Las redes sociales nos proporcionan una fuente inagotable de reflexiones. Realmente, es morboso observar como la gente se ensaña con sus «opuestos» y exhibe «éticas» falsas o falsamente «correctas».
Como cualquiera puede lanzar epítetos y agravios tras una pantalla y como nadie tiene tiempo para responder a cada uno, máxime si los presuntos «agresores» ni siquiera exponen una sola idea, el que menos se siente en la posibilidad de ofender a gente muy superior (con la que, en general, no podrían tener ninguna clase de trato) solo porque estos pueden argumentar una posición o sostener un parecer muy distinto al del promedio o el grueso de fanáticos de ciertos autores o ideas.
En este sentido, veo que anda dando vueltas en la red un fragmento del prólogo de Vargas Llosa en la edición conmemorativa que la Real Academia Española ha dedicado a Los Ríos Profundos (que en su origen fue posteado por el crítico de cine Sebastián Pimentel).
La mayoría, según se ve en las redes, arguye que hay un terrible agravio vargasllosiano en contra del mil veces lacerado Arguedas, incluso se muestran indignados y hablan de una presunta «afrenta» o indican que eso no se puede hacer con alguien que ya no puede defenderse.
Seguramente, han olvidado cómo se defendió de Cortázar en 1967 y de la gente del IEP en aquella infame mesa redonda del 23 de junio de 1965. Vamos, el buen hombre que fue Arguedas no podría defenderse de nadie aun si tuviera tantos brazos como Shiva y maldita sea la hora en que el endeble gigantón gaucho opuso a Lezama Lima («que precisamente sabe más de Ulises que la misma Penélope) al macilento provinciano y folklórico autor de Todas Las Sangres («provincianos de obediencia folklórica», Cortázar dixit), puesto que en semejante «pateadura» mundial demostró la condición infranormal de la intelectualidad peruana de aquel entonces pese a la presencia de mucha gente importante del 50 y al propio Vargas Llosa (¿acaso no es fatal que nadie saliera a defender a Arguedas en ese momento y vaya si lo necesitaba, malditos sean?).
Por otro lado, si alguien cree que en el texto de Vargas Llosa hay un «ajuste de cuentas» no han calibrado la amplia generosidad del delicado arequipeño al exponer caracteres que cualquier lector promedio podría advertir si viera la literatura arguediana sin prejuicios.
Si vemos el texto en cuestión, MVLL inicia diciendo que el supuesto «agraviado» es el autor peruano al que más ha leído y estudiado. Luego, ensalza la moral y el talento de Arguedas («fue un hombre bueno y un buen escritor»). Sin embargo, indica que podría haberlo sido más (posición totalmente personal y valiosa en la medida que expone a su propio yo tan enajenado e ideologizado como el del que acusa) sino fuera por cinco factores puntuales: 1. «su sensibilidad extrema»; 2. «su generosidad»; 3. «su ingenuidad»; 4. «su confusión ideológica» y 5. su fragilidad (añadido mío) que lo hizo ceder «a la presión política del medio académico e intelectual en el que se movía para que, renunciando a su vocación natural hacia la ensoñación, la memoria privada y el lirismo, hiciera literatura social, indigenista y revolucionaria».
Es este elemento crítico el que no perdonan los aduladores del poético y sensible Arguedas (basta leer Túpac Amaru Kamaq taytanchisman. Haylli-taki, la Oda al Jet o Katatay para atesorar las óptimas condiciones del dolido José María para el ejercicio de la poesía) por haber creado una imagen totalmente idealizada y falsa de los dos autores en apariencia en disputa y por ensalzar en el endeble verdugo de El Sueño del Pongo una suma de características que no existen (algo que hacen, en la medida correspondiente con Vallejo y con Heraud, etc.).
En todo caso, haciendo la sumas y restas de lo expuesto en este controvertido prólogo el elogio rendido al autor conmemorado resulta mayor que cualquier crítica (por otra parte, tan necesaria como urgentemente disruptiva en un entorno más dado al besamanos que a la confrontación de ideas).
Finalmente, no hay forma alguna en que Arguedas sea superior a nadie, mucho menos al primer Vargas Llosa (no entiendo —ni puedo hacerlo en tanto mantenga en buen estado a mi cerebro— por qué le dicen «taita», si él fuera el padre del país creo que no habría ninguna salvación posible…). Eso sólo puede caber en gente que ignora todo del Perú y de sus escritores y que creen que ensalzando la minúscula porción del país que cubrió Arguedas como novelista están descubriendo y defendiendo un Perú digno de todas las confrontaciones en lugar de defender apenas un pedazo de un Perú que, en realidad, para este autor fue totalmente incomprensible (error terrible, además, pues el «universo» de Arguedas es menor y no solo territorialmente al que proponen autores como Ciro Alegría o Manuel Scorza, por solo citar a dos).
Realmente, no veo razón alguna para que se haga tanto escándalo. Vargas Llosa no ha hecho sino homenajear al andahuaylino trágico al rendirle algunos elogios, pero siendo crítico al mismo tiempo (porque es factible y deseable apreciar e incluso honrar a un autor siendo, al mismo tiempo, crítico con su obra, aunque eso no le parezca a la fauna ciega que puebla la escena pseudoletrada en boga). Digamos que para buscar «incondicionales» deberían viajar en el tiempo a la época de Stalin y dejar de habitar el siglo XXI.
¿Por qué tienen que esperar el mismo entreguismo acrítico que ellos profesan en un archiconocido rebelde y quemasangres como aquel que le dijo en la cara a Octavio Paz que México representaba la dictadura perfecta (a través de la larga hegemonía del PRI, etc.)? Eso no tiene razón de ser.
Quizás por estas incomprensiones del vulgo falsamente letrado es que el país está como está en términos de cultura, literatura y «crítica».
Decir la verdad nunca está de más. Hay que tratar de hacerlo de vez en cuando en lugar de preservar formas inservibles y fatales para una sana existencia desprovista de inmundicia y de mentira.