Por Gonzalo Valderrama Escalante
“Rumi”, piedra, se titula la reciente muestra del artista Ewin Huamán, se expone en el Qorikancha, Museo del Convento de Santo Domingo, la entrada es libre para el público cusqueño y es posible visitarla hasta el 23 de abril.
Se trata de una serie de tallados de fina factura en piedra. El soporte material está constituido por los diversos tipos de rocas de la región, aquellas con la que construyeron las más conocidas edificaciones incas, y extraídas de las mismas canteras. Granito, basalto, diorita, andesita, dan cuerpo a estas esculturas de formas inspiradas en objetos del Cuzco antiguo, en tránsito hacia lo abstracto y una propuesta estética que estando basada en una tradición y referente cultural puntual, parece sostenerse de por sí en base a su mera belleza.
El artista, oriundo de Paruro, la tierra de origen de los Hermanos Ayar, fundadores míticos del Cuzco y del incario, complementó sus estudios en bellas artes, con una formación complementaria entre los tradicionales maestros picapedreros del distrito de San Jerónimo. Como resultado entre sus piezas se sugiere poner especial atención en la denominada “Qorikancha”, al verla uno piensa que manos así han sido seguramente las que construyeron el mismo templo del Sol.
Exponer en este museo en particular es especial. Con el Qorikancha pasa lo que nos sucede con aquellos lugares familiares, tan frecuentados que terminan por ser extensiones del espacio familiar, y por último de uno mismo. Para el cusqueño de hoy el acceso a las salas de exposición del museo, permite ver muestras e instalaciones de arte contemporáneo que hacen justicia, como regla, a un espacio de solemne reverberación. Se han montado exposiciones de obras de los maestros locales, como también de clásicos de la pintura contemporánea como Dalí, por decir lo menos.
Es un espacio sagrado desde época Killke, horizonte temprano, y hoy es centro de una actividad cultural intensa, única en el mundo, el torreón del Qorikancha no es menos que el muro de los lamentos. La gestión de un espacio de esta connotación es cosa seria, y lo simbólico del asunto cosa central. Porque el espíritu de nuestra historia, el fantasma de la Nación, bajo la luz o k’anchay del sol o P’unchaw, Cristo o Taytacha, hacen que las piedras talladas de ese torreón, que ese granito milenario nos devuelva e incorpore como en una lloqlla, a esa corriente primigenia en el río de la historia, que Valcárcel llamaba el cauce principal de un torrente que es luego alimentado por todas las culturas que integran el país. Valga recordar que el Perú es más antiguo y más grande que sus actuales problemas.
Hace unos meses se dio un pedido al Papa, heredero de San Pedro en Roma para que devuelva el otrora Templo del Sol, a los herederos de los ancestros andinos, amazónicos y sus muchos nombres. Suscribí la misiva, pero al contemplar esta muestra “Rumi”, parece que nada de ello tiene sentido si se toma en cuenta que cada quien se apropió ya de este espacio. Nada tienen que devolver si ya es nuestro y hace rato.