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El precio de perder

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Si Argentina aspirara en serio al título, Pékerman debería ser su entrenador. La selección gaucha no es más que un grupo de diez satélites girando en torno a un astro. Como conjunto, hasta el momento, no han barrido a ningún oponente; Messi ha decretado los triunfos en base a destreza individual.

El equipo de Sabella es una vaga reminiscencia del campeón del mundo conducido por Bilardo en México 86’, aunque sin gladiadores duros ni duchos; bravos por alto, temibles a ras del piso. Tanto como aquél, éste también cifra sus esperanzas en la magia del ídolo.

Los argentinos no fueron mejores; sólo jugaron menos mal que sus rivales europeos. No mostraron nada diferente a lo exhibido en la fase de grupos. El rostro desencajado de Leo, durante el descanso, expresaba el dolor y el espanto producidos por la impotencia.

El esquema táctico rioplatense, accidentado y poco claro, parece perfecto para crear ansiedad entre sus figuras, que terminan prendiendo velas a todos los santos. La Virgen de Luján demostró hoy que tiene para competir con la de Guadalupe en mandas futbolísticas.

Suiza, crecida al extremo de dominar el primer tiempo, se encogió demasiado en el segundo y ya no se supo qué esperar de ella. Hizo lo que pudo con lo que tuvo, especialmente en ataque, considerando que su centro delantero (de apellido impronunciable sin vocales) era más inofensivo que un recién nacido.

Para romper la tensión nerviosa de las acciones finales, Shaqiri (igualito en tamaño y color a Pablo Mármol de los Picapiedra) se comió a gritos al árbitro sueco por interponerse en su camino y arruinarle un avance de peligro en las cercanías del área grande. La escena entró en los anales jocosos del mundial.

En la definición vespertina Bélgica arrancó venenosa, decidida a asegurar el resultado desde temprano. Durante los 90 minutos se desenvolvió como el pugilista confiado en su capacidad demoledora, que espera con paciencia el momento propicio para noquear a su contrincante.

Estados Unidos, puro coraje, desarrolló un juego inconsistente. Lo que derrochó en entrega, lo extrañó en habilidad y, sobre todo, en clase. En fútbol, lo mismo que en la vida, el corazón no basta. Hace falta aplomo para resolver situaciones críticas. De hecho, los 2 goles de los diablos rojos no habrían existido –ni siquiera asomado- si, a pocos instantes de la culminación del encuentro, Wondolowski hubiera anotado para los americanos en una valla completamente desguarnecida. Poco ayudó la extraordinaria actuación de Howard conteniendo el incesante bombardeo belga. La reacción de sus colegas fue tardía.

El duelo dejó un par de imágenes para recordar: el abrazo de Klinsmann y Wilmots dialogando amistosamente al borde de la zona técnica y la magistral jugada de laboratorio que casi concede el empate agónico a las barras y las estrellas.

Clara prueba de que el fútbol no sólo cobra precios. También los paga.

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