Cultura

El proceso de cholificación y la producción de libros en el Perú

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Hoy nos vuelve a sorprender que la casta heredera de los encomenderos se apropie del Premio Nacional de Literatura, dado por el Ministerio de Cultura, el cual cuenta con la decisión privilegiada de las «grandes editoriales», las mismas que deciden, no sin ayuda de tu distinguido Premio Nobel, qué literatura es elegible y cuál no.

Pero esto es una ficción, tal vez la última a la cual debamos asistir como espectadores de casuela o galería, jamás de platea. Las «grandes editoriales» han pasado últimamente por muchas quiebras, crisis de ventas, ofertas en los supermercados de 2 libros por uno, venden sus acciones a quienes se quieran arriesgar a terminar rematando sus existencias para recuperar siquiera los restos del naufragio. La siempre refinada cadena de librerías Crisol se fue hace tiempo al carajo y la compró nada menos que la Derrama Magisterial, o sea la dirección del SUTEP.

La acusación que lanzan los perros rabiosos de las grandes casas editoriales defraudadas es que el público peruano no lee. Y los peruanitos, cuándo no, con la resignación heredada de siglos de servidumbre ante los gamonales, aceptan la estupidez sin masticarla ni digerirla. Las editoras ya tienen un culpable: el público peruano. ¿Y por qué no el público colombiano, venezolano, argentino, uruguayo, mexicano, etc.? Despierta, monse: la gran baja de ventas de Alfaguara, Tusquets, Norma, Planeta, se debe a un déficit internacional, en todo continente donde se hable castellano. No venden ni aquí ni allá ni acullá.

Ahora expliquemos qué ha pasado. La tecnología de punta, desde que se inició el nuevo siglo, nos ofrece maquinarias de impresión a bajos precios y que abaratan los costos de producción. Así como el proceso de cholificación del migrante andino ha dado un saldo positivo al trabajo por cuenta propia y a las pequeñas y medianas empresas familiares, hoy florecen por todas partes negocios editoriales, de impresiones, las mismas pequeñas empresas que hacen folletos, brochures, almanaques y agendas, te ofrecen imprimir tu libro de cuentos o poemas, tus novelas o ensayos, en tiempo récord.

Los autores de las últimas tres generaciones prefieren autopublicarse, con su platita, y recuperan la inversión en los primeros 300 ejemplares vendidos. Le quedan 700 ejemplares de utilidad de una tirada de 1000 ejemplares. El gran público lector de Lima y provincias prefiere ir a las ferias regionales o capitalinas donde encuentra novedades de su propia tierra, de su mismo contexto, a bajos precios. Las «grandes editoriales» venden una novela de 350 páginas a 65 o 70 soles, mientras que nuestros sellos nacionales o autores autopublicados venden libros de esa misma extensión a 35 soles.

El cholo peruano, emprendedor y aguerrido, ha conquistado hace rato el mercado del libro limeño donde antes reinaban los grandes sellos de Barcelona. La competencia desleal, también: la mayoría de lectores de Vargas Llosa y similares compran la copia pirata al 12% del valor del original. Hoy tampoco los autores hacen tiempo de espera para regalarle un ejemplar al comentarista de tal o cual diario, lo que antes fue rogarle un comentario, siquiera una gacetilla, a engreídos dueños de la página cultural.

Ahora te promocionas a través de las redes y consigues comentarios espontáneos tanto de expertos como de público en general. En síntesis: estamos en otra época. Este asalto de las «grandes editoriales» al Premio Nacional de Literatura que otorga el MINCUL, la misma institución estatal que favorece a Richard Swing con jugosos contratos fraudulentos, es un manotazo de ahogado, el último intento de tratar de imponer el discreto encanto de la aristocracia agonizante en la literatura peruana, los mismos que niegan el valor de Vallejo, Mariátegui (el Amauta, no el HP), Arguedas, de nuestra literatura andina, amazónica, rural costeña o urbano-marginal.

Mientras el perfecto idiota latinoamericano, el Nobel, rebuzna acerca de los pobres que no leen porque no tienen cultura, las ediciones propias y ferias regionales prosperan. Ojalá alguien se acuerde de los grandes proyectos editoriales de un cholo de oro: Manuel Scorza. ¡Kachkaniraqmi!

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