Cultura

El profesor Jorge Rúnciman, de la UNFV, nos dejó en el mes de agosto; sirvan estas palabras comentando su poemario Oniria (el país de los sueños) a modo de homenaje.

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Si bien podemos afirmar que la gramática es una sustancia imprescindible para el pensamiento poético, ya que representa el hueso donde se sostiene la carne, célula y sistema de signos vivos, un hueso nada duro de roer si es idónea la coma o la tilde sobre el tímido signo; podemos detenernos en algunas obras que hacen de esta idea galope dentro de un eje mayor: el abrir paso a nuestra propia mente gracias al conocimiento gramatical, nos permite ahondar, acercarnos, explorar la radioactividad lírica de Jorge Rúnciman en Oniria.

Con Trilce, El pez de Oro, 5 metros de poemas, Química del espíritu, como libros inaugurales, o mirando el panorama latinoamericano con El Loco o Altazor  y con (casi 40 años más adelante) Monte de goce, o Purgatorio, o La Nueva Novela, se apertura un canto contra la formalidad de la poética, una reinvención de la vieja mística encerrada en formas más clásicas o de ritmo o de versificación; golpe que cruje dentro de las formas clásicas; golpe que es un puñete contra los vidrios de la vieja retórica; para imponer un estilo más afín a la propia mirada interna del hombre, su torrencialidad, fluidez bulliciosa, locura mental, su experiencia con lo cuántico, su deseo de ridiculizar el sentido común o el falso objetivismo del poema, la mirada transfigurada en otros temas como el cubismo, que imponen una distancia desde la lógica para acabar y curar muchos referentes sólidos del pasado sea clasicismo, romanticismo, modernismo, etcétera.

Advirtamos un detalle: el tiempo inevitablemente momificó muchos actos que en su momento fueron atrevidos y que actualmente son bastante comunes o banales. Sin embargo, son libros que no se sacian con manifestar el tema del amor como oráculo, o decir solo cursiladas, repetir los climas, los colores, las esencias que se observan, el tacto.

El poema como tal y sus límites se tornan el ideario a explorar, a conocer, a convertir en sustancia de trabajo, estro poético, edificación de matices que logran un sistema más ágil de convertir la unidad poética en cosmos o máquina, en casa o espacio, de universalizar los programas que sostienen la idea misma del libro. Como dijo Vallejo (y Rúnciman muy bien recuerda): “Cada poeta forja/su propia Gramática”

Estos autores no solo se jugaban poéticamente la capacidad de tildar bien o conjugar un verbo sino la de silabear la rebeldía; seguir la naturaleza de la mente y sus vericuetos abiertos como alas de lepidóptero. Ese insecto, en su propio aleteo, llevaba también la fuerza de la rebeldía que estos hombres usaron en su arte: energía que trabaja la ebullición interna, exploración, concatenación mental; lograr tatuar aperturas, da conciencia de lo real e ingresa al temblor de la dimensión en la que se mueve.

Todo el siglo se mide por el filtro del arte poético y, justamente en su lenguaje, las paradojas y colores que padecieron. Esa metamorfosis con el uno mismo, esa lucha descarnada con los sonidos, ese debate químico del interior, ese deshacerse e imponerse máscaras, ritualizar el juego, estar en el fin e inicio de hechizo, torna a estos brujos de idioma como luces oscuras para ingresar a nosotros mismos; todo ello, en su justa medida aristotélica, sentimos en Oniria de Jorge Rúnciman. Ya desde el inicio, desde la mera colocación de cada página observamos que empieza, como los libros orientales, por atrás; en este caso, después del prólogo de Dimas Arrieta, encontramos el primer poema, que sirve como piedra de espejo y biografía lírica:

Nació bajo el signo de ACUARIO
su pasión era la expresión
               oral y escrita
decía que el lenguaje es vida
y vivía por y para el lenguaje.

Llevaba su procesión por dentro
sufría y gozaba in extremis
muy pocas veces lo demostraba
             -el mudo le decían-

A veces le daban más duro que a Vallejo
con palo con soga con todo
pero era buen fajador y asimilaba
y brindaba -a veces­- buenas faenas.

Así se define, groso modo, el poeta frente a su arte; cautiva por lo quisquilloso del autor, ese regocijo sexual por ampliar las facetas de la palabra, esa fervorosa manía por ser apóstol del verso ágil y semánticamente lúdico, lúdicamente ágil, por silabear el jugo sintáctico, por hacer del quehacer cirujano del lingüística un adminículo serio y alto de lo estético; sin temor a caer en el lenguaje más banal y cotidiano:

Te quise
desde mis uñas sucias
mi calzoncillo con hueco,
mi pene fláccido,
más Tú no me querías.

