Sin duda Félix Méndez es uno de los performeros más interesantes del país, acaba de publicar «Ágape de espectros» incursiona en la poesía escrita y escribe este poemario que es un reacción alucinada a este Mixtura.
La ciudad es su escenario, su hogar, ese útero caliente del que salió. Méndez incendia Lima con su poesía con sus movimientos que van de la A hasta la Z. Para Félix Méndez la poesía está en todos lados, en calles solitarias o en las paredes devoradas por el tiempo, en la combi o en el meche rumbo a palacio. No existe lugar ni espacio donde Méndez no respire poesía.
El viernes 30 de septiembre será presentado su libro en la Casa de la Literatura (antigua estación desamparados) Jr. Ancash 201, 6:30 de la tarde, compartiendo la mesa con Rodolfo Ybarra, Martín Roldán y Juan Turlis.
Sobre su libro «Ágape de Espectros» asistimos a un libro contemporáneo, con todo lo que significa eso. El poemario es la cocina delirante y migratoria de Méndez. El libro no comienza, interviene la realidad. De pronto «el arnés de la espera» se desata y el discurso oral/testicular invade todo el escenario. Los poemas de «Ágape de Espectros», no son solo el sonido, sino la piel, una epidermis alborotada, que resucita entre verbos y neologismos.
El transfondo de todo el poemario es la preparación: la cocina, el preparar, el probar. En medio, el hambre. Sobre todo el hambre.
Es en esa insatisfacción donde Méndez se muestra más pleno. Rodear la realidad, armarla y caer en cuenta que la insatisfacción no es un bache, puede ser también una herramienta. Félix se sorprende viéndose ver. «Me escabullo de ágape y tras una puerta el quicio de ésta está». Se deja guiar por una balsa de instintos pero un hambre procaz tiene sus consecuencias. » Pensar en el pabellón de instintos no es gratuito».
Con una mirada afilada, con una lengua que eructa volcanes, verduras y frutos maduros, conjugando el amor con el asesinato, el verbo con un cuchillo. Este libro no admite iniciados, exige al lector no contemplar, sino participar del festín.
SIGEOMEN
Una mesa. Cualquier mesa. Las sillas giran en su redor anudando otra espera.
Un mozo llamado recuerdo. Las velas se encienden y fenecen de por sí.
El banquete es un canto retardado.
Las servilletas y los cubiertos lucen enrevesados (inútiles para sus efectos),
no dije sucios.
Olvidé mencionar el majar. Los espectros retornan devanando recuerdos de
sus decesos.
La verdad siempre será incompleta.
Yo reúno detalles ante las imágenes de esquivos resquicios de verdad.
El mozo deja caer sobre mí, el contenido del plato que me correspondía.
Él esta en el lado opuesto a mí, coge y escabulle entre sus bolsillos unos trozo
de carne.
La campanilla tañe tarde. Las mascotas espectrales absorben el aroma.
El sexo carece de sexo. Ahúman a los congéneres.
Fuera del recinto, un caballo y una cebra hacen migas con ellas ausentes.
Los duendes juegan arrojándose el camino a sus espaldas. Verde.
Cabe la estimación de que el tesón espectral contuviera desatinos.
Bullicio. Aunque nadie se comunicara entre sí.
Celebramos la fusión del cabizbajo. Degluten, regurgitan, silban y esputan.
Paladean y rechinan los dientes.
El mozo servirá el postre.
Croquetas de maní con aciago ritmo de lúcuma. Yo atormentado por el elixir
nupcial.
Me escabullo del ágape y tras una puerta el quicio de ésta está.
Reverbero el motivo de mi verdadera ausencia
Yo reuní a mi familia en un cáliz. Tilo, linaza y té. Te quiero hermano. Anís.
Tesoro, tesoro, tesoro.
El alimento aúlla su ausencia en nuestros estómagos. El alimento entre
nosotros. ¿Nosotros?
(de Ágape de Espectros, Editorial Casa Katatay, 2011)