Por Edwin A. Vegas gallo
En el mundo de los “ciegos políticos” del consejo ministerial, el “pirata Morgan” (no confundir con el “pirata” Barcos del Alianza Lima o el “pirata negro” del “cómic” de mi niñez) es el ministro rey, de la franela presidencial.
Al igual que Henry Morgan, 1635-1688, marinero, pirata inglés y gobernador de Jamaica, que juró lealtad al reino de Inglaterra, el “pirata Morgan” ha jurado lealtad máxima, a la dama del bisturí cabaniano, con su personificación de la Nación, dejando al margen, a todos los connacionales.
Es tanta la lealtad del “pirata”, hacia aquella, que pierde la compostura y dignidad del cargo, en su cerrada defensa a la dama, lo que denota una subordinación total, que no le permite formular convenientes políticas públicas para su sector.
Ello me recuerda, la diferencia que hay, entre un maestro y un ministro, con las decepciones que se pudieran evitar, si los gobernantes supieran lo mínimo de la etimología de las palabras.
Al respecto, el vocablo “maestro” (y nada de “maestro rural”) viene del latín “magister” y a su vez del adverbio “magis” qué significa “más” o “más qué”. En la Roma antigua el “magister” era el que estaba por encima del resto, ora por sus conocimientos u ora por sus habilidades.
Asimismo, la voz “ministro” viene del latín “minister”, qué a su vez se origina del adverbio “minus” o “menos qué “. De allí que en la antigua Roma el “ministro” era el sirviente o el subordinado que apenas tenía habilidades.
En síntesis, con un mínimo de latín sabemos la razón por la que cualquier majadero puede ser ministro…Pero nunca será maestro y seguirá subordinado al gobernante de turno en verdadera lucha por su supervivencia individual.