Opinión

El poder de la emoción, de Alexander Kluge (1983)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Un cineasta que podríamos calificar sin problemas de ‘cerebral’ (sin pretender decir por esto que necesariamente califiquemos al resto de ‘descerebrados’) en virtud de una cierta, afilada e irrenunciable seriedad intelectual, y obvio, de espíritu experimental, cosas no muy de moda (como a otros demasiados se les podría calificar de sentimentales simplones muy manipuladores, eso sí, muy a la moda y muy convencionales, hasta la náusea, pero con cuentas bancarias muy saludables) le rinde culto, muy a su manera, a la emoción…

La básica, antigua y esencial emoción… De hecho, Kluge no juega para el mercado ni para la legibilidad más inmediata. Se debe a una tradición más importante que a la de los patrones de siempre… Kluge no obedece. Simplificando a lo bruto, Kluge es algo así como un Godard alemán (con todas las diferencias, culturales y de sensibilidad, que pueden existir entre un alemán inteligente y un francés inteligente).

Sea un juicio donde la lógica, con su lógica voluntad de aclaración hasta el mínimo detalle subatómico se siente como absurda, una burla de ella misma, ¡pero hay que eliminar la ambigüedad!, un interrogatorio equivalente curioso de alguna obra teatral, y la impresión que queda es que tal vez lo sea, que segura y forzosamente lo es, que el sistema judicial es un gran teatro Donde Se Busca La Verdad (o esa búsqueda se parodia de manera aterradoramente estúpida o genial). Con lo que el otro teatro, o la ópera, el teatro a secas, se casi modesto y humilde pese a sus aparatosos fastos. Ambos teatros conversan en la mente-película. Se suman imágenes de un incendio en un edificio donde en vez de quemada viva la gente prefiere morir aplastada contra el pavimento, y luego se suma.

Desprender del fascinante, torrencial y laberíntico mosaico de imágenes una dirección única sería no entender nada. El desconcierto es una forma de destruir el no-pensamiento, el ‘pensamiento congelado’, y como tal dar la posibilidad de que surjan emociones y percepciones nuevas. La película es una soberana caja de herramientas, un hágalo usted mismo y un no lo voy a llevar de la manito si eso esperaba de mí, haga usted con los estímulos que le doy su propia película. Otra ética y otra estética (inusual pero atrevida y hermosa) para el espectador.

(Columna publicada en Diario UNO)

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