Hace poco un amigo, a punto de egresar de la universidad, acusaba mi eterno pesimismo, y criticaba mi escepticismo ante un hecho incuestionable a decir de sus palabras: “el Perú está avanzando”.
Hizo énfasis en todas esas que cosas que yo, en mi negatividad, era incapaz de ver: Hay un crecimiento económico que invita a la inversión extranjera, a la creación de nuevos nichos de mercado, el surgimiento de negocios, productos, marcas y representantes de nuestra cultura convertida en empresa rentable y generadora de empleo.
Los jóvenes, hoy más que nunca, pueblan las universidades en busca de un futuro brillante y los adultos consiguen acabar carreras profesionales en 3 años, en base a las nuevas modalidades universitarias que acreditan la experiencia en un centro de trabajo. La gente tiene empleo; estudia más que nunca, y la ciudad tiene una gran variedad de tiendas y supermercados, negocios y exportadoras de productos que son reverenciados en diversos rincones del planeta.
Toda persona tiene la chance de optar por un departamento de estreno, un auto del año –si es camioneta mejor- y, si es posible, de asegurarse un verano provechoso en alguna casa de playa en el sur. “Ya no es como antes”, me dice, “ahora tenemos plata”.
No es la única persona que me repite la misma frase, y suena tan símil que, lejos de convencerme, empiezo a creer que muchos de mis compatriotas han interiorizado el discurso mendaz que los gobiernos y los medios de comunicación se han encargado de sembrar: compra, come, diviértete, viaja: El país te lo agradece.
Y es entonces cuando pienso si acaso “avanzar” es para mis connacionales una palabra que tiene tan sólo el brío optimista de su sinonimia con una falsa idea –burda y patriotera- de “progreso” que les refiere el fin del estanco y de la inercia; de que ya no estamos más en el mismo sitio y hemos dado un paso adelante, todo por poder comprar en Ripley y comer makis el fin de semana.
Qué más daría yo por poder comprar esa idea, poder sentarme tranquilo al lado de mis bolsas de Saga, para digerir el cebiche con el cual hice patria en la tarde, y hacer zapping en la TV con un bostezo sosegado mientras mis ojos indiferentes van dejando de lado la lucha infernal de los Bomberos –tratados de manera miserable- en los diversos siniestros que se han dado sólo en la primera quincena de este mes; de los catastróficos resultados de nuestros jóvenes en pruebas que miden nuestro nivel académico; del desparpajo con el que políticos corruptos y personajes siniestros sonríen ante cámaras y resultan ilesos ante cualquier acusación por malas prácticas durante el ejercicio de su cargo; ante la podredumbre del sistema educativo, los profesores en huelga, los médicos en huelga, todos trabajando en pésimas condiciones; el imparable crecimiento del maltrato femenino e infantil; el desdén de las grandes empresas frente a los derechos de los trabajadores y la indiferencia del estado; el crecimiento de la delincuencia, la informalidad, la proliferación de programas de TV inservibles, indigeribles e inconcebibles.
Pero no puedo, porque en este país que “avanza”, lo primero en avanzar ha sido nuestra indiferencia e individualismo. Y esa falsa sensación de bienestar personal traducida como bienestar colectivo es la que está lacerando al país y mandándolo en picada hacia su ruina. Yo no sé de qué país en avance me hablan cuando a media hora del lugar en el que vivo hay colegios donde los jóvenes se gradúan de delincuentes especializados, y los niños te persiguen para que les des treinta céntimos para su desayuno (Una bolsa de té y un bizcocho). De qué me sirve ver a tanto adulto posteando en su Facebook que aprobósu examen de tal o cual curso, cuando no tienen ni tiempo ni paciencia para echarle una mirada a la realidad de su país.
Hay una crisis terrible en nuestra sociedad, una crisis que nace desde nuestro espíritu y está aniquilando nuestra capacidad de reflexión y crítica. Un país que no puede pagarle a sus bomberos, a sus médicos, a sus policías; un país que no promueve la lectura, tiene una pobre industria musical y no invierte en educación ni en sus deportistas no puede estar avanzando, de ninguna manera. Y no hay nadie que pueda convencerme de lo contrario.
La búsqueda de un verdadero avance como nación debe de partir de cada ciudadano, comprometido no con la idea de consumo desmedido que las empresas viven sembrando, sino con la búsqueda de un verdadero crecimiento personal, que se traduzca en el estímulo del pensamiento crítico de las generaciones venideras, en la merma de nuestra conducta banal, en el interés por fiscalizar de forma constante el desempeño de nuestro gobierno y colaborar de forma sensata con aquellas personas e instituciones que viven en la miseria y la desigualdad. De lo contrario solo avanzaremos metidos dentro de una rueda, cuesta abajo, rumbo a un precipicio, como ha sido siempre. Sólo que ahora todos podremos twittear nuestra caída a través de nuestro Ipod.