Ahora,
que dices quererme
con mis uñas limpias,
mi pene al máximo,
mi calzoncillo nuevo,
puedo decirte:
¡Ya no te quiero![1]

Sin ningún temor a lo ridículo, el poeta, cayendo muchas veces en  aquel necesario quehacer sexual del que asume la vibración, la médula, la pulpa del verso como un fruto exquisito; una uva o durazno, exquisito al paladar que por sonoridad y efusión causan regocijo; al usar las formas de la palabra dentro del estudio gramatical Rúnciman, se impone como un alquimista, atrapado en el lenguaje que es finalmente su identidad última, su razón de ser, y su quimera mayor, abre su propia vanguardia, y como Heine sentenciaba es un militante del verso, de la palabra en su fulgor mayor, es decir, su fuego poético. Estructuralmente Oniria (el país de los sueños) se divide en 4 secciones: Poelingüovelarga, Algunas reflexiones Sintácticas al pie del Aparato Fonador; Neo Poelingüovelarga, Ideas, Sentimientos, Sonidos, Grafías, Datos para la Computación; Reflexiones (cada día), En torno a mi Entorno; Oniria, El país de los sueños, de mis sueños. Ya desde aquellos rótulos, observamos como  combate con justo rigor de alto guerrero; y su espada es la pluma de su época anquilosada en el nervio más febril, alza la pluma contra la corrupción del leguaje, la solificiación de la estupidez, las mentes estrechísimas como girasoles resecos que no bullen en la ambrosía de la palabra: palabra como gozo y libertad, palabra como bulla interna, palabra como conducto a todo, palabra  Dios, solo hechizo, el Dios es lo ilimitado de su propia fisura. Y Jorge Rúnciman, dice:

Yo creo, yo genero
                yo invento
                      yo recreo
tu lees, tu recreas
               adoptas,
                    adaptas
haces tuyo el mundo
haces tu propio mundo.
             No transcribas
no copies
para eso hay máquinas
ya lo dijo Vallejo
sobre el Hombre       Creador:
(solo)..                          (es)


                         ¡El Dios es El![2]

En este volumen de poemas, encontramos todos estos registros vanguardistas; sea abriendo las posibilidades del poema dentro de la hoja; sea asumiendo el espacio de la hoja como una forma no pasiva; o sea, asumiendo los dobles sentidos de las palabras que encierran muy curiosas contradicciones. En suma, es un objeto trabajado desde la conciencia y lo crítico; que estimula a pensar los horizontes y límites de la propia poesía, es decir, a observar lo poético no en su registro de meramente literario, sino como forma: la palabra y sus dobles sentidos, la palabra y el verbo, la palabra que dice, la palabra, la palabra, la palabra… sus dimensiones y formas, miradas y alquimias.

Este trabajo lo pongo, guardando los gustos y distancias, junto al de Montalbetti, otro profesor, poeta y lingüista que, como todos sabemos, usa el poema para decir otras cosas; especialmente asuntos relaciones al lenguaje, la palabra o la propia poesía logrando alcances muy apreciables; o lo usa para no decir, o explicar su ceguera, entre decir y ver, etcétera.

Finalmente, yo lo recuerdo frente a una pizarra garabateando sus caóticas y nutritivas clases de Lingüística General I y II; enmarañado como nadie en su entusiasmo; carismático como un sol feliz de alumbrar, radiante y excelso; rayando diagramas y cuadros de verbos; abriendo morfemas; sacando a Pedrito a la pizarra para que escriba correctamente la palabra vetusto; sacando a Fabiola a la pizarra para que declame e interprete un poema; sintetizando y resumiendo: ahíto de lengua, de literatura; de valores que abrieran nuestras mentes limitadas al goce del lenguaje; lo recuerdo a voz en cuello diciendo “el lenguaje sirve para llegar a lo más excelso, ¡la poesía!” Y es que, ese entusiasmo, esa fuerza lúdica y lúcida de sus versos era la misma con la que vivió hasta sus últimos días: inflado del gozo del lenguaje y sus POSIBILIDADES.

Así lo recuerdo y lo pienso recordar: como un apóstol del verbo. Quedan estas palabras profe, arañadas en mi viejo y dócil teclado, con el que galopo por semas y morfemas, con el neovanguardista ritmo de mi mente, yo, uno de sus alumnos, quizá el peor de todos. Y al que, sin embargo, en un último encuentro, celebrando la Semana de las Letras en la Facultad y presentando mi poemario Arder (gramática de los dientes de león) le dijo aquellas hermosas palabras, que hoy suenan a vida, y son vida: “¡Cómo has crecido, Barco!”

Hay MUCHOS que hoy en día desdeñan el silencioso y humilde trabajo de los creadores de poemas; Rúnciman, nos legó este objeto raro y curioso, Oniria, que es también un pasaje de estreno a sus más íntimos sueños.


[1] Poema Olvido, página 36.

[2] Página 56, poema Posesión

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