Literatura

EL RECOLECTOR

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Escenarios donde ya no se puede ser escritor

John Martínez Gonzales

Sobre la nueva librería y las situaciones del escribiente.

Trabajar en una librería para un escritor es frustrante. Lo digo, no porque sea yo un escritor, sino porque he trabajado con muchos, yo sólo escribo algunos poemas pero escritor -“escritor”- no soy. Como decía, trabajar en una librería para un escritor (ahora 2010) es frustrante. Y lo digo porque muchos de ellos me han comentado eso, entraban aspirando a leer gran parte del día y hablar con escritores que visitan la librería para ver si se venden sus libros. Esa figura del librero clásico sentado concentradísimo en una lectura devoradora, es la que creían que podían representar. Pero eso casi ya no sucede.

Ya no puedes leer, ya no puedes revisar sentado los libros y perderte en ellos. Las librerías se ha vuelto supermercados, lo digo yo que por casualidad he quedado como administrador de este local, eso se debe quizá porque no he comprado ningún libro aquí y no saben que escribo, porque sino  no me tomarían en cuenta.
En una librería hay que estar todo el día de pie, mirando a la gente, alineando los libros, etiquetándolos, ingresándolos al sistema, forrándolos, limpiándolos, casi sin tiempo para leer. Huyendo del supervisor que no quiere que leas porque te desconcentras y se pierden los libros y luego todo se va al diablo en el inventario.

Entonces los escritores no  saben qué hacer, se vuelven locos queriendo conversar de literatura con otros vendedores que solo piensan en sus ventas, cuando me ven en la caja, oyendo “The Cure” o “Muddy Waters”, se confunden y me hablan de literatura, de música, yo sólo asiento y les respondo ambiguamente: “si ese autor se vende bien”, o “ojala venda más que su libro anterior”. Otras veces en los breves instantes que logran más que hojear un libro y encuentran una frase arrebatadora, la quieren compartir como si decirla fuera una manera de publicarla en una página del aire. Yo sólo respondo que me gustan más las frases de “melcochita” u otro cómico peruano. Entonces ellos se repliegan como animales fuera de la manada y regresan en libro al estante porque el trabajo se amontona y acaba de entrar una tía que quiere comprar un libro de autoayuda o alguno de pilates.

Hay escritores/vendedores a los que no les interesa la conversa. Los que se quedan en silencio y sólo dice al comenzar a trabajar aquí: “Me puedo encargar de la sección de literatura”, típico. Blindados por el silencio, se recuestan entre los estantes e intentan a leer, ubican para esto las horas más lentas; arreglan sus anteojos, se alisan el cabello y leen. Luego entra un cliente y se van volviendo rojos. O bien tengo que hacerlos moverse y no dejarlos que el supervisor los encuentre leyendo. Cuando hay más tiempo libre y avanzan en su lectura comienza mi verdadera labor, la que más me jode pero que es completamente necesaria. Les tengo que cortar la lectura. En la cadena hay unas directivas para esto, nos dan tres alternativas: a) Le dices a cada rato que si la administradora la encuentra leyendo la van botar. b) Que el libro se esta maltratando; para esto llegas ese día temprano y antes que llegué el escritor ubicas el libro en cuestión y doblas una de las puntas. C) Esconder el libro que esta leyendo y luego  asustarlo con la posible perdida del libro.

Muchos se cansan y a las dos semanas renuncian o simplemente dejan de venir. Así la librería va renovando gente y no incrementa su planilla, es decir es un ahorro para ellos contratar escritores desertores, escritores que llegaron a hacer su educación sentimental entre libros pero se encontraron con el libre mercado y la modernización.
Por eso la lección es no trabajar, “si eres escritor no trabajes más que escribiendo” me dijo un escritor/vendedor. Nada más verdadero.

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