En un país donde la presidente Dina Boluarte juega al escondite con los miembros de la prensa y se esconde tras los micrófonos oficiales, o utiliza de voceros a los ministros que la escudan sin el menor remordimiento, la transparencia ha dejado de ser un derecho para convertirse en un lujo. Al parecer, la presidente del Perú se olvidó que responder preguntas a la prensa es parte fundamental de las obligaciones de un gobierno que se debe a sus ciudadanos. ¿Acaso no sería mejor transparentar su gestión? ¿O es que teme mostrar aún más sus limitaciones ante preguntas incómodas o voces que puedan increparle verdades demasiado dolorosas de asumir?
La reciente evasiva del Canciller peruano Elmer Schialer Salcedo ante una simple pregunta periodística no es solo una anécdota; es el síntoma de un sistema podrido hasta la médula.
Frente al cuestionamiento de por qué la presidenta Dina Boluarte no responde preguntas a la prensa, durante una entrevista con Jesús Verde, para radio Exitosa, el Canciller Elmer Schialer respondió: «Los tiempos del señor son los tiempos del señor, tengamos fe». ¿Fe en qué exactamente, Canciller? ¿En que algún día la presidente Dina Boluarte tendrá la dignidad de responder por sus actos?
Esta patética escena refleja una enfermedad política que ha infectado nuestras instituciones. Los funcionarios públicos, quienes deberían ser servidores del pueblo, se comportan como dioses inaccesibles que conceden audiencias solo cuando les conviene.
«Los tiempos de Dios», dice el Canciller, como si la rendición de cuentas fuera un acto divino y no una obligación constitucional. La metáfora del silencio es poderosa. Y no se trata solo del Canciller.
El ministro de Educación, Morgan Quero, juega el mismo juego de sombras cuando se le pregunta por qué la presidente no da entrevistas: «Yo creo que estamos recibiendo los mensajes de la presidenta a través de sus discursos, de sus inauguraciones». ¿En serio, ministro? ¿Es esa su definición de transparencia y diálogo democrático?
¿Hasta cuándo permitiremos este circo? ¿Hasta cuándo normalizaremos que quienes deberían informarnos nos traten como intrusos en nuestra propia casa? La comunicación no es un favor que nos hacen; es una obligación inherente al cargo que ocupan. El poder emanado del pueblo les exige hablar cuando se les requiere, no cuando les plazca o cuando «los tiempos del señor» lo determinen.
La metáfora religiosa utilizada por el Canciller Elmer Schialer es particularmente ofensiva en un Estado que supone democrático. Escudarse en «los tiempos del señor» no solo es una evasiva cobarde, sino una profanación de la fe de muchos peruanos que entienden que la religión no debería ser un escudo para la incompetencia política.
Y mientras se esconden tras discursos y ceremonias protocolares, figuras como Hinojosa mantienen su posición como «jefe de gabinete técnico del despacho presidencial», según confirma el propio ministro Morgan Quero. El ministro asegura que este funcionario «sigue cumpliendo con sus funciones», aunque el vocero constitucional debería ser el Premier Gustavo Adrián. Este teatro de sombras donde nadie sabe quién habla por quién no solo profundiza la crisis de comunicación gubernamental, sino que agrava la situación de un gobierno cuya aprobación está por debajo del margen de error estadístico del 5%.
Mientras tanto, los problemas reales del país siguen acumulándose como basura que nadie quiere recoger. La inseguridad ciudadana, la corrupción institucionalizada, la pobreza creciente… todos estos asuntos urgentes pasan a segundo plano mientras jugamos al gato y al ratón con funcionarios que se creen por encima de dar explicaciones.
¡Qué ingenuidad! No hay conversación cuando una de las partes se niega sistemáticamente a participar en ella. No hay diálogo posible con quien considera que responder es opcional. El reloj de la paciencia ciudadana está a punto de agotar su cuerda. Y cuando eso suceda, quizás los ministros y funcionarios entiendan que el verdadero tiempo de Dios es el tiempo del pueblo peruano, que tarde o temprano, pasa factura a quienes confundieron el servicio público con un trono privado.
La próxima vez que un el Canciller «devuelva la pelota», recordémosle que no estamos jugando un partido. Estamos construyendo un país. Y en esa construcción, el silencio de la de presidente Dina Boluarte no es una opción. Es una traición a los valores democráticos.