Subir el Misti con un ánfora repleta de cenizas a la espalda es una imagen nada liviana. Emilio Caro no es alpinista profesional, es más bien un escritor raro. Ayacuchano de origen se dedica al Ecommerce y a invertir todos sus ingresos en el Bitcoin, pero también es retablista y poeta. Formado por el mismísimo Oswaldo Reynoso, con quién vivió en sus años crepusculares, Emilio aprendió el oficio de escritor. Fue Emilio quien llevaba a Oswaldo en esa ánfora a recorrer el último viaje a la cima de un paisaje.
Alabastros es el primer poemario de este autor ayacuchano, quien entiende las limitaciones del lenguaje (y las expone), encontrando en lo concreto aquello que salva. Desde esa perspectiva en palabras del copywriter y gestor cultural, Rodolfo Muñoz, “propone así una lectura diferente de su poesía. Disuelve los límites entre el artista y el artesano (filosofa sobre la creación), y de estos dos con la materia prima (alabastro). El alabastro es una piedra de artesano. Y, aunque no está en el diccionario como tal, sus sonidos hacen referencia a la alabanza y al sufijo despectivo “astro” (otra muestra del humor y de la lectura alternativa que propone el autor). Este poemario no es una agrupación de poemas. Es un objeto -poético- de artesano”.
Pero no se trata solo de un libro, es Alabastros también una instalación, la obra más allá del libro objeto es una obra escrita que acompaña y Lee a otro objeto de la tradición ayacuchana: un retablo. De forma que artesanía popular y poesía escrita se unen en una sola obra.
En apreciación de la comunicadora y escritora Pilar Fonseca “Emilio recoge en su poesía la vacuidad de la condición humana pero asimismo, traslada su trabajo escultórico y pictórico del retablo ayacuchano. Su lírica nos sumerge y contrapone entre dos pulsiones: Eros y Tánatos. Este trabajo editorial está también conectado con un objeto arte del que nos habla”.
Por otra parte, para el gestor cultural, poeta y periodista Julio Heredia, “Alabastros es un poemario ritual, un poco escapando a las tendencias de las últimas generaciones peruanas. José Emilio tejió un poemario donde la imagen y la reflexión filosófica son la materia prima, que siendo breve es denso y por momentos insondable, lo es desde su título y desde la proyección que José Emilio ha querido darle, la asunción de la poesía con el arte en general y como un compromiso de vida. Es un poemario que no responde, no es hereditario, no le debe a las generaciones del 90 ni del 80 ni siquiera a la generación del 50 tan importante, generación de su mentor, en todo caso hay una muy prometedora veta de poesía reflexiva, introspectiva, un poco para compensar, exorcizar de ese paroxismo de lo coloquial y del lenguaje de todos los días que fue el lenguaje de las últimas generaciones peruanas. Le deseo una larga vida poética, no necesariamente que deba escribir sino vivir permanentemente en poesía”.
El libro tiene además algo enigmático: su portada, un extraño cuadro. Sin título y de autor anónimo, fue el regalo, el último, de Oswaldo a Emilio que lo acompañó tantos años. Esta pieza única le fue obsequiada a Oswaldo cuando regresó de China al Perú, y está compuesta de papel periódico. La pintura es un retrato bifásico, realizado en técnica mixta, en donde se representa un ser andrógino delante del mar. El soporte es papel del diario de tiraje nacional de china, llamado el diario del pueblo o Renmin Ribao, específicamente una hoja del diario correspondiente al día 20 de noviembre del año 1983. La obra referida perteneció a la colección privada del poeta Oswaldo Reynoso, para luego pasar a manos del retablista y poeta José Emilio Caro Gómez y ser imagen de su libro objeto Alabastros.
¿Quién es la persona que aparece en el cuadro? ¿A qué hace referencia? ¿Quién es el autor y quién se lo obsequió a Oswaldo? Esa es una respuesta que tal vez solo tenga respuesta desde la cornisa del Misti dónde las cenizas del poeta descansan, o tal vez en un verso encriptado como una cifra de bitcoin en el poemario Alabastros.