El segundo libro de todo poeta es siempre una sentencia en su camino. Muchas veces el entusiasmo y lo que se perfilaba como un proyecto se convierte en una galería de espejos, de lugares comunes, de efectismos vulgares. Por eso El Nudo (AUB, 2012) es un ave raris en la poesía contemporánea peruana. Teresa Cabrera (TC) concretiza una voz que ya en su primer libro –Sueño de pez o neblina– desplegaba una fuerza y una ubicación importante. Y me parece que esas son las características que más me atraen de su poesía: la ubicación y la fuerza.
Las coordenadas donde nos ubican los poemas de TC son reconocibles, no se pretende reflejar un lugar exacto pero la poesía no es gratuita, sabe donde se despliega. En los textos se sabe peruana, latina, se hunde en estos parajes y desde ellos abarca la universalidad. No nos son extrañas esas situaciones, esos ritmos. Su poesía sabe usar los elementos locales para hablarles a todos los hombres.
La fuerza de sus textos no es un uso desmesurado de exclamaciones o de situaciones límites. Es el poder del discurso, la marea verbal. No hablamos de narratividad sino del desborde. Estamos ante una poeta que nos coloca -desesperadamente- en una cotidianidad arbitraría y efímera. La poesía de TC nos proporciona ese estremecimiento en la piel, nos devuelve esa sensación física del poema.
El Nudo habla desde el yo para ser otros, pero no solo la posibilidad de ser otros, sino de ser una continuidad. Todos los personajes que aparecen a lo largo del libro aparecen en la misma atmósfera pero en diferentes escenarios. He ahí la valía del libro de Cabrera. Instalar y desplegarse en una atmósfera sólida, rítmica. Sus voces, aunque decantadas, perdidas o desesperadas, tienen un latido de volcán en erupción, de manada de animales salvajes en busca de alimento. Su presencia en el saturado escenario nacional destaca entre tantas voces ortopédicas.
Teresa Cabrera leyendo su poemario
El libro comienza en las afueras de la ciudad. No saber si estás llegando o saliendo. La carretera como imagen, como pista de despegue. La posibilidad de la transmutación de almas, de ojos. Los primeros poemas son un estado de revelación. La búsqueda de la conjugación entre el sueño y la vigilia. TC descubre pasadizos misteriosos y no huye de ellos, por el contrario se queda, los contempla, incendia y denuncia. En el poema La Garita se van consolidando estas primeras características, pero de manera drástica:
“algo en el sueño se astilla y me devuelve a la carretera
intrigando
haré un apunte antes que todo se pierda”
En los textos ella aparece como un personaje más. Pero el nombrarse no es ser otra, sino reafirmar la posición del yo –de nuevo la ubicación- la poesía la vuelve la más consciente.
La poesía, como diría Raquel Jodorowsky, es invencible. TC no encuentra en el nudo un impedimento, este símbolo es todo lo contrario: es un encuentro que consolida raíces y la lanza hacia el infinito. La poesía penetra en todos lados, en todo momento y por sobre todas las cosas. Lo simbólico del nudo, como en los trabajos de Eielson, es el verbo que se conjuga con todas las realidades, todas las posibilidades. Como alguien que ingresa de un sueño a otro, o como un poema dentro de otro poema.
Aquí la poesía está en la posibilidad de comunicarse con el otro, estar en la calle, andar por la ciudad. Para la poeta andar es escribir o vivir que es lo mismo pero no es igual. El nudo amarra la verdadera vida (el poema, el sueño, el verbo) y allí Teresa no puede ser más que lo que la obsesiona.