Por Tino Santander Joo
El Perú, tiene esperanza. La historia cotidiana de la corrupción de sus políticos, de los empresarios, de la informalidad, del crimen organizado, y de la pendejada nacional son contadas diariamente en las secciones judiciales y policiales de los medios de comunicación. La historia cíclica de los desastres naturales, de las crisis económicas y políticas han sido brutales, sin embargo, el pueblo peruano persiste en su larga marcha por construir un país mejor. En la memoria del peruano está la grandeza del Tahuantinsuyo, la magnificencia del virreinato, la heroicidad de los precursores y proceres de la independencia y la nobleza de los libertadores.
Los peruanos recordamos el heroísmo de los soldados en la guerra civil con Chile; el coraje de la reconstrucción nacional, el sufrimiento de los millones de migrantes que huían de la explotación oligárquica de los gamonales. No olvidemos que estos millones de migrantes cambiaron el Perú oligárquico e impusieron la moral del achorado y pendejo como un mecanismo de defensa frente al racismo y clasismo de sus clases dominantes.
Los peruanos no olvidan que Haya de La Torre, fundó el aprismo popular, antioligarquico y antimperialista que Alan García, destruyó. La izquierda socialista heredera de Mariátegui, fue otra gran frustración popular, sus dogmáticos y sectarios lideres la liquidaron. La derecha jamás tuvo un proyecto popular y nacional. Su norte era y son los negocios corruptos con el Estado. Es una derecha que se llama liberal, conservadora, pero que defiende la república de los monopolios; no conoce el Perú y no sabe quién es Riva Agüero.
Los campesinos no olvidan la reforma agraria de Velazco que a pesar de sus errores liquidó a la torpe oligarquía agraria; ni el terror senderista ni el militarismo ramplón; tampoco, el fracaso de los partidos políticos, por eso, la inmensa mayoría con ansiedad de orden se entregó al fujimorismo corrupto que implementó las políticas del consenso de Washington y reinsertó al país en la comunidad económica internacional. La dictadura fujimorista degradó políticamente al Perú.
La triste historia de los expresidentes repudiados por la inmensa mayoría que anhela verlos presos; que se alegra que estén enmarrocados; que busca que paguen sus delitos; pero sobre todo que sirvan de ejemplo para no traicionar sus promesas. Los peruanos quieren ver en la cárcel a Vizcarra, Villarán, Humala, y a todos los que han delinquido. No hay piedad para ellos, solo desprecio y rabia.
El Perú, tiene esperanza, porque millones de peruanos se levantan muy temprano a trabajar y a estudiar. La inmensa mayoría sabe que el camino se hace al andar y que el esfuerzo es la única vía a la libertad. No confían en los políticos, solo en sus familias. No tienen militancia política y tienen miedo a ser como Chile, un país que quema iglesias y bancos, que asalta farmacias y supermercados. No quieren la hambruna de Venezuela, ni de Cuba, ni quieren ser como Bolivia y sus fantasías neoindigenistas. Los peruanos se han acostumbrado al dólar que llega de la informalidad y del crimen organizado. La pendejada es su divisa.
La inmensa mayoría es consciente de que el país necesita un cambio radical, pero no sabe a dónde ir, ni en quién confiar. Esta toma de conciencia es la primera parte de la revolución social. No es la revolución de las izquierdas dogmáticas, ni los delirios de la derecha corrupta. La revolución social la hace la gente y será a hecha a medida de la diversidad geográfica, económica, social y cultural. La revolución social es la esperanza de los peruanos.