingeniosamente armado con el afán de motivar lecturas múltiples de su propia arquitectura. En De esperanzas y otros reflejos (2017, Ed.ICI) entramos a otro testimonio de semejante sentimiento y equilibramos el sustrato de su fruto. Hay en estos versos algo de hermetismo velado y de juego metapoético, en el sentido de que el poemario es una recopilación de veinte poemas sumados a sus propios reflejos, que resultan ser versos modificados ingeniosamente para darnos una idea más amplificada del signo o del decir. Veamos, por ejemplo, en el poema Cinco: El Anticristo los primeros versos dicen:
Las heridas caminan por los países de mi barrio
Y en el Reflejo Cinco se versa lo siguiente:
Los países caminan por las heridas de mi barrio.
Este juego de cambiar el orden de la sintaxis sirve para, justamente, distorsionar la primera idea del poema, darle un giro diametral a su sentido expresado y amplificar tanto la tensión que lo sostiene como su posibilidad expresiva. José Contreras, que en el pórtico de dos páginas que abre el poemario expresa que “siempre seremos sustanciales, por el mismo hecho de ser poetas. Nadie puede negar nuestro aporte” también señala, en el POEMA DIECISÉIS que,
La paz está llorando por mis ojos
Mis rodillas sangran
Ante la queja inocente de los niños
Que niegan el nombre exacto de la ciencia.
Las sílabas se pierden
Entre los versos fatalistas
Los caminos se detienen (…)
Por una parte, se observa que esta esperanza no puede sino ser un encuentro con la verdad interna de poema, que aunque busca la esperanza también es avasallada por la lucidez que significa lograr lo anhelado; esto condiciona la internalidad de libro a ser un frente donde la esperanza, gracias a ese razonamiento heredado de la Edad de la Razón, es decir, la ironía, es también una farsa o como dice el poeta
La paz está llorando por mis venas
Mientras mis ojos dolidos
De repente están dolidos… jodidos.
Estos últimos versos son pues los del reflejo, es decir, los que transfiguran los sentidos y connotaciones primigenias de cada poema. Por otro lado, destaca también la asociación de la infancia, la velada guerra subterránea, la neblina de la corrupción, el oxido de los lenguajes. Así, llegamos a versos como
Hombres que han vuelto a ser niños desconocidos
Niños que nunca llegarán a ser adultos de roble
Ojos que asesinan los azúcares de nuestro viejo hombre sediento
de primavera
Repito estos veros: Niños que nunca llegarán a ser adultos de roble. ¿Acaso se puede tramar una esperanza menos estable que aquella donde no hay futuro? Es ciertamente dura la realidad que versa Contreras dado que el poeta no puede sino llevar al canto de la totalidad, y ella no es de un solo matiz sino un coro de diversas visiones que se abren a dar testimonio de lo real. La esperanza se juega hoy día, como en cualquier siglo, su paulatino fulgor. Los versos de José Contreras nos descubren su lumbre como también los laberintos que esconde.