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EL RECUERDO DE MI MADRE

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Fotograma de la película «Madre e hijo» del director Alexander Sokurov.

Una de las cosas que más recuerdo de mi madre, por triste que parezca, son sus ojos en el último día en que la vi con vida. Había subido al taxi y se iba de emergencia al hospital Rebagliati, y yo acababa de portarme mal con ella. Y mientras la enfermedad que la atormentó por diez años daba su puntalada final, sus ojos me miraban tristes, pero cargados de un amor infinito.

El último día de su vida, mi madre le preguntó a mi papá por mí y por mi hermano. Luego mi padre tuvo que salir un minuto a pedido de la enfermera, que al rato salió corriendo para llamar a los médicos, quienes empezaron a entrar y salir de la habitación a paso presuroso, hasta que, a decir de su andar ya calmo, no pudieron hacer más por ella.

Mi madre fue una persona como cualquier otra, y cometió muchos errores, algunos conmigo, otros con mi hermano, muchos con ella misma. Pero si algo debo reconocer en ella es que a pesar de los tropiezos en la difícil tarea de educar a dos tipos rebeldes y testarudos, tuvo un amor inagotable, que puso en cada cosa que nos brindó. Y cuando la enfermedad no le permitió hacer más, empezó finalmente a traducir en palabras todo aquello que antes nos mostraba en hechos. Me dijo «te amo» las veces suficientes como para nunca olvidarme que lo hizo, con todo su corazón. Ese corazón que yo partí el último día que nos vimos.

Aunque he vuelto a recuperar mi paz, no hay día que pase en el que no desee tener la oportunidad de hacer las cosas correctas. Murmuré muchas disculpas después -empuje la camilla con su cuerpo inerte desde la habitación y por todo el pasadizo, bajé por los ascensores, la dejé en el mortuorio-, pero como bien podrían suponer, ya era en vano.
Así que hoy, si me permiten el consejo, les pediría que gasten menos en memes, en fotos, en mirar el smatphone y traten de hacer de este día el momento correcto para grabar un gran recuerdo en sus corazones. No lo llenen de estridencia ni lo carguen de majestuosidad, háganlo simple y sentido, no revienten una tarjeta de crédito en un restaurante pomposo, plagado de bullicio y desorden, busquen un momento de calma y traten de decirle eso que sienten, que puede sonar tan cursi a nuestros años, pero que es -créanme- tan necesario. La vida es corta, y si hay algo que no podemos dejar de lado en este breve tiempo que tenemos, es la oportunidad de ser honestos y decirle lo que sentimos a las personas que amamos. Hoy es un buen día para hacerlo. No lo pierdan. La vida no nos guarda el saldo de amor desperdiciado.

Un abrazo.

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