Cine

El segundo acto, de Quentin Dupieux (2024)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Las comedias son (sirven)… para estar o para ser ligero, o como se dice -expresión un tanto desagradable, o completamente desagradable- ‘para no pensar´. La voz nihilista – conformista dice: para qué pensar, si nada, a estas alturas, tiene ya ninguna solución. O las comedias pueden usarse para que, sin pensarlo, uno se vea obligado, o estimulado, a pensar (esto es, la idea de que pensar es verse forzado a hacerlo). O sea que pensar, según cómo se endulce o adorne o con qué se mezcle, puede no ser tan desagradable. ¿Es que ya no hay gusto por el pensamiento?

Ya ven. Ideas más o menos idiotas de lo que es una comedia, o de lo que son las películas. Cómicas o no. Y qué es una película. Por qué necesitamos películas. Ya que, si es todo una farsa, una ficción, un fingimiento, qué hay que hacer. Abandonar, sí, abandonar la ficción. Y para siempre. Y con sublime alegría. Como quien se libera de un hechizo. De una enfermedad. De una cobardía. De una droga. De una maldición. Como intenta uno de los personajes en la película, un personaje que actúa de actor y que en ese momento actúa de un actor que ya no quiere ser actor. Claro: y cuándo cualquiera deja de actuar… Actor: ser totalmente banal que le da la espalda a la sagrada y grave, urgente y trágica realidad. Pero, un momento. ¿Se puede? ¿Están las líneas divisorias tan claras? Es decir: cuál es la relación de las películas con lo que llamamos ‘lo real’.

En El segundo acto se explicita lo que suele callarse. El espectáculo, el entretenimiento, ocultan el vacío, el vértigo. Es e chiste de la cebolla: capa tras capa… y no hay centro, no hay nada. ¿Por qué razón tanta gente dedica su vida a esto, de un lado y del otro? O no hay razón alguna para la ficción. O la razón es la diversión. Y si incluye la crítica… Uy, la gente quiere soñar, escapar de su triste realidad tan insuficiente. ¿Pero están seguros de cuál es su realidad? El arte, el sueño, la imaginación, la ficción, pone en duda lo que abrazamos, ingenuos o desesperados, como lo real. La jocosa, tonta, astuta, constante desestabilización en la que nos mete El segundo acto, nos reconecta con la complejidad.

Película

The Second Act

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