Más allá de las pirámides y el desierto, del río Nilo, de Alejandría, más allá de postales donde sale la esfinge, más allá de anécdotas del discurso de Napoleón en la ciudad conquistada. Más allá de eso existe todo un país tras esas postales que nos muestran un territorio turístico, de diversión.
Por eso desde que se iniciaron las revueltas en el territorio hemos estado atentos al conflicto. Ya hace mucho se había advertido a los organismos internacionales de que este incidente se podía dar. Y se dieron. Los enfrentamientos de los últimos días entre manifestantes y los llamados grupos pro Mubarak han tenido como escenario principal la plaza de Tahrir. Lugar emblemático para Egipto, aquí se mide el pulso del país. Su nombre significa, literalmente, liberación. Así como en la Plaza San Martín, en Perú, o la Plaza de Mayo en Argentina, los movimientos en esta plaza son fundamentales para el destino del país.
El escritor Samir Raafat resumió su importancia en la revista Cairo Times: «Midan Tahrir no puede estar quieta. Ya sea para reflejar los humores de la ciudad o la agenda política de la dirigencia, la plaza más importante de la nación ha pasado de ser desde un falso Campo de Marte hasta un explanada estaliniana. Cuando un nuevo régimen siente que la capital necesita una nueva apariencia, Tahrir es el primer lugar donde comienza».
Históricamente fue una plaza estratégica desde el siglo XIII, conocida en el siglo XIX como Midan (plaza) Ismailia, que fue renombrada en 1954 por los militares que terminaron con la monarquía egipcia en 1952. Ahora 2011, en otro siglo, en otra circunstancia, esa plaza se vuelve a manchar de sangre, esa plaza vuelve a ser un eje para la paz de Egipto. Nadie puede ser un rey, ni gobernar por décadas sin hacer nada más que engordar su cuenta bancaria. Egipto se desangra y los Faraones son solo un recuerdo cuando la realidad nos dice que no importa nada más que la verdadera libertad, que es el verdadero linaje